Borrar
Urgente Los valencianos acuden en masa a ver a la Virgen en el último día de Fallas
Antonio Cortés en el jardín de su casa, en Espai Verd. Á.G.D.
¿Y si el futuro se estuviera escribiendo en Valencia?

¿Y si el futuro se estuviera escribiendo en Valencia?

Antonio Cortés lleva 30 años proyectando hacia dónde se dirigen los avances tecnológicos. Ahora, con 69 años, busca inversores para su último y más ambicioso proyecto

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Viernes, 27 de abril 2018

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

¿Y si los fundamentos que han desarrollado el smartphone que tenemos en nuestro bolsillo hubiera salido de una mente valenciana? ¿Y si el origen de lo que llamamos 'el internet de las cosas' estuviera en Callosa d'En Sarrià? ¿Y si el próximo gran avance tecnológico se presentase desde un edificio de Valencia? Antonio Cortés contesta con tranquilidad a todo que sí, y luego pregunta con inocencia: «¿A que es la leche?»

A Cortés se le conoce por ser el responsable de uno de los edificios más llamativos de Valencia, Espai Verd, un símbolo del ecologismo a finales de los 80. Pero tras la apariencia de ser una construcción simplemente 'singular', la historia del arquitecto revela que ese calificativo se queda algo corto, y que -en realidad- estamos ante una excepcionalidad.

La historia comienza hace unos 35 años, cuando Cortés acaba los estudios de arquitectura y funda una firma con tres amigos. Él es un católico místico profundamente concienciado con el planeta que comparte estudio con socialistas y comunistas. Entre los cuatro proyectaron entonces varios edificios creando cooperativas para contrarrestar la falta de promociones de la época, siempre siguiendo un carisma social.

A Cortés se le quedó pequeña la arquitectura cuando imaginaba que el futuro se encontraba, no solo en las casas prefabricadas, sino también en la digitalización de procesos cotidianos. Fue entonces cuando se agenció con un ordenador de segunda mano. Cuenta que en esa época eran tan grandes como un armario; solo existían en bancos, universidades y empresas de cálculo y necesitaban de un aparato de aire acondicionado propio cuando las casas particulares no disponían ni uno para los humanos. Su mujer le apoyó cuando surgió una ganga y se hipotecaron juntos «por lo que valían tres casas normales» para comprarlo. Los gastos del aparato le obligaron a montar una empresa de cálculo y empezó a desarrollar (estudiando informática de manera autodidacta) programas expertos bajo el nombre de Espaci.

Cortés dejó la arquitectura para fundar una empresa que sería pionera en España

Este apuesta de Cortés fue pionera en España: «fuimos los únicos del país y de los pocos en Europa de nuestras características. Recuerdo haber conocido a una empresa similar en Edimburgo, pero nada más», cuenta. En 1987, Espaci había desarrollado cuatro programas expertos, dos para construcción y administración de viviendas y otros dos para grandes comercios. La joya de la corona era un software que automatizaba gran parte de los cálculos que se tenían que hacer a la hora de construir un edificio. Recibió un importante premio en una feria estatal y tuvo muy buena acogida entre los clientes.

Por entonces, ya había abandonado la firma de arquitectura, aunque se encargó de acabar Espai Verd, el proyecto en el que iba volcar toda su particular cosmovisión. Su bola de cristal le llevó a plantear algo revolucionario en España: instalar en el edificio una red de banda ancha, entonces solo reservada para las calles de las ciudades.

A principios de los 90, Cortés fue a la secretaría de Telecomunicaciones. «Me tomaron por loco, ¿para qué iba a instalar algo tan avanzado en un edificio de viviendas? Volví muy decepcionado, pero me dio igual y tiré adelante con mi idea», cuenta. Una decada y pico después, cuando surgió la necesidad, el BOE publicó un reglamento de cómo se tenían que instalar esas redes en los edificios. La regulación clavaba lo que Cortés había proyectado: «Llamé a Telecomunicaciones y conseguí hablar con el mismo señor que me atendió años atrás. En cuanto se puso, me preguntó asombrado cómo podía haber sabido que se iba a diseñar así».

La providencia certera del arquitecto no había hecho nada más que empezar. En la misma conversación telefónica el funcionario le preguntó, aún asombrado, qué iba a ser lo siguiente. «El futuro son los nodos», dijo Cortés, según su reconstrucción; «¿Cómo?»; «Dentro de poco las cosas estarán conectadas y todo tendrá un ordenador pequeño. Las personas tendrán dispositivos en sus bolsillos con el que controlar sus coches, las luces, su nevera...», continuaría el arquitecto; «Usted está loco, pero póngase a trabajar con ello», le contestarían al otro lado del teléfono.

