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Einstein 'superstar'

Einstein 'superstar'

Esta semana se han cumplido hace cien años que el genio alemán puso patas arriba la comprensión del Universo con su Teoría de la Relatividad

Inés Gallastegui

Sábado, 28 de noviembre 2015, 23:12

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Cuentan que un periodista le pidió una vez a Albert Einstein que le explicara la Teoría de la Relatividad de manera sencilla. El científico respondió que lo haría gustoso si el reportero le explicaba a él cómo freír un huevo. «Pero imagínese que yo no sé lo que es un huevo, una sartén, ni el aceite, ni el fuego», advirtió el físico. A quienes carecemos de los instrumentos conceptuales físicos y matemáticos necesarios para explicar esa teoría el huevo, el aceite y la sartén nos duele la cabeza cuando tratamos de comprender fenómenos como la deformación del espacio-tiempo o las ondas gravitacionales. En cambio, somos capaces de disfrutar de películas como El planeta de los simios o Interstellar, que hablan precisamente de ellos.

Judío, pacifista, agnóstico y de izquierdas

  • comprometido

  • Además de su genialidad como investigador, Albert Einstein era un hombre comprometido con su época. Fue uno de los pocos científicos germanos que se manifestó públicamente contra la Primera Guerra Mundial. De origen judío pero agnóstico, antinacionalista y simpatizante socialista, se marchó de Alemania en 1932 con el auge del Partido Nazi y nunca más volvió a poner un pie en su país. En la Segunda Guerra Mundial, ya como profesor en Princeton y nacionalizado estadounidense, defendió el desarrollo de la bomba atómica para evitar que Hitler la utilizara antes. Apoyó, aunque con reservas, la creación del Estado de Israel y, a su muerte, legó a la Universidad Hebrea todos sus documentos y sus derechos.

  • 1955

  • El 18 de abril de ese año murió de un aneurisma del que se negó a ser operado. En la autopsia le extrajeron el cerebro para investigarlo. Solo 12 personas asistieron a la incineración. Tenía 76 años.

El físico alemán dijo en alguna ocasión que logró formular su famosa teoría gracias a que era un poco «lento»: según decía, solo los niños piensan en los problemas del espacio y el tiempo, pero a él esas ideas etéreas le seguían rondando la cabeza de mayor y, para entonces, su formación científica le permitió sacar más provecho de aquellas reflexiones. Había un punto de ironía en esta afirmación, claro; el ingenio de Einstein, el primer científico que se convirtió en un ídolo de masas, fue el producto del cruce entre un cerebro brillante y un espíritu libre, de una creatividad ilimitada. Absolutamente genial.

Pero la brillantez de su intelecto no siempre fue tan evidente. Albert Einstein nació en Ulm (Alemania) en 1879 y, como no habló hasta los 3 años, sus padres llegaron a temer que fuera retrasado. Cuando terminó sus estudios en la Escuela Politécnica de Zúrich (Suiza) solo encontró un puesto como técnico de tercera clase en la Oficina de Patentes de Berna. Era un destino gris, pero le daba tiempo y libertad para investigar en lo que le gustaba: en 1905, su annus mirabilis, publicó su tesis doctoral y cuatro artículos fundamentales sobre el efecto fotoeléctrico trabajo que le valió el Premio Nobel de Física en 1921, el movimiento browniano, la relatividad especial y la equivalencia masa-energía, el famoso E=mc2.

En 1913 consiguió una cátedra sin obligaciones docentes en Berlín y el 25 de noviembre de 1915, con 36 años, y ante la Academia Prusiana de Ciencias, puso patas arriba la ley de la gravitación de Newton, vigente desde el siglo XVII, con las 4 páginas de su Teoría de la Relatividad General. Muchos colegas no la aceptaron; el mundo ni se enteró.

Todo cambió en 1919. Una expedición británica viajó a la isla Príncipe, en el Golfo de Guinea, para observar el eclipse de Sol del 29 de mayo. Allí, Arthur Stanley Eddington comprobó que la luz de las estrellas alrededor del Sol aparecía curvada por el campo gravitatorio solar. El astrofísico británico hizo públicas sus conclusiones el 6 de noviembre: la predicción de Einstein había sido probada.

