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El miedo a volar tiene cura

El miedo a volar tiene cura

Urbano Monedero es el capellán del aeropuerto de Barajas. «He visto a un comandante poner en manos de Dios el avión y el pasaje»

ANTONIO PANIAGUA

Jueves, 23 de noviembre 2017, 00:59

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A los 26 años Urbano Monedero sufrió un cólico nefrítico que le duró diez días porque había roto con su novia. No era un desengaño amoroso. Estaba muy lejos de casa, en Puerto Rico, y asistía a misa con su prometida. De repente, durante la consagración, Urbano sintió una llamada divina y le anegó una «gracia extraordinaria». «Empecé a llorar y me dije: 'esto es lo mío'». Ahora Monedero, de 67 años y ascendencia judía, es capellán del aeropuerto de Barajas (Madrid), que recorre cada dos días para celebrar misa en sus tres capillas. Cuando acaba, se dirige a paso veloz al metro para ir al aparcamiento, montar en su coche y enfilar la carretera hacia Cabanillas de la Sierra, un pueblo a 55 kilómetros de Madrid en el que ejerce de párroco.

La vida de este cura siempre ha estado ligada al aeropuerto de Madrid, donde ya de niño hizo de monaguillo tanto en las instalaciones de AENA como en el municipio de Barajas. El clérigo chapurrea algo de inglés, portugués y francés y habla bien en italiano, idiomas en que se expresa para ayudar a viajeros de toda laya. El dominio del italiano le viene de cuando estudió en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, donde se doctoró en Derecho Canónico.

Durante estos dos últimos años ha asistido espiritualmente a tripulaciones, funcionarios y pasajeros, al tiempo que ha vivido hechos insólitos. «Una vez un comandante levantó las manos hacia el sagrario y dijo que ponía en manos de Dios el avión, la tripulación y los pasajeros. Unas señoras se quedaron impactadas, entre otras cosas porque el piloto tenía buena planta».

Quiso ser piloto, habla italiano y chapurrea inglés, francés y portugués

Cuando era laico fue uno de los fundadores de un departamento dedicado al turismo social en el Ayuntamiento de Madrid. Entonces trabajó a las órdenes de los alcaldes José Luis Álvarez (UCD) y Enrique Tierno Galván (PSOE). Esa dedicación le permitió recorrer medio mundo. Ya tenía casi hechas las maletas para desplazarse a Hong Kong y Bangkok cuando Jesucristo le echó el lazo. La Iglesia ganó a un cura, pero la política perdió a uno de los suyos. Y es que Urbano quería dedicarse a la cosa pública. A eso o a ser piloto, «pero para ello hacía falta dinero y mi padre no lo tenía».

Juez del Tribunal de la Rota

La vida del cura se desarrolla entre las terminales 1, 2 y 4 del aeropuerto, un recinto en el que viven 25 mendigos. «Una vez acogí a uno en mi casa. Se llamaba Javier y le conocí en la Plaza Mayor de Madrid, adonde voy los domingos para dar la cena a los indigentes. Pero como el piso no era mío, sino de mi hermano, y a él no le gustó el plan, nos tuvimos que marchar».

Urbano procede de lo que él llama una «casta sacerdotal». A un primo de su madre le dieron 'el paseo' nada más comenzar la Guerra Civil, mientras que un tío suyo quiso vestir la sotana. Precisamente fue este familiar el que trajo a todo el clan Monedero desde Motilla del Palancar (Cuenca), donde nació Urbano, y fue colocando a la prole. Al padre del futuro sacerdote le encontró un trabajo en Campsa, cerca del aeropuerto de Barajas, para que se ocupara del repostaje de los aviones. «Mi padre era de izquierdas y no me quería ver de sacerdote. Además, como habían matado al primo de mi madre, en mi familia había miedo».

Hoy sortea el tráfago diario de Barajas para celebrar la eucaristía, pero donde más ha trabajado Urbano ha sido en el Tribunal de la Rota (16 años en total), que entre otras cosas se ocupa de las nulidades matrimoniales de las parejas católicas. En esa institución ejercía de juez y defensor del vínculo, una especie de fiscal eclesiástico, cargo que le obligaba a interrogar a los cónyuges y plantear argumentos contra la disolución. Desde que el Papa Francisco decidió acelerar los procesos de nulidad, muchos compañeros de Urbano se quedaron de brazos cruzados. «Sobrábamos muchos. De hecho, yo me presté a irme voluntario y jubilarme. Preferí que se quedaran dos abogadas, también defensoras del vínculo. En la Seguridad Social ya figuro como pensionista, aunque los sacerdotes nunca nos jubilamos».

En el aeropuerto de Barajas no ha celebrado ninguna boda, pero sí en otras parroquias. Porque algunos fieles que consiguieron la nulidad gracias a su concurso le siguen llamando para volver a casarse. «Ahora tenemos un caso pendiente de la decisión de Roma. El novio tiene 70 años y es médico».

Urbano quiere dedicar el último tramo de su carrera eclesiástica a vivir un «cristianismo más radical». No en balde, cuando se ordenó, a los 34 años, quería ser misionero en Bolivia, pero las circunstancias familiares frustraron sus planes. Anda dándole vueltas a un proyecto para ejercer una labor pastoral de este tipo, porque si algo tiene claro es su «opción preferencial por los pobres». De hecho, en vez de tomarse vacaciones, el sacerdote viaja a países pobres para ofrecer ayuda y medicamentos. Ha estado en Kenia, Perú, Colombia, Guatemala y Brasil, una nación que le enamoró y donde trabajó con niños que vagaban por las calles de Sao Paulo. «Siempre me ha gustado ahorrar un dinero y luego, en verano, llevarlo personalmente para invertirlo en iniciativas misioneras».

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