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Lunes, 21 de mayo 2018, 00:04
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No es que despierte la Tierra, es que nunca ha dormido. Bajo nuestros pies late un suelo que a veces se sacude. Y ahí seguirá cuando los humanos hayamos desaparecido. Para que no lo olvidemos, a menudo nos recuerda que somos unos simples pasajeros.
El mensajero ha sido esta vez el volcán Kilauea, en las islas Hawai, que entró en erupción el pasado día 3 y no ha parado. Como en tantas otras ocasiones, su fuerza ha sido explosiva. Su última gran erupción, este pasado jueves, lanzó cenizas a más de nueve mil metros de altura y bloques del tamaño de un coche pequeño a una distancia de un kilómetro. Ríos de lava con materiales a mil grados de temperatura han destruido a su paso todo tipo de vegetación y viviendas, pero lo preocupante es lo que han dejado tras ellos. En el fondo del cráter principal del Kilauea, a unos 200 metros por debajo de la cima, un lago de lava está bajando de nivel. Los vulcanólogos temen que se produzca una explosión colosal si la piedra fundida se une con el agua del subsuelo. Los estornudos del planeta no se pueden evitar.
El Kilauea, con un cráter de cinco kilómetros de largo y 3,2 de ancho, es uno de los volcanes más activos del mundo Su nombre significa 'escupiendo mucho' y se le calcula una vida de entre 300.000 y 600.000 años. La erupción de ahora es similar a la que se produjo en 1924, cuando el volcán sufrió una serie de explosiones violentas que lanzaron rocas al aire durante dos semanas.
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