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Emilio Collazos, flanqueado por dos colegas, sonríe tras colegiarse como abogado en Gran Canaria. francisco socorro
Un forajido de ley

Un forajido de ley

El extremeño Emilio Collazos atracó 50 bancos en treinta años. A sus 66 y en libertad condicional, acaba de colegiarse como abogado tras licenciarse en la cárcel

ICIAR OCHOA DE OLANO

Jueves, 23 de noviembre 2017, 00:33

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La telefonista del Colegio de Abogados de Las Palmas de Gran Canaria nos facilita su paradero. Últimamente le ve mucho por allí. «Es un hombre encantador, siempre de buen humor. Se nota que ha vivido mucho», dice arrobada por el saleroso letrado, un recién colegiado de 66 años. «Le buscan por eso, ¿verdad?».

A Emilio Collazos Vegas, en libertad condicional desde el pasado mes de marzo, cuando salió de la cárcel, siempre le ayudó tener cara de bueno. «Recuerdo a más de un director de banco diciendo en la tele: 'pero si era un tipo de lo más normal y va y me saca una pistola'», evoca antes de estallar en una carcajada sonora y contagiosa. No fueron cuatro ni diez los responsables financieros a los que dejó aturdidos. Entre 1976 y 2008 atracó cincuenta bancos. La mayoría, él solo. La mayoría, en el País Vasco. Le trincaron varias veces, pero se fugó otras tantas. En su última entrada en prisión decidió cortarse la coleta como «bandolero» y hacerse abogado penalista para ayudar a sacar «a cuantos pueda de prisión». Ahora acaba de colegiarse y ya tiene entre manos «cinco o seis casos, además de un divorcio y un convenio de regulación».

Sexto y último hijo de unos agricultores extremeños, la infancia de este cacereño del 51 está ligada al Hispanoamericano. Allí acababan su padre y sus hermanos cada vez que salían del silo de vender grano. «Todo se lo lleva siempre el banco», se dolía su padre, «hasta las cejas de préstamos». Aquella cantinela «se me quedó grabada. Les cogí un odio terrible», cuenta con voz áspera. A los diez años le mandaron al Seminario y «después de ver aquel panorama, a los catorce me salí». Hasta COU incluido, combinó el instituto nocturno con un trabajo «entre tornillos» en la fábrica de Renault de Valladolid. Tampoco era lo suyo y lo cambió por el tercio don Juan de Austria de la Legión, en el Sáhara, en vísperas de La Marcha Verde. Si Marruecos y España entraban en guerra tendría la ocasión de «saquear la casa de algún moro rico y hacer botín», se relamió. Pero el enfrentamiento no llegó y «mosqueado», empezó a atracar bancos.

Sus nuevos colegas le han comprado la toga y le han pagado los gastos de su colegiación

«En realidad, el primero no fue tal cosa. Cuando ya los tenía firmes, entró un señor con un maletín. Lleva 2,4 millones de pesetas (14.400 euros). Fue lo que me llevé». A mediados de los ochenta y primeros de los noventa perpetraría los grandes golpes. «A menudo al Banco Guipuzcoano. Le dimos trabajo, sí», dice socarrón. Cayeron el de Ermua (Vizcaya), de donde se llevaron 21 millones de la época (126.200 euros); el de Eibar (Guipúzcoa), que les reportó un botín similar; los de Mondragón, Logroño, San Sebastián, Vitoria, Estella...

- ¿Iba siempre armado?

- Siempre he llevado Parabellum hasta que me cogieron en Logroño. Fue en el 92, en el Banco Guipuzcoano, en la Gran Vía. Me metieron 7 años, 3 de ellos por tenencia ilícita de armas. Y sin usarla. A partir de ahí decidí llevar una simulada. Pinté un poco el cañón, que viene blanco, y fuera.

- Cuando llevaba compinches decían que eran miembros de ETA.

- Sí, de ETA político-militar, para que la gente no opusiera resistencia y no tuviéramos que usar violencia de ningún tipo. Jamás hicimos daño a nadie.

