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Pedro Gargantilla. ::
¿Perdió Napoleón la batalla de Waterloo por un ataque de hemorroides?

¿Perdió Napoleón la batalla de Waterloo por un ataque de hemorroides?

El doctor Pedro Gargantilla, todo un experto en la historia vinculada a la medicina, responde a esta y otras cuestiones en su nuevo libro, ‘Enfermedades que cambiaron la historia’

pilar manzanares

Sábado, 2 de abril 2016, 09:45

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Es todo un experto en lo que a historia de la medicina se refiere. No en vano, el doctor Pedro Gargantilla imparte esta asignatura en las Universidades Francisco de Vitoria y Europea de Madrid. Divulgador y escritor, ha publicado entre otros libros El dolor en la pintura y 'Enfermedades de los reyes de España (un volumen dedicado a los Austrias y otro a los Borbones), amén de su Manual de Historia de la Medicina, uno de los libros de texto más utilizados en los campus. Además, ha colaborado en los documentales El hechizo genético de los Austrias y El siglo de Águila Roja.

Hoy hablamos con él con motivo del lanzamiento de Enfermedades que cambiaron la historia, editado por La Esfera de los Libros, una obra repleta de curiosidades que, desde los tiempos de la Batalla de Las Termópilas hasta la Conquista de América, repasa e hipotetiza sobre cómo podría ser el mundo hoy si la salud hubiera estado presente a lo largo de los tiempos.

¿Qué tiene que ver la medicina con la derrota de Goliat por parte de David?

Tiene que ver y muchísimo. La historia viene reflejada en La Biblia y por ella sabemos que el pequeño David derrotó al gigante Goliat. Pero el texto nos da más información que desde el punto de vista médico es muy valiosa. Por una parte, sabemos que Goliat no veía bien porque se cuenta que cuando entraba en combate había una persona que le daba la mano y le acercaba al campo de batalla. En el enfrentamiento contra David, además, el texto dice que Goliat grita a su adversario que no se mueva tanto y se acerque más. Con estos datos podemos deducir no solamente que el guerrero filisteo buscaba el cuerpo a cuerpo, también que padecía gigantismo (su descomunal tamaño se debía a un exceso de hormona del crecimiento). Si a esto le unimos el problema visual que tenía nos hace sospechar que la hipófisis, donde se produce la hormona del crecimiento, debió de tener un desarrollo exagerado que comprimió la vía visual. En resumen, Goliat debió de padecer un tumor hipofisiario. Así que, desde el punto de vista médico, David mató a un minusválido.

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Avancemos un poco más por la Historia y cuéntenos ese gusto por envenenarse de los romanos.

-Lo hacían sin saberlo, pero esta puede que fuera una de las causas de la desaparición de su Imperio, donde sobre todo las clases altas se fueron diezmando. Los romanos usaban mucho plomo. Este metal estaba presente en el maquillaje de las mujeres, en las cañerías, en los utensilios con los que servían y en el vino. Si leemos los escritos de Marco Gavio Apicio, gastrónomo de la época, la adición de plomo al zumo de uvas mejoraba el color, proporcionaba un sabor azucarado y preservaba el vino. Por ese gusto se ha encontrado que la concentración de plomo en el mosto equivalía a una exposición dieciséis mil veces superior a lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), si a esto le añadimos la afición de los romanos por esta bebida, podríamos explicar la elevada prevalencia de gota, los trastornos psíquicos y los comportamientos anómalos de muchos emperadores que podrían haber padecido saturnismo.

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En el Imperio nos encontramos con Mesalina, una mujer con una voracidad sexual insaciable. ¿Ninfómana?

Efectivamente, Mesalina puede ser perfectamente etiquetada como tal si leemos los escritos de la época, incluso se cuenta que llegó a competir con una de las prostitutas más afamadas a ver quién tenía mayor número de relaciones sexuales en una noche y, por supuesto, ganó la emperatriz. Aún hoy se desconoce el origen de este trastorno del comportamiento que se contempla en el Código Internacional de Enfermedades como Impulso Sexual Excesivo, al igual que la satiriasis (la ninfomanía masculina).

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También era insaciable su marido, el emperador Claudio, aunque a este lo que le podía era la comida, sobre todo las setas.

