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El arpa sobre la que se apoya simboliza el amor que Mayrén siente por la música. "No se puede ni imaginar", enfatiza.

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El arpa sobre la que se apoya simboliza el amor que Mayrén siente por la música. "No se puede ni imaginar", enfatiza. Irene Marsilla

Mayrén Beneyto: «Me enseñaron a sonreír siempre, no suelo llorar en público»

Olvidada la política, esta mujer que se autodefine como trabajadora y refinada disfruta de una intensa actividad social. Dicen de ella que es la salsa de todas las fiestas. «Me gusta vivir», argumenta. No siempre ha sido fácil para quien recuerda que fue también «pionera en cosas muy tristes»

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Lunes, 8 de enero 2018, 01:14

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No es fácil entender la Valencia de los últimos veinte años sin conocer a Mayrén Beneyto, mujer de nuestra alta sociedad que parecía predestinada a ser una esposa tradicional, casada para toda la vida, y trabajar al frente de una tienda, porque le gustaba la decoración. Pero nada salió como estaba previsto. Tres matrimonios, dos divorcios y dos hijos le deja su vida personal. Varias legislaturas como concejal del PP con Rita Barberá y como presidenta del Palau de la Música en su faceta profesional. Dos años después de abandonar la política activa ha vuelto a su vida de sociedad y se ha refugiado de los momentos duros en sus amigas, en su familia, en su amor por la música y por Valencia. «Verá que está lleno de obras de pintores valencianos», recalca esta mujer, que abre la puerta de su casa llena de recuerdos de viajes, de objetos sentimentales, de retratos que le han dedicado. Se presta encantada a la larga sesión fotográfica, sabe manejarse entre flashes; al mismo tiempo se nota acostumbrada a ser esa líder que algunos de sus colaboradores temían. A su lado, Mercedes, persona de confianza, que durante la entrevista le irá apuntando algunos detalles olvidados y que cuenta cómo, cuando el conductor la recogía en su casa para llevarla al Palau, avisaba por teléfono: «La jefa está de mal humor». «Y cuando yo iba camino de mi despacho no veía a nadie», recuerda Mayrén entre risas.

-Le han dicho a usted que es como un ‘ave fénix’ que resurge siempre de las cenizas.

-Sí, me dicen: «¿No estabas enferma ayer? ¿No te ha pasado esto?» Pues sí, me han pasado muchas cosas en esta vida, muchas muy graves y preocupantes, pero siempre las he tomado de la mejor forma y de ellas he aprendido.

-Vayamos hacia atrás. Hábleme de su infancia.

-Fue una infancia feliz, con el recuerdo de la guerra entre hermanos, del queso americano o del abriguito al que se le daba la vuelta, llena de muñecas y llena de cariño. De aquella época surge la mujer trabajadora, refinada, que conoce el mundo de la sociedad o que sabe perfectamente vivir, relacionarse. Mi padre era un intelectual que me dio a leer a Max Aub a los catorce años; mi madre, una señora maravillosa de la sociedad, dicen que de las más perfectas. Estudié el Bachiller en París, perfeccioné el inglés en Londres y en Italia hice Arte. Mucha gente no lo sabe, pero yo viví seis meses entre Florencia y Roma.

-Se casó muy pronto.

-Cuando volví, como cualquier chica de mi edad, encontré al padre de mis hijos. Con veinte años tuve a Alfonso. En aquella época era importante que el primero fuera un chico. Luego llegó la niña. Yo era Mayrén, ‘la mujer de’.

-Pero usted no se quedó en casa.

-Monté una tienda de decoración en los bajos de un palacete. Fue pionera, tuvo mucho éxito, decoré las más importantes casas de Valencia y Madrid. Como toda la gente decía lo ideal que llevaba yo a mis niños, abrí una tienda de ropa de bebés. Y después de moda de mayor, porque también les gustaba lo que yo llevaba. Aquello me permitió viajar, estar al día, moverme. Y me daba un especial carisma.

-Pero a nivel personal no le fue tan bien. Separarse en aquella época no debió de ser fácil.