Dos años más tarde perpetraban el asalto más lucrativo. Otro Guipuzcoano. Esta vez, de San Sebastián. «Cayeron 27 kilos (162.300 euros). Una pasada. Yo lo recuerdo y me río. Un bolso lleno hasta arriba. Con las divisas y todo», rememora admirado, como si lo reviviera por primera vez. Para entonces, se acompañaba de otros dos compinches. «A menudo atracábamos antes del día de la Lotería de Navidad. Decíamos 'vamos a hacernos millonarios antes de que canten los niños'. Íbamos de víspera o dos días antes. Allí, en el País Vasco, se cobraban extraordinarias de 200.000 pesetas (1.200 euros) y entre las pagas y los sueldos, las arcas de los bancos estaban llenas a rebosar de millones, en billetes de 10.000 (60 euros)».

- ¿En qué gastaba lo que robaba?

- Joé, pues en todo. En el buen comer. Conozco todo América, desde México hasta Ushuaia, he estado cinco o seis veces en los Carnavales de Río... He vivido como un rico prácticamente treinta años.

- ¿Cómo sacaba el dinero del país?

- Lo metía en calcetines y pasaba la frontera de Portugal como si nada. Eso sí, iba bien vestido. De ahí me iba a Río y luego a Uruguay, que es un paraíso fiscal. Lo cambiaba a los judíos y al banco. Allí me hacía pasar por abogado.

Cuando la Policía le detuvo de nuevo, en el 94, le acusaron de cometer 23 atracos. «No se equivocaron en ninguno y aún nos quedaba todo Navarra». El arresto ocurrió en Vitoria, a donde se desplazaron para atracar el Barclays Bank. El asalto se complicó y acabaron huyendo en coche con dos rehenes. «Cuando se celebró el juicio ya estaba fugado y no pude asistir.

Collazos daba el último palo en 2008, en Gran Canaria. Y lo hacía a lo grande. Quince rehenes con las manos en la nuca, dos minutos para que se abriera una caja fuerte con 200.000 euros y, fuera, cien personas desalojadas del edificio. Intervinieron los GEO. Cuando salió esposado vio a la gente aplaudir a los agentes y, «de repente, me di cuenta de que estaba en el bando equivocado». Le imputaron tres atracos y le impusieron una sentencia de trece años y medio. «Me dije 'ya no robo más. Quiero ser abogado'. Y me puse a ello. Ocho horas diarias de estudio. ¿Duro? Bueno, el Derecho es como una pirámide invertida. Al principio es aburrido pero, cuando te metes en faena, engancha», cuenta agradecido a la Pastoral del centro penitenciario Juan Grande. «Me pagaron los libros cuando llegó la crisis y vinieron los recortes. Sin ellos, no habría acabado».

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Para los reos de ese centro, Collazos ya era todo un letrado antes de licenciarse, cuando se ofrecía a redactarles recursos pidiendo al juez permisos o el tercer grado «a cambio de un Chester o de un café». Ya en la calle desde hace ocho meses, y en libertad provisional hasta 2023, ha comprobado emocionado que sus nuevos colegas de profesión «me aceptan». Más que eso. Uno se ha ofrecido a comprarle la toga y otros tres a correr con los gastos de su colegiación. «Las tasas son 392 euros y yo he salido cobrando un paro de 429 euros. Pero estoy feliz. No hay nada más bonito que defender a una persona sin recursos y hacer lo posible para que le saquen de prisión. La reinserción sólo es posible en un sistema restaurativo, en el que el agresor pide perdón a la víctima, pero el nuestro es sólo punitivo. Hay que cambiar eso».

- Usted, ¿se arrepiente?

- Cuando Alejandro Magno estaba en el lecho de muerte pidió a sus generales que le dejaran las manos fuera del ataúd, balanceándose en el aire, como una alegoría de que se iba con las manos vacías. 'He conquistado el mundo pero no me llevo nada', les dijo.

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