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Agentes del Sereim de la Guardia Civil de Granada trasladan el cadáver de la ciudadana libanesa que falleció el lunes cerca del pico Mulhacén. Guardia Civil
Sierra Nevada: Muertes y salvamentos en la montaña

La Sierra enseña los dientes

Cielos azules y accesos fáciles alimentan la falsa confianza de los montañeros imprudentes. Pero Sierra Nevada puede cambiar de cara en 45 minutos. La última muerta llevaba botas de calle y guantes de lana

INÉS GALLASTEGUI

Lunes, 14 de mayo 2018, 16:43

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En Sulayr, la montaña del sol, como la bautizaron los árabes, también hay sombras. A veces Sierra Nevada, esa belleza tan cerca del cielo desde la que en los días claros se ven el Mediterráneo y África, saca los dientes, devora a sus caminantes y se convierte en tumba. Y no solo la de Muley Hassan, el rey moro que pidió ser enterrado allí y dio nombre al techo de la Península Ibérica. También la de excursionistas que, cegados por la claridad del aire y la blancura de la nieve, se adentran en sus caminos sin el debido respeto.

Los turistas Edgar, alemán de 54 años, y Nada, libanesa de 38, llevaban unos días en Málaga y se les ocurrió dar el salto al macizo granadino. La pareja partió de Trevélez con la idea de llegar al Mulhacén II, la falsa cumbre del auténtico pico de 3.479 metros, y regresar al atardecer. Mal comienzo: es difícil salvar ese desnivel de kilómetro y medio vertical en menos de diez horas ida y vuelta. Él llevaba zapatillas de trekking y ella, botas de calle y guantes de lana. No tenían bastón, piolet ni crampones, esos dispositivos metálicos terminados en puntas que se adaptan al calzado para caminar sobre nieve o hielo. Llegaron al Alto del Chorrillo, pero al caer la tarde la nieve se puso dura y se deslizaban tanto que decidieron dar la vuelta. Entonces Nada resbaló y rodó por un desnivel de unos 200 metros. Se hirió un hombro y un pie, y una roca le abrió la cabeza. Estaba viva cuando su marido la dejó buscando cobertura con el móvil, pero en lugar de subir a una cresta, se encajonó aún más bajando por un barranco. Llevaba los pies empapados y estaba magullado por las caídas cuando, a las cinco de la madrugada, llegó a Trevélez y llamó a emergencias. Después se quedó sin batería, ilocalizable. La Sección de Rescate e Intervención en Montaña (Sereim) de la Guardia Civil de Granada lo encontró por fin a las once de la mañana en el pueblo y lo subió al helicóptero, pero él era incapaz de indicar dónde había dejado a su mujer. La búsqueda duró dos horas por tierra y aire. Cuando la hallaron, a mediodía, llevaba más de 20 horas sola, quieta y herida sobre la nieve, sin ropa para protegerse de las temperaturas bajo cero de la noche a casi 2.800 metros de altitud.

Es clave planificar la ruta, conocer el parte meteorológico y llevar la ropa y el equipo adecuados

No es la primera vez que unos excursionistas minusvaloran los riesgos del macizo penibético. El suceso más trágico ocurrió en 2004, cuando un grupo de holandeses de mediana edad realizó la ruta desde el mismo pueblo alpujarreño hasta el refugio de Poqueira en zapatillas y pantalón corto. Su guía, que nunca había estado en España, no tuvo en cuenta el parte del tiempo. Y este se cumplió: se levantaron rachas de viento helado de 80 kilómetros por hora y empezó a nevar. Sin visibilidad a causa de la niebla, el grupo se dispersó. A la mañana siguiente encontraron a tres de ellos muertos por hipotermia, uno a pocos metros del albergue. Los demás tenían quemaduras en los ojos y principio de congelación en la cara y las manos. Era mayo.

Son casos excepcionales, pero el Sereim, integrado por 16 agentes, auxilia a accidentados casi todas las semanas y, en ocasiones, a varios en un día: el 4 de diciembre sacaron a un escalador atrapado en un tajo, localizaron a una excursionista perdida y evacuaron a una esquiadora de fondo con una pierna rota.

Jardines botánicos de Sierra Nevada, en Granada
Jardines botánicos de Sierra Nevada, en Granada EFE

Demasiadas imprudencias

Dos de cada tres accidentes se deben a imprudencias, confirma el responsable del grupo, Rubén Santos. Por falta de equipo, formación e información y por desconocimiento del peligro. «La gente asocia los Pirineos al frío, a montaña invernal, y Sierra Nevada, al Sur, a nieve con sol, a calorcito», afirma el teniente. También contribuye a ese exceso de confianza el hecho de que se pueda llegar en coche o lanzadera hasta los 2.700 metros por la vertiente sur y hasta los 3.000 por la norte, resalta Pablo Ruiz de Almirón, director técnico de la empresa de turismo activo Mamut Sierra Nevada. «Y que en Centroeuropa se nos publicite como una montaña amable, accesible, a la que se puede subir en tirantes a 3.000 metros», agrega este doctor en Educación Física y Deportiva, que echa en falta más refugios guardados, agentes sobre el terreno y señalización en el Parque Nacional.

El problema es que aquí un cielo azul puede cambiar bruscamente a temporal de nieve en 45 minutos. Contribuye la cercanía de la confluencia de dos mares y el hecho de ser un macizo aislado. «En Sierra Nevada puedes estar en manga corta, pero si se mete una nube y se levanta el viento la sensación térmica pasa a menos 20 grados en minutos», corrobora Asunción Yanguas, responsable del comité de Seguridad de la Federación Andaluza de Montañismo (FAM). Además de la hipotermia, la deshidratación, el mal de altura, la fatiga y la sobreestimación de la propia capacidad física y técnica son otros riesgos de la alta montaña, subraya esta enfermera.

«La gente aprende a esquiar con un profesor, pero cuando se inicia en la alta montaña, se conforma con un colega. Y la formación es seguridad», asegura Yanguas. Llevar crampones y piolet, explica, no sirve de nada si uno no sabe usarlos. Es importante tener algunas nociones de nivología -para saber cómo cramponear en nieve «azúcar, paposa o helada»- y haber practicado las «autodetenciones», es decir, cómo pararse con el piolet si uno se desliza por una pendiente helada. Tanto la FAM como las empresas de turismo activo disponen de técnicos deportivos que, aparte de actuar como guías, imparten cursos teórico-prácticos. «Es difícil tener un accidente yendo con un guía local», admite el teniente Santos.

Planificar la ruta, comprobar la previsión meteorológica, llevar el equipamiento adecuado, no caminar en solitario y avisar a alguien de la partida y el regreso son algunas de las recomendaciones del Parque Natural, que difunde una ficha de seguridad semanal con los pormenores sobre las condiciones de la montaña. Su director, Javier Sánchez, cree que las imprudencias son el resultado de una cultura de «banalización del riesgo» y del 'boom' que ha experimentado el montañismo.

«Ante la duda, ¡regresa!», es el último de los consejos que el parque distribuye en cuatro idiomas. A Edgar y Nada no les funcionó.

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