El presente no es una línea

«La afirmación de que existe un único presente explica el investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía Carlos Barceló es solo lenguaje. Como humanos, hemos decidido sincronizar nuestros relojes, pero la simultaneidad es un concepto relativo. El presente no es una línea que separa el pasado del futuro, sino algo más grueso, más difuminado».

Uno de los experimentos más famosos para probar la teoría de Einstein fue el de Hafele-Keating, realizado en 1971: se colocaron tres relojes atómicos, los más precisos, en dos aviones comerciales y en una base terrestre. Uno de los aviones dio la vuelta al mundo en dirección este en sentido contrario a la rotación de la Tierra y otro, en dirección oeste en el mismo sentido que el planeta;a su regreso, se comprobó que había milmillonésimas de segundo de diferencia entre los tres.

En la literatura y el cine, esa deformación del espacio-tiempo se ha exagerado. En El planeta de los simios (1968), el astronauta interpretado por Charlton Heston realizaba un viaje espacial de año y medio a una velocidad cercana a la de la luz (casi 300.000 metros por segundo) y aterrizaba en un lugar poblado por simios parlantes que resultaba ser la Tierra... 2.600 años después de su época.

En Interstellar (2014), ante la degradación medioambiental de la Tierra, una expedición parte a la búsqueda de planetas habitables y, para alcanzar uno más allá de la galaxia, atraviesa un agujero de gusano, una especie de atajo cósmico cuya existencia ya contempló Einstein. Al hacerlo, la nave se aproxima peligrosamente a un agujero negro, un campo gravitatorio masivo que hace que su tiempo se dilate. Para ellos han pasado unos días; en la Tierra, sus hijos les han alcanzado en edad. Técnicamente inviable, pero teóricamente posible.

Distintos aspectos de la teoría de Einstein han sido confirmados después, por ejemplo, con el descubrimiento de los cuásares y los agujeros negros o con la invención del GPS, que obliga a introducir correcciones en los relojes de los satélites del sistema de posicionamiento global para mantenerlos sincronizados.

Viaje a España

El 7 de noviembre de 1919, al día siguiente de la presentación de la observación del eclipse solar, el Times tituló en primera página: Revolución en la ciencia. Nueva teoría del Universo. Las ideas newtonianas, desbancadas. Fue el inicio de la transformación de Albert Einstein en la primera superestrella de la ciencia.

Prueba de ello es la sensación que causó en su viaje a España en 1923, invitado por colegas científicos para pronunciar unas conferencias por las que cobró 3.500 pesetas, el sueldo anual de un profesor. El hispanista norteamericano Thomas F. Glick, en su libro Einstein y los españoles, recordaba algunas anécdotas surrealistas de aquella estancia del genial científico en Barcelona, Zaragoza y Madrid. Por ejemplo, una vendedora de castañas que le reconoció en una calle de la capital, gracias a su peculiar peinado, le gritó:«¡Viva el inventor del automóvil!».

La historiadora Ana Romero de Pablos, científica del Instituto de Filosofía del CSIC, analizó la repercusión mediática de aquel viaje en la exposición y el libro Einstein en España. El físico, en aquella gira que le había llevado a Japón y Palestina, quería dirigirse no solo a la comunidad científica, sino también a un público más popular. A escucharle al Ateneo y la Residencia de Estudiantes acudieron «damas de la aristocracia madrileña, estudiantes y amigos». Ni unos ni otros entendieron ni jota, pero les encantó. «Todos los allí reunidos le admirábamos mucho, pero si alguien nos pregunta por qué nos pondrá en un apuro bastante serio», reconocía el periodista y escritor Julio Camba.

José Manuel Sánchez Ron, catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid, asegura que la fomulación que hoy cumple cien años es «la teoría más original y más bella de la historia de la ciencia, a la vez que física y filosóficamente profunda. Cambió nuestra forma de entender la realidad».

El académico, que esta tarde presenta su libro Albert Einstein. Su vida, su obra y su mundo (ed. Crítica y Fundación BBVA), recuerda que Newton o Darwin disfrutaron de una fama enorme, pero en su tiempo no existían aún los medios de comunicación de masas. Einstein «daba juego» a la prensa y era un hombre comprometido con su tiempo, que se mojaba en causas sociales y políticas. Quizá por eso se le atribuyen cientos de citas sobre las cuestiones más peregrinas. «Todo es relativo» es una de las más famosas. Y falsa.

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