-He sido pionera también en cosas muy tristes. Me separé cuando todavía no existía el divorcio, lo cual fue muy duro. La que en aquella época dejaba a su marido y se iba con alguien era adúltera. Esa es una de las razones por las que yo creí que era importante defender a la mujer, para que no tuviera que sufrir violencia, para que hubiera las mismas leyes para todos, las mismas oportunidades. Enseguida llegó la democracia y me pude divorciar, pero siempre quise que mis hijos tuvieran padre, que el hecho de no estar nosotros juntos no significara que se separaran ellos también. Y fue difícil, porque yo no sabía hacer ni un talón, nunca llevé las cuentas.

-Y pasó página.

-Con el divorcio pude encontrar a un chico que yo había conocido a los quince años, y como el tren pasa por segunda vez pero has de estar en la estación, me casé con él. Era médico y fue una época muy bonita. Cuando uno se ha separado, un segundo matrimonio es una pasión, una maravilla, pero a veces la convivencia se hace difícil. Llegó un momento en que la pasión se terminó y sobre todo yo quería dedicar más tiempo a mi familia y a mi trabajo. Pero seguimos siendo muy amigos. Muy buenos amigos.

«Fui a pedir a Ramón que me ayudara y terminó casándose conmigo. Todos los meses sigo recibiendo su ramo de rosas»

-¿Olvida? ¿Perdona?

-Olvido lo malo, recuerdo lo bueno. Irán siempre en mi vida conmigo. Cuando me preguntan siempre digo: «Tuve el amor con el padre de mis hijos, la maternidad, donde todo lo haces con el corazón, y te lanzas a ello. Una segunda etapa que es la pasión, que hay que vivirla, y si nadie la ha vivido lo tiene que hacer, pero es cierto que a veces le hace falta cabeza. Y una tercera donde tuve la gran suerte de encontrar en mi vida la ternura». Y el camino para seguirla junto a lo que yo siempre he admirado, con la sabiduría, con el profesor catedrático, con el que sabe más que yo, el que me puede enseñar, y el que me respeta mi sitio. Mi marido además me admira, se ríe mucho conmigo, y en estos momentos estamos como el primer día. Yo respeto sus momentos de filosofía y música y él mis momentos de sociedad, a la que he vuelto después de dejar la política. A mis amigas de toda la vida, que no dejé de ver nunca, pero también a esos otros grupos de amigas fantásticas que pueden aportarme otras formas de vida, con las cuales puedo viajar, por ejemplo.

-Dicen de usted que es la salsa de toda fiesta que se precie.

-Eso dicen. Me ha llegado a pasar que en una crónica de sociedad pusieran: «Mayrén Beneyto no estaba».

-¿Cuántas invitaciones le llegan?

-Pues tres o cuatro al día, pero no siempre fue así. Cuando salí de la política tuve una etapa… Pero es que a mí me gusta intercambiar opiniones, conocer. Me gusta vivir, y dentro del mundo de la cultura, de la sociedad. No me atrae el cotilleo, el malhumor, las discusiones. Prefiero lo que podamos aportarnos mutuamente y procuro ir a esas citas porque creo que si alguien te invita es porque desea que vayas. Sobre todo quisiera dar a todo el mundo ilusión, que cuando yo estuviera a su lado hubiera alegría.

-¿Esa alegría de vivir la lleva puesta de siempre?

-Fui una niña feliz desde pequeña, me enseñaron a sonreír siempre, a ser consciente de que hay cosas que uno debe llevar dentro y no tiene por qué sacarlas. Yo cuando quiero llorar veo una película dramática y lloro la que más, porque soy muy sentimental, pero no suelo hacerlo en público. Bueno, sólo una vez. Se me cayeron unas lágrimas el último año que llevé a la Virgen. Es que yo también fui pionera en eso. Y dije: «Si soy concejal como vosotros tengo el mismo derecho». He sacado a la Virgen durante más de veinte años, así que ese día no pude evitarlo.

En uno de los rincones del comedor de su casa, donde conserva recuerdos de viajes y de la familia.
En uno de los rincones del comedor de su casa, donde conserva recuerdos de viajes y de la familia. Irene Marsilla

-Usted se vincula desde muy temprano con la política.