Pronto desarrollaría, a través de Espaci, un boceto de esa idea que tenía en mente de un mundo conectado, en el que cada 'nodo' estuviera interconectado. Y otra vez se convirtió en oráculo y avanzó, no solo las tecnologías con las que convivimos actualmente, sino lo que suponemos que viene a partir de ahora.

Con el apoyo de la Cámara de Comercio, el proyecto fue haciendo camino hasta llegar a las manos de Hispasat, y así aceptaron que su proyecto se presentase en el ISI (Integral Satcom Initiative), una especie de agencia europea de satélites. «A esas reuniones solo acudían multinacionales, y luego estaba Espaci. Muchos me miraban raro y hasta que no me fui presentando no entendían muy bien qué hacía yo allí», cuenta.

La agencia le pidió que hiciese una propuesta formal de su idea en una asamblea para empezar a desarrollarla. Y a finales de 2008 fue cuando presentó el proyecto de los nodos de comunicaciones avanzadas. El 'proposal' tuvo una acogida brutal: años atrás le dijeron que su proyecto valía 1.000 millones de euros; ahora los que le asesoran le dicen que eso es «la calderilla» (podría plantearse, por ejemplo, empezar a cobrar licencias por todos los dispositivos de ese 'internet de las cosas'). Todo ese trabajo le costó, eso sí, un infarto pocas semanas después de la asamblea.

Hoy, con 69 años, Cortés quiere dar un paso al lado, pero asegurándose que su proyecto más ambicioso se pone en marcha. «Todo está por desarrollar. Los smartphones, los PCs, las televisiones, todo lo que utilizamos ahora está obsoleto. Los nodos abarcan un futuro nuevo» cuenta con entusiasmo, aunque reconoce que el resultado final de su idea lo decidirá el mercado.

Valoraron su proyecto en 1.000 millones de euros. Ahora los que le asesoran dicen que eso es «la calderilla»

Su idea busca grandes inversores y a él le gustaría que el proyecto se desarrollara en Valencia. Algunas negociaciones están muy avanzadas, pero las dimensiones piden un consorcio de empresas importantes para pagar todo lo que potencionalmente necesita su propuesta. Durante las dos horas en las que se sucede la entrevista, el entusiasmo de Cortés no desfallece. Es lo que le ha hecho llegar hasta aquí.

Con el historial que arrastra, la última pregunta estaba clara. Iba a ser la misma que le hizo el funcionario de telecomunicación ya hace casi dos décadas: ¿y ahora qué? «En el futuro conviviremos con millones y millones de robots, todo será inteligente. Si desarrollamos como Dios manda la tecnología, se cumplirá el sueño del socialismo feliz: cuando haya un accidente de tráfico, una ambulancia automatizada llevará los primeros auxilios; los drones acercarán comida a aquellos lugares donde es difícil que llegue la caridad y los vasos de vino nos dirán cuándo hemos tomado suficiente alcohol», relata.

- ¿Y no comparte el miedo generalizado de una tecnología en contra de la Humanidad?

- El mal siempre está ahí, pero soy optimista. Yo tengo la certeza de que el bien siempre se impone.

Un hombre por el Bien de la Humanidad

El principal motor de la impresionante carrera de Antonio Cortés es el Espíritu Santo. Él no oculta su misticismo, que ha articulado todas sus ideas y el iluminado camino de Espaci. «La empresa tiene una vertiente tecnológica pero también filosófica, mística y ecológica», repite en varias ocasiones.

Asegura que su creencia le obliga a pensar más en el mundo que en su bolsillo. En cada decisión tomada durante todo el relato anterior, Cortés incluye providencias, oraciones y la constante obsesión por buscar el Bien a la imagen de Dios. «Somos humanistas, pero espiritualmente analfabetos, y con mi trabajo quiero alfabetizar las almas para construir un futuro mejor», sentencia.

En el traspaso de la propiedad intelectual de su idea en la que está inmerso, hay una cláusula que llama la atención: «Para desarrollar y aplicar dichas ideas y tecnologías ponemos la condición de que sea para el Bien de la Humanidad». Cuando dice que las inteligencias artificiales tienen que ser diseñadas «como Dios manda», lo dice literalmente.

Por eso, dentro de la brutal evolución empresarial que proyecta de Espaci, hay un proyecto al que no renuncia. Una iniciativa para acabar con el chabolismo invirtiendo dinero a fondo perdido contruyendo casas prefabricadas de bajo coste «pero muy dignas».

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios