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Lluvia, viento y nieve han sido inclementes con Bruselas en el mes de diciembre. JULIEN WARNAND / efe
Bruselas implora un rayo de sol

Bruselas implora un rayo de sol

La capital belga ha disfrutado de menos de once horas de luz del astro rey en diciembre. Desde hace 83 años no se vivía algo similar. Los residentes en la ciudad viajan a Tenerife, Málaga y Alicante para ver la luz que las nubes ocultan

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 2 de enero 2018, 23:53

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Cielos encapotados, días cortos, paraguas siempre en ristre. Bruselas es gris y umbría. Lo sabe todo el mundo, pero últimamente lo es aún más. Las mañanas nubladas y húmedas hacen mella en los bruselenses. La ciudad que es sede de las instituciones de la Unión Europea no ve un rayo de sol desde hace mucho tiempo. El mes de diciembre acabó con la capital de Bélgica destemplada, sin apenas visitas del astro rey. No en balde este diciembre ha sido el que menos luz ha recibido en los últimos 83 años. El Instituto Real Meteorológico (IRM) belga así lo certifica: sólo 10 horas y 31 minutos iluminaron a los pobladores de la urbe que acoge a las instituciones comunitarias.

La gris estampa que ofrece Bruselas socava el ánimo de sus sufridos ciudadanos. Sus vecinos, que afrontan todavía días nubosos y amenazas de lluvias, están deseosos de que una pizca de sol acaricie su piel. Y como los pronósticos del tiempo no dan buenas noticias, han tomando la vía directa de contratar viajes a lugares donde puedan broncearse algo. Las agencias de viajes españolas han registrado un incremento de vuelos que despegan de Bruselas con destino a Tenerife, Málaga y Alicante. Y más allá de las fronteras europeas algunos han hecho las maletas para disfrutar del calor de la República Dominicana, México y Marruecos.

Lo habitual es que la vista de los bruselenses quede presa de un cielo aborregado. Un paisaje al que ya está acostumbrada Bruselas. Sin embargo, en diciembre se han batido todas las marcas. «El mes de diciembre ha sido excepcionalmente sombrío y muy anormalmente lluvioso», aduce el IRM. Las diez horas escasas en el que sol ha asomado en el horizonte suponen una cuarta parte de la media. A la luz de los registros que se vienen anotando desde 1901, sólo en 1934 se Observó un comportamiento similar del clima, con 9 horas y 31 minutos de sol.

«Por lo general vives inmerso en la rutina y no te das cuenta. Sólo cuando llegas a España quedas deslumbrado. De hecho, Carles Puigdemont, el expresidente de la Generalitat [ahora afincado en Bruselas], dijo en una entrevista reciente que una de las cosas que más echaba de menos es el sol», dice el periodista Adolfo Lorente, corresponsal en Bruselas de los periódicos regionales de Vocento.

La deserción del sol es un asunto del que se ha ocupado hasta la televisión pública belga, RBTF. Vivir en la penumbra tiene su coste y se traduce en consecuencias indeseadas para la salud. «Aquí recetan mucho vitamina D a los niños en forma de gotas para paliar el déficit de luz natural», asegura Lorente.

En el país con la mayor tasa de suicidios de Europa occidental -cada año se quitan la vida unas 2.000 personas- las autoridades velan por que la oscuridad no produzca un deterioro en la salud mental de la población. La depresión estacional es un riesgo que conocen de sobran los psiquiatras de la ciudad. Con todo, en la capital de la OTAN la vida es muy diferente a la de un país meriodional. «