-Recuerdo ver la noticia del atentado de Carrero Blanco y pensar: «Dios mío, hay que defender Valencia, que no haya otra guerra entre hermanos». Y siempre muy pendiente de la mujer, que no tenía firma, que no se podía divorciar. Por mí, por mi hija... Entré en la UCD. Lo hice de la forma en que había que hacerlo en aquella época como mujer. Para llegar a los puestos altos debías ser una persona discreta, ayudando en lo que hiciera falta, y una vez allí ya se daban cuenta de que tenías cabeza e inteligencia para poder optar a puestos más importantes. Durante una época la única forma de llegar era con armas de mujer y encanto. No me entienda mal. Se trataba de saber cómo completar los equipos de trabajo. Y llegué a directora general de Turismo.

-Pero UCD desapareció.

-Me hundí cuando se hundió UCD pero yo tenía mi tienda y enseguida me vinieron a buscar para que llevara Unicef. Creo que fue el momento más bonito de mi vida, el de ayudar a los demás sin cobrar un céntimo. Era increíble cómo conseguimos que políticos de todos los colores acudieran a las cenas de gala. Ahí estuve diez años, y sin terminar esa etapa vino un día a mi casa Vicente González Lizondo.

-Y le dijo que sí.

-La única condición que puse es: «Si es por Valencia, adelante». Y estuve en servicios sociales. En aquel momento mi integración llegó a tal punto que no sólo bailaba con los mayores, sino que comía con ellos o jugaba a las cartas. Recuerdo además que entregabas una casa a una familia y veías la carita de ese niño... Valía la pena. Cuando me vinieron a pedir que llevara también el Palau de la Música le puedo asegurar que me temblaban las piernas. Tengo un respeto y un amor por la música que no se puede imaginar. Y porque aquella casa fuera lo más importante de Valencia. He conocido prácticamente a todos los directores y solistas. Sonó Valencia en Europa porque todos vinieron. Eso sí, me rodeé de gente auténtica, sincera, experta, que quería trabajar conmigo. Si no, no hubiera sido lo mismo.

-Como Ramón Almazán.

-Yo me imaginé, temblando casi, que se iba a negar. Pero me dijo que sí, con el mérito de que iba a cobrar lo mismo que en la universidad. Lo hizo por Valencia. Así que fui a pedirle que me ayudara y terminó casándose conmigo. Así es la vida, y a día de hoy todos los meses sigo recibiendo su ramo de rosas.

-¿Con qué se queda a nivel personal de los años en el Palau de la Música?

-No sabe las cosas que yo podría contar de hombres y mujeres que han pasado por el Palau. Y haber podido inspirarme en ellos para todo. Recuerdo poder disfrutar del concierto de Año Nuevo en Viena al lado de la mujer de Barenboim, que ese año era el director. He conocido a todos y no han venido al Palau por el dinero, sino porque he ido a buscarlos. Si hacía falta era la mujer más simpática del mundo, si hacía falta llevaba unas naranjas. Siempre que no tuviera coste para el Palau. Me emociono hablando de ello porque podría escribir un libro. Saber manejar el carácter de las personas, también. Recuerdo el enfado de Rostropovich porque creía que lo estábamos grabando.

«Miro el mar desde mi cama y soy feliz, pero no feliz tontamente. He sufrido muchísimo»

-Usted también tiene carácter fuerte.

-Sí, yo soy muy dura. Una vez me enfadé con un artista que fumó en el escenario. En otra ocasión la orquesta de Berlín no quería tocar porque no les habían llegado los uniformes y yo me fui al director y le dije: «La orquesta de Berlín toca en Valencia, cómprense todos un traje, saquen el dinero de donde quieran». Lo que sea, pero primero es el público y se le debe un respeto.

-¿Le han hecho caso? ¿Se ha sentido seguida?

-Sí. Me han mimado muchísimo, me han dado mucho cariño. Porque, además, he llevado el trabajo no como una oficina, sino casi como una familia. Hacíamos Reyes para los niños, si alguien daba a luz le mandaba flores, si otro tenía un problema lo llamaba para ayudarle a buscar soluciones.

-¿Cómo han vivido sus hijos esa intensa actividad profesional?

-He tenido la suerte de que mis hijos han vivido siempre conmigo. Y aprendieron lo que era que trabajara, estaban orgullosos de su madre, pero no quisieron usar mis poderes, mis contactos. Fuimos tres, mis dos hijos y yo, y felices. Y de ellos he aprendido. Mi hija supo hacerme ver que no podía ser una madre machista, que tenía que ser feminista, cuando le decía: «Irina, que no llego a tiempo, haz la cena a tu hermano». Ella me contestaba: «No, mi hermano sabe hacérsela». Me han servido para darme cuenta de en qué época vivíamos y qué querían los jóvenes. Pero sobre todo han sido el amor de mi vida. Significan todo para mí. Me emociono al hablar de ellos.

