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Un hombre pone en venta un riñón en Valencia para no perder su casa por una deuda

Un hombre pone en venta un riñón en Valencia para no perder su casa por una deuda

«Soy albañil, no encuentro trabajo y estoy desesperado», explica el denunciado antes de asegurar que ignoraba que fuera un delito

ARTURO CHECA

Jueves, 5 de mayo 2016, 20:46

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Él es una víctima más de la crisis. De esas que aún sufren para salir adelante y que no entienden de datos macroeconómicos. Un inmigrante de los muchos que en la época de esplendor del ladrillo vieron en la Comunitat El Dorado en el que alimentar a su familia y que hoy se hunden en el pánico vital de no encontrar trabajo. Desesperación y arrepentimiento. Son los dos sentimientos que trasluce al otro lado del teléfono el ciudadano búlgaro al que la angustia de que los suyos se queden sin un techo bajo el que vivir empujó a tomar una decisión muy pocas veces vista en la Comunitat y que lo ha puesto al borde del precipicio legal: pegar carteles por las calles de Valencia, ofreciendo un riñón, para saldar una deuda de 5.000 euros por la que su mujer y sus dos hijos serán desahuciados a final de mes.

«No sabía que estaba prohibido, ¡de verdad! No tenía ni idea de que era delito», explica el hombre, de 40 años, en conversación con LAS PROVINCIAS. Horas antes había recibido «dos o tres llamadas» de la policía para citarlo, tomarle declaración y hacerle constar la denuncia presentada contra él. La maquinaria judicial se inició por la mañana en la Ciudad de la Justicia de Valencia, cuando una ciudadana anónima acudió al juzgado de guardia con un letrero, idéntico al que acompaña a estas líneas. «Donante vivo de riñón. Si lo necesitas llama al...», y el número de teléfono del ciudadano búlgaro. Según confirmaron fuentes jurídicas, el juzgado de guardia dio de inmediato orden a la Policía Judicial para localizar al responsable de la ilegal oferta.

Oficial de primera

Los carteles estaban en varios puntos de Valencia, como en el barrio del Carmen, al menos desde el pasado domingo. «Ahora ya los he quitado todos, ya no queda ninguno. Menudo lío, yo no sabía que 'era' prohibido», repite el inmigrante con un precario castellano. Él está sólo en la Comunitat. Su mujer y sus dos hijos siguen en Bulgaria. En la casa que a final de mes dejará de ser suya. «Llevo cuatro meses sin pagar», detalla el protagonista de esta desesperada historia. Hace un mes, se lió la manta a la cabeza y viajó desde su país a la Comunitat. «Soy oficial de primera, albañil», repite con la esperanza de que alguien escuche su llamada de socorro. Antes ya había estado en la región. «Trabajé durante dos años», explica el ciudadano búlgaro. Luego llegó a percibir el subsidio de desempleo. Hasta que las ayudas se acabaron, la crisis empezó con sus dentelladas y regresó a su país.

Tras un mes «sin encontrar trabajo de absolutamente nada y estaba desesperado», el ciudadano búlgaro comprobó por internet la gran cantidad de mensajes ofertando órganos o pidiendo su donación. Y optó por la medida más desesperada. Hoy, sobre todo después de su arriesgado intento de vender un riñón, arroja la toalla: «Creo que me voy a volver en unos días a Bulgaria».

Hasta 12 años de cárcel

Falta por determinar cuál es la decisión que la justicia toma sobre su acción, a pesar de quedar anulada sin apenas haberse llevado a cabo maniobra alguna para perpetrar el ilícito tráfico de órganos. Pero el Código Penal, en su artículo 156 bis, simplemente castiga ya a los que «promuevan, favorezcan, faciliten o publiciten la obtención o el tráfico ilegal de órganos humanos ajenos o el trasplante de los mismos».

Las penas oscilan entre los seis y los doce años de prisión si se trata de órganos principales, o de tres a seis años de pena de cárcel si el órgano fuera no principal. La ley castiga incluso a quien reciba el trasplante de un órgano «conociendo su origen ilícito será castigado con las mismas penas que en el apartado anterior, que podrán ser rebajadas en uno o dos grados atendiendo a las circunstancias del hecho y del culpable».

El ciudadano búlgaro asegura que nadie se ha puesto en contacto con él para interesarse por la venta de su riñón y rechaza pronunciarse sobre cuál era el precio que iba a fijar para la 'donación' o dónde se hubiera llevado a cabo la intervención quirúrgica. Sólo suspira y repite al otro lado del teléfono: «No se puede, no se puede, está prohibido...».

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