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Del escudo  al plato

Del escudo al plato

El Gobierno australiano ha recomendado comer canguros para reducir su población. Este animal comparte lugar en la simbología nacional con el emú, que hace 85 años libró una cruel guerra contra el Ejército

JAVIER GUILLENEA

Martes, 10 de octubre 2017, 00:20

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Ser animal en Australia tiene que ser complicado. Tan pronto te llevan en el escudo de la patria como te quieren exterminar. Ni siquiera los símbolos pueden estar seguros en un continente donde todos los problemas medioambientales se convierten en una enormidad. Incluso los canguros, que comparten heráldica con los emúes, deben saltar con cuidado.

Y todo porque están por todas partes. En 2016 el Gobierno australiano ofreció la cifra extremadamente exacta de 44.852.428, bastantes más que los 27 millones cuantificados seis años antes. Se calcula que en la actualidad hay en Australia dos canguros por persona, lo que no es poco. Estos marsupiales, que han alcanzado el estatus de plaga nacional, compiten con el ganado doméstico por la comida y el agua, pisotean los campos de cultivos y causan nueve de cada diez accidentes de tráfico.

El caso es que se comen, y esta es la solución que han planteado las autoridades australianas para controlar la creciente población de canguros. El Gobierno trata de incentivar entre sus conciudadanos el consumo de carne de este animal y la comercialización de sus pieles. Para esto último no parece haber problema porque la industria peletera hace tiempo que se provee de los marsupiales, pero la solución gastronómica choca con la mentalidad de los australianos. Para muchos de ellos comer un canguro sería algo así como devorar a su propia mascota.

La carne de este animal está presente en numerosas recetas de la cocina australiana, pero los autóctonos consideran que son platos destinados más a turistas que al consumo interno. Los australianos prefieren las carnes rojas tradicionales y tienden a considerar antipatrióticas las hamburguesas marsupiales. Por si fuera poco, muchos la asocian a comida para gatos. Para ayudar a romper estas barreras, la Administración australiana ha comenzado a insistir en los beneficios de la carne de canguro para la salud. Según los nutricionistas, es más saludable que otras carnes rojas ya que es alta en proteínas y baja en grasas saturadas, además de estar libre de pesticidas y antibióticos.

La idea ha partido de David Paton, profesor de la Universidad de Adelaida y también ecologista. Después de haber analizado durante años el impacto de los canguros en la biodiversidad, ha llegado a la conclusión de que comer su carne es una buena manera de proteger a otras especies. «Si no se reduce la población perderemos mucha biodiversidad», insiste.

Sacrificar animales para luchar contra su proliferación es casi un deporte nacional en Australia, pero así como matar conejos, otra de las grandes plagas que infestan la isla, está bien visto, no ocurre lo mismo con los canguros. Una cosa es un pequeño animal llegado del extranjero y otra un símbolo nacional que muchos australianos se resisten a eliminar, aunque ecologistas como David Paton lo vean inevitable. «Si vamos a sacrificar a estos animales lo haremos humanamente, pero también quizás deberíamos pensar que podríamos usar los que se matan», asegura.

Batallas ridículas

Apelar a la gastronomía es una de las muchas ideas que se han puesto en práctica en Australia para luchar contra las plagas animales. Una de las más recordadas fue la campaña militar que lideró en 1932 el mayor del séptimo batallón de infantería de la Royal Australian Artillery G.P.W. Meredith, quien, al frente de un selecto grupo de dos soldados armados con ametralladoras Lewis y 10.000 cartuchos de municiones, afrontó el reto de reducir drásticamente la población del otro ocupante del escudo nacional: el emú.

Fue la llamada 'guerra del emú', que se saldó con la victoria del animal, un gran ave no voladora que alcanza velocidades de hasta 50 km/h y que hacía estragos en los sembrados de Australia occidental. Los esfuerzos de los militares por abatir a aquellos pájaros que no dejaban de moverse y que se desperdigaban al oír el primer tiro se saldaron con una decena de aves muertas al día y una vergonzosa retirada de los hombres de Meredith. Habían acudido a la guerra con la intención de matar a 20.000 emúes. Cuando plegaron armas tenían 2.500 balas menos y solo se habían cobrado medio centenar de víctimas.

Once días después las tropas regresaron con ímpetus renovados y resultados parecidos. En esta ocasión atinaron más y mataron a 986 emúes, aunque para ello necesitaron disparar 9.860 balas. Aquello era demasiado costoso y los militares se retiraron de nuevo a sus cuarteles. Los emúes habían ganado la guerra.

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