Es cierto que a los emperadores de la época les encantaba comer, de hecho sabemos que se inducían el vómito cuando estaban llenos para seguir comiendo más. En el caso de Claudio, su glotonería era excesiva. ¿El motivo? Aún hoy no sabemos exactamente por qué se produce esa sensación de insaciabilidad que tienen algunas personas, pero sí que están implicadas unas hormonas de la saciedad llamadas leptinas.

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Como experto en enfermedades que afectaban a la realeza, ¿puede explicarnos en qué consistía realmente el hechizo de Carlos II?

El monarca tuvo dos esposas con las que no consiguió tener descendencia. En aquella época, los problemas de infertilidad solo se achacaban a las mujeres, pero la segunda esposa, Mariana de Neoburgo, tenía unos antecedentes fértiles acreditadísimos, ya que su madre había tenido veintitrés hijos, así que se fijó la mirada en el rey. Un fraile asturiano que vino a verlo dijo que el rey había sido endemoniado a través de un chocolate que le habían dado y comenzaron a practicarle todo tipo de exorcismos.

La explicación médica de por qué no tenía descendencia se supo tras su muerte, cuando le practicaron la autopsia. «No tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones corroídos; los intestinos putrefactos y gangrenados; la cabeza llena de agua y un solo testículo negro como el carbón», decía la autopsia. Hoy sabemos que con un solo testículo atrófico es imposible que tuviera descendencia. A la luz de estos datos pensamos que el monarca pudo tener una enfermedad cromosómica como el síndrome de Klinefelter, aunque no se dieran todas las características de este. Con todo, hay que tener en cuenta que la información médica que nos llega hay que leerla entrecomillada. Estamos hablando del año 1700, así que desde el punto de vista médico habría que matizar bastante esa autopsia.

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Lo de un cadáver muerto sin una gota de sangre nos lleva a pensar en los vampiros, aunque claramente Carlos II no fue víctima de ningún ataque de este tipo. Pero, médicamente hablando, ¿qué hay de cierto en estos seres?

En un estudio sobre el tema que hice hace unos años analicé las causas médicas de por qué se produce el vampirismo. Analizando todo el mito, que es muy variado y rico, llegué a la conclusión de que un vampiro podría ser alguien aquejado de una enfermedad. Por una parte, podría explicarse en parte por la esquizofrenia, las personas con un trastorno de la conducta que les diera por atacar a personas, morderlas y consumir su sangre. Pero hay muchas leyendas, muchos casos escritos y, sin embargo, esta enfermedad es infrecuente, tan solo un 1% de la población la padece, con lo que parece que esta es una causa improbable. También se ha especulado con la porfiria, una enfermedad relacionada con la hemoglobina que provoca sensibilidad excesiva a la luz, cambios de personalidad, alteraciones mentales... Esta se parece mucho a las descripciones que se dan de los vampiros, pero el problema que tenemos es que también se trata de una enfermedad muy infrecuente. La tercera posibilidad, que es la que parece más probable, es la rabia. Es una enfermedad de tipo infeccioso, que se adquiere tras la mordedura de un animal, el reflejo sobre una superficie acuosa o un espejo puede producir espasmos laríngeos, provoca sentimientos de violencia y ganas de atacar a otros... Además, era una enfermedad epidémica en la época de la que data el mito y se dieron muchísimos casos, sobre todo en la Europa del Este.

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Seguimos con la realeza para hablar del embarazo fantasma de María Tudor. ¿Por qué suceden lo que hoy llamamos embarazos psicológicos o pseudociesis?

Se trata de una enfermedad excepcional, de hecho yo a lo largo de mi carrera no me he encontrado con nadie que la haya padecido. Afecta, por lo general, a mujeres de cierta edad que tienen muchísimos deseos de quedarse embarazadas hasta el punto de que su organismo va cambiando, aumenta el abdomen, desaparece la regla... pero cuando llegan los nueves meses allí no se produce ningún parto y, paulatinamente, el abdomen se va desinflando y desaparece esa distensión. Hoy tenemos muchas pruebas diagnósticas para saber si hay feto, pero si viajamos al siglo XVI, a la época de Felipe II, la cosa cambia. En ese momento de la Historia era imposible diagnosticarlo. María Tudor fue una reina añosa con muchos deseos de ser madre, de ahí que tuviese un episodio de embarazo fantasma que tuvo a la corte en vilo hasta el noveno mes, en el que todo desapareció. Pero durante ese tiempo, para la reina fue tan real el embarazo que en su diario llegó a escribir que sentía las patadas del feto. De haber sido cierto, el heredero hubiera sido el rey de España e Inglaterra, lo que habría cambiado por completo el mapa de Europa.

