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Carlos Manuel Sánchez
Miércoles, 18 de abril 2018, 14:27
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Póngase en situación. Sala de espera de su centro de salud. Usted está citado con su médico de cabecera. Tos y mocos. Es la época… Abre la puerta el doctor Fernando Fabiani y lo invita a pasar. Lo ausculta. Usted ya lleva días tomando antigripales y jarabes anunciados por televisión. Pero sigue igual.
El doctor le explica entonces: «Gripes y catarros se curan solos. Hagamos lo que hagamos, van a durar lo mismo. Lo sabían nuestras abuelas. Bebidas templaditas, algún calmante suave y pañuelo. Pero, ojo, pañuelos desechables, así que, como son desechables, no los guarde como una reliquia en el bolsillo». Usted ejerce entonces su derecho a la pataleta y pide, ¡exige!, antibióticos, mucolíticos y lo que haga falta porque piensa que el resfriado se le puede bajar al pecho… «Pues no, el catarro no es un ascensor. No baja a ningún sitio. A raíz de la infección se puede desarrollar una bronquitis. Pero eso no se puede evitar, por muchas pastillas que tome».
Son recomendaciones a contracorriente de una medicina cada vez más orientada hacia el aluvión de pruebas diagnósticas, tecnología punta, fármacos a tutiplén y visitas programadas al quirófano. Y proceden del colectivo médico más sobrecargado de nuestro país. Y también el más numeroso. El de los médicos de familia. Son unos 38.000 de los 210.000 médicos que ejercen en España.
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