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El sacerdote Ricardo Estrems, pensativo, junto a la iglesia parroquial de San Bartolomé. :: J .MONZó
«Me arrodillaron junto a la caja fuerte  y me pusieron la pistola en la nuca»

«Me arrodillaron junto a la caja fuerte y me pusieron la pistola en la nuca»

Dos ladrones asaltan la casa del párroco de San Bartolomé en Godella y roban 1.200 euros tras intimidarlo con un arma y maniatarlo

JAVIER MARTÍNEZ

Jueves, 28 de abril 2016, 10:22

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Como buen sacerdote perdona a los ladrones que le atracaron, pero Ricardo Estrems, de 52 años, temió ayer por su vida cuando notó en su cabeza el cañón de una pistola. Dos hombres asaltaron la casa abadía de la iglesia de San Bartolomé en Godella y robaron unos 1.200 euros tras intimidar con una pistola y maniatatar al párroco. Los delincuentes permanecieron en la vivienda unos 20 minutos y amenazaron al sacerdote, hasta en tres ocasiones, con matarlo de un disparo en la nuca si no les entregaba todo el dinero que tenía en la casa.

Los violentos hechos tuvieron lugar entre las siete y media y las ocho de la mañana del miércoles. Uno de los ladrones llamó al timbre y cuando el párroco preguntó quién era, el individuo contestó que tenía que entregar un paquete de las Carmelitas a don Ricardo, como llaman al cura la mayoría de los feligreses. «Abrí la puerta confiado porque oí mi nombre, y enseguida me empujaron y sacaron la pistola», explica el sacerdote.

Mientras uno de los asaltantes lo apuntaba con el arma, el otro rebuscaba en los cajones y armarios. Los delincuentes, que tenían entre 30 y 40 años de edad, planearon muy bien el robo. Sabían que el párroco entrega algunas veces pequeñas cantidades de dinero a las familias pobres que más lo necesitan. «Me arrodillaron junto a la caja fuerte y me pusieron la pistola en la nuca», recuerda Ricardo. «La verdad es que pasé miedo. Abrí la caja y les di el dinero, pero no se marcharon. Querían más y siguieron registrando las habitaciones», explica el sacerdote.

El momento más angustioso para el párroco llegó cuando uno de los ladrones encontró un sobre con 200 euros en un sobre encima de una cómoda. «El dinero era para una familia que no tiene ni para comer», afirma Ricardo. «Se enfadaron y volvieron a ponerme la pistola en la cabeza. Era la tercera vez que lo hacían», añade el sacerdote. Volvieron a pedirle más dinero, pero en ese momento llamó al timbre un profesor del colegio San Bartolomé. El maestro estaba preocupado porque el párroco no había abierto la puerta del centro escolar, como hacía con gran puntualidad todas las mañanas.

«Les dije que tenía que abrir la puerta o llamarían a la policía, porque creerían que me había pasado algo», señala Ricardo. Los ladrones no hicieron caso al sacerdote y lo encerraron en una habitación tras maniatarlo. El párroco aprovechó entonces para aflojar la cinta adhesiva que oprimía sus muñecas y consiguió sacar su teléfono móvil de un bolsillo. Llamó al 112 cuando los delincuentes aún estaban en la casa. Mientras el sacerdote pedía auxilio, el profesor tocaba por segunda vez el timbre de la casa abadía.

Los asaltantes decidieron entonces que ya tenían suficiente botín y huyeron con los 1.200 euros. Eran las 7.50 horas. Los ladrones se toparon en la puerta con los dos maestros del colegio San Bartolomé que habían llamado al timbre poco antes. Los profesores entraron de inmediato en la vivienda y ayudaron al párroco a quitarse la cinta adhesiva. Minutos después llegaron dos patrullas de la Policía Local de Godella y otras tres de la Policía Nacional.

Los agentes hablaron con el sacerdote para que les facilitara una descripción física de los ladrones, y con gran prontitud, pasaron los datos a todas las patrullas que se encontraban de servicio en Godella y otras poblaciones cercanas. Durante cerca de una hora, los policías buscaron a los dos individuos de complexión delgada y acento sudamericano. El párroco sólo pudo ver la cara de uno de los asaltantes. El otro ocultaba su rostro con unas gafas de sol y una braga. «Recuerdo muy bien que uno no llevaba guantes. Me acuerdo de sus manos», asevera Ricardo.

Un equipo de Policía Científica se desplazó a la casa para buscar posibles huellas de los delincuentes. Los agentes realizaron una minuciosa inspección en las habitaciones que revolvieron los ladrones. Examinaron varios cajones, los pomos de las puertas y la cinta adhesiva, entre otros objetos. Posteriormente, el párroco acudió a la comisaría de la Policía Nacional de Burjassot para presentar la correspondiente denuncia, y minutos después, como buen sacerdote, manifestó que perdonaba a los dos hombres que tanto miedo le hicieron pasar. «Espero que se arrepientan porque la violencia no lleva a ninguna parte», dijo Ricardo con el ceño fruncido.

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