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J. A. M.
Jueves, 23 de marzo 2017, 00:01
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La Pobla de Vallbona amaneció ayer con una mezcla de asombro e indignación ante la puesta en libertad de Paco Sanz. A las puertas de su casa, una antigua colaboradora que movió su causa y sus 2.000 tumores por las redes sociales, mostraba sin tapujos su opinión: «Somos muchos los que nos sentimos engañados. Creo que Paco debe una explicación a todo el pueblo», estimaba Encarna Rodríguez. Pero esa explicación no llegaba. Ni se abría la puerta de su casa. Ni la de sus padres en una urbanización cercana. Ni había respuesta a las llamadas de teléfono.
«Cuando empecé a ayudarle me sentí bien conmigo misma, pero cuando me di cuenta del elevado tren de vida que llevaba me entraron serias dudas. No parecía que estuviera destinando lo que se recaudaba a su salud, sino más bien a caprichos. Dejé de creer en él», recuerda Encarna. «Tampoco quería que la gente cayera en una trampa por mi culpa y convertirme en cómplice de un posible engaño».
La mujer asegura que Sanz comía «casi siempre en bares o en centros comerciales, llevaba ropa de marca, coche nuevo, se hacía pruebas en un hospital privado... Algo no cuadraba». «Tenía un gran poder de embaucar y en 2013 decía que podía morirse en seis meses. Y ahí sigue», puso como ejemplo.
Amparo, otra vecina, tampoco oculta el disgusto: «Con Paco me he llevado un chafón muy grande. Yo y otros muchos. Si se confirma lo que dice la policía es algo muy feo. Con la salud no se juega».
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