-Pues siga haciéndolo...

-Mi hijo mayor llevó muy bien la separación y se convirtió en un ejemplo para otros niños. Siempre fue un chico listo, trabajador, es economista y le gusta mucho la sociedad, la música, la cultura. Es muy parecido a mí. Luego está Irina, maravillosa, una niña monísima de pequeña. Estudió fuera, trabaja con su padre en el mundo de la economía y me ha enseñado la rectitud, no es nada apasionada. Son muy distintos y a la vez muy complementarios.

-Es para usted muy importante la familia. También su pasado.

-Todas las personas necesitamos tener raíces familiares, y las mías están en Beniarbeig, donde después de un tiempo sin ir volví hace años y paso los veranos. Ahí se conserva el panteón familiar y cuando estoy lo cuido yo. Es que me siento muy orgullosa de mis padres, de mis abuelos, les he querido y por ese motivo respeto los sitios que formaron parte de su vida. Y he vuelto a reencontrarme con la gente que yo me cruzaba, me encanta irme a tomar un café al bar, me gusta mucho mi pueblo. Es verdad que no hay vida fuera de las casas, está toda dentro, pero sobre todo es un lugar maravilloso. Hoy día Casa Santonja es muy conocido. Y por supuesto allí no soy la Mayrén que ves ahora. No es que vaya con zapatillas, es que me pongo un bañador y un pareo y no hace falta más.

«Mis hijos son muy distintos y a la vez muy complementarios. Significan todo para mí, el amor de mi vida. Me emociono al hablar de ellos»

-Es bonito conservar esas raíces.

-Y tienen mucho que ver conmigo. ¿Cómo no voy a ser aficionada a la música si mi bisabuelo fundó la banda municipal de Beniarbeig? ¿Cómo no voy a sentir pasión por las letras si mi padre fue un intelectual que me preparó para ese mundo? Era abogado, llegó a ser redactor jefe de Levante y director de Radio Nacional. Mi padrino fue decano y creador de la facultad de Ciencias de la Información. Él quería que fuera periodista, decía que yo hablaba de maravilla. Pero no quise irme de Valencia.

-¿Tiene claro que aquí nació y aquí morirá?

-Yo comprendo que Sorolla o Blasco Ibáñez dijeran que querían venir a morir aquí pero que en Valencia no ocurrían cosas. En mi Valencia y en mi vida sí ocurren cosas, las suficientes para que yo sea feliz.

-De hecho dicen que usted ha hecho que en Valencia ocurran cosas.

-En efecto, y estoy muy contenta por ello. Y lo he hecho siempre con cabeza pero aportando un lado femenino. Que esté todo bien organizado, que sea bonito, pues las personas que venían dentro del ámbito musical, literario y artístico tenían una gran relevancia.

-Habla también de felicidad.

-Miro el mar desde mi cama y soy feliz, pero no feliz tontamente. He sufrido muchísimo, tuve una depresión cuando murió mi madre, que marcó un momento para mí muy especial, porque estaba muy unida a ella, porque me daba cuenta de que de alguna forma tenía que ocupar su sitio. Porque murió de repente, estando yo en el ayuntamiento, y no pude cogerle la última mano. Había estado cinco días fuera por cuestiones laborales. Fue el único momento en que dije: «¿Por qué estaría trabajando tanto yo?». O por qué me levantaría a las ocho para irme al ayuntamiento. Porque ella a las diez de la mañana estaba estupenda. Pero para nada se notó en el trabajo. Había que superarlo y seguir.

-¿Le ha quedado algo de lo ocurrido en su pasado que le haya desazonado?

-En mi vida personal me hubiera gustado casarme una vez y para toda la vida, pero no pudo ser. A cambio tengo una maravillosa familia. Y he ido evolucionando. No se puede vivir siempre con pasión, pero siempre me he sentido amada, y por ese motivo he podido trabajar. A quien pregunte le dirá que soy una gran trabajadora.

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