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El que fuera alcalde de Valencia, José Sanchis Bergón, planta árboles en la plaza.
Plaza del Ayuntamiento, el vaivén de la historia

Plaza del Ayuntamiento, el vaivén de la historia

El cambio de palmeras por naranjos, renovación simbólica en un recinto que ha tenido tantos formatos como nombres

Francisco Pérez Puche

Jueves, 5 de marzo 2015, 12:56

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Con tortada y sin tortada. Con jardines en el centro y sin ellos. Con árboles frondosos en la aceras o desnuda de vegetación. Con plátanos, pinos, araucarias, acacias, palmeras, ficus y naranjos La plaza del Ayuntamiento ha tenido tantas formas y formatos como nombres. Tantos, que se puede afirmar, como en la ópera, que "la piazza è mobile, qual piuma al vento; muta daccento e di pensiero".

En 2013, el maestro José Huguet Chanzá vio publicado por el Ayuntamiento, al fin, un libro que le ha entretenido no menos de diez años. Se titula La plaza del Ayuntamiento de Valencia y aunque solo abarca desde 1890 a 1962, presenta docenas de imágenes que permiten rastrear las docenas de formas y modelos que ha tenido nuestra plaza central, llamada de San Francisco, de Castelar, del Caudillo, del País Valenciano y del Ayuntamiento en sucesivos momentos de su historia.

Nacida por impulsos municipales, la plaza emblemática de Valencia ha tenido que modificarse a impulsos también. Porque si primero tuvo un formato de jardín, construido al hilo del derribo del Convento de San Francisco y después del Barrio de Pescadores, más tarde experimentó la gran transformación del derribo de la Bajada de San Francisco (1928) para albergar, en 1935, la característica tortada de piedra de Javier Goerlich, recordada por los más mayores, cuyo derribo proyectó ya en 1953 el alcalde Baltasar Rull, aunque lo realizó Rincón de Arellano a partir de 1961.

¿Pero qué había delante mismo del Ayuntamiento, en su acera, en distintos momentos de la historia de la plaza? Los impulsos políticos, aquí, han sido tan determinantes como las necesidades prácticas de convertir el edificio municipal en balcón principal de cuanto ocurre en la plaza y, singularmente, de la fiesta fallera.

Por las fallas, precisamente, por la sacrosanta mascletá, no se ha hecho nada tras el derribo de la tortada. La plaza, que fue estacionamiento de funcionarios hasta 1976, es ahora una explanada, destinada principalmente al disparo de fuegos artificiales. Esa misma finalidad, la de balcón, hizo que el Ayuntamiento tuviera, en los sesenta, un balcón representativo que no existía en el proyecto original. Y que a ese balcón se le pusiera después un techo protector desde que, también en los años sesenta, un concejal perdiera un ojo a causa de una caña pirotécnica.

Cuando el edificio municipal fue construido, entre 1906 y 1930, su parte nueva estaba vacía pero tenía plantados arbolillos en las aceras. No más de cuatro a cada lado de la puerta principal, como muestran las fotos de época. Históricamente, nunca hubo palmeras ante el Ayuntamiento. Junto a los pinos y las araucarias, al lado de otras especies de sombra, las palmeras estaban en el jardín central, rodeando a las estatuas del pintor Ribera y el marqués de Campo, que pasaron largas temporadas en la plaza mutante.

Con todo, los naranjos no son novedad en la plaza. En enero de 1930, cuando se llamaba plaza de Castelar, el marqués de Sotelo, recordado alcalde, mandó plantar naranjos en la calle de Colón y en el jardín central de la plaza, sembrado de kioscos de floristas. Fue muy felicitado por la idea que sin duda había importado de los jardines sevillanos de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Los archivos nos muestran que Goerlich, al diseñar la plaza, imaginó árboles de poco porte, notas verdes sin mayor potencia visual. En la acera del Ayuntamiento eso es lo que hubo históricamente. Claro que los árboles crecieron y taparon, en los sesenta, las vistas de los balcones de la planta noble municipal. Vendría entonces -la moda es de los sesenta- la palmera tan valenciana. Así la queríamos, antes de la plaga de picudo y antes de la moderna inseguridad que transmiten especies que se han hecho demasiado altas y cimbreantes.

Las palmeras de la acera municipal son posteriores a la de la reforma de la plaza hecha en los años sesenta a raíz de la colocación (1964. XXV años de Paz) de la estatua ecuestre del general Franco, retirada en los años ochenta. Tras el derribo de la tortada, se hicieron obras de ajardinamiento en 2.640 m2 de la plaza, por 313.146 pesetas.

Cuarenta años después, las palmeras se han mudado de casa y se han ido a ajardinar espacios nuevos en las inmediaciones del Cementerio. En la fachada del Ayuntamiento, ahora, han llegado hermosos naranjos amargos, también valencianos y simbólicos. Aunque en Valencia, a diferencia de Sevilla, no hay ninguna empresa que quiera hacer con los frutos dorados una cosecha que derive en buena mermelada, la clave que evitaría que el suelo estuviera sucio en temporada.

En todo caso, este cambio, el de los naranjos por las palmeras, es un importante paso en la sucesión de estampas del formato visual de la plaza. Es, casi-casi, una metáfora

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