Comentaba antes que la fertilidad de las mujeres se medía por sus antecedentes familiares. De poco servía, ¿no?

Efectivamente. No hay ningún rasgo hereditario por el que una mujer sea o no fértil, pero en aquella época se desconocían todavía las causas por las que una pareja no tenía descendencia.

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Nos adentramos en el campo de batalla para ver cómo una enfermedad cambió el curso de la historia. ¿Las hemorroides de Napoleón hicieron más por la victoria que Wellington?

La máscara de pico, un recuerdo de la peste

  • La popular máscara de pico veneciana también tiene que ver con la enfermedad. Más concretamente con el médico que trataba la peste negra que se desencadenó en Génova en 1348 y que, convertida en pandemia, provocó la muerte de más de 25 millones de personas. Tal y como cuenta el doctor Pedro Gargantilla, durante la epidemia veneciana aparecieron los médicos que iban a tratar a estos pacientes. Estos médicos de la peste iban cubiertos con largos abrigos de cuero encerado, sombreros de ala ancha, guantes y una máscara de pico, ya que pensaban que la enfermedad se transmitía por vía aérea. «La máscara era de pico porque se creía que la enfermedad la transmitían los pájaros y, con ella, pensaban que estos no se acercaban al portador. Además, el pico les servía para no acercarse al aliento de los enfermos y para mitigar el terrible olor de los cuerpos putrefactos, ya que los rellenaban con hierbas aromáticas». Con toda esa indumentaria, los médicos por supuesto no estaban a salvo de la enfermedad, pero eso era algo que entonces desconocían.

Es muy posible. Napoleón tuvo muchísimas enfermedades y de entre ellas destacan las hemorroides. Sabemos que tenía una alimentación bastante deficiente, que era de hábito estreñido y que le gustaba dirigir las batallas personalmente, y con estos ingredientes podemos exlicar lo que pasó en Waterloo. A causa de un ataque de hemorroides, Napoleón no pudo subirse a su caballo, Marengo, para dirigir la contienda en primera línea como siempre hacía. Era en el campo de batalla donde podía descubrir el instante propicio y tomar decisiones audaces que habían desequilibrado la balanza a su favor en muchas ocasiones. Pero, aunque intentó retrasar el inicio de la contienda, no pudo ser, así que tuvo que hacer de estratega desde su tienda de campaña mientras se daba baños para paliar el dolor y medio adormilado por el efecto del láudano. En esta situación no pudo ver cómo el ejército prusiano les sorprendería por la retaguardia, siendo derrotado.

¿Hubo en el pasado lo que hoy denominamos guerras bacteriológicas?

Sí, por supuesto, y desde muy antiguo. Pero tenemos un ejemplo muy claro en los tiempos modernos, durante la Conquista de Norteamérica. Cuando los ingleses llegaron allí se encontraron con una población que no conocía la viruela. En 1758 Jeffrey Amherst, comandante en jefe del ejército británico en América, sugirió a su subalterno, Henry Bouquet, repartir mantas contaminadas por enfermos entre los indios que asediaban el fuerte de Fort Pitt. En una de sus cartas se puede leer: «Haríais bien en intentar infectar a los indios con mantas, o por cualquier otro método tendente a extirpar a esta raza execrable». El resultado fue la aparición de una epidemia y el fallecimiento de más de cien mil personas. También el virus de la viruela fue un ayudante incondicional de los conquistadores españoles, aunque en este caso no hay evidencia de que los contagios fueran intencionados.

En una conferencia que dio en Soria hace unos años habló de cómo los alimentos también han cambiado el curso de la historia y la medicina. ¿Algún ejemplo concreto?

Muchos. Una historia que me gusta especialmente es la del nacimiento del gin tonic y su relación con la enfermedad. Durante la invasión británica de la India, el ejército inglés se dio cuenta de que la mortalidad no la producían tanto los hindúes como un mosquito (el anófeles) que transmitía el paludismo. Los soldados enfermaban entonces con unas fiebres muy elevadas y muchos de ellos fallecían. En aquellos momentos ya se conocía que la quina era un remedio contra esa enfermedad, así que comenzaron a consumirla en forma de tónica, pero el sabor era tan amargo que las tropas inglesas se resistían a tomar aquel remedio, hasta que decidieron camuflar ese sabor tan amargo con un poco de ginebra. ¡Mano de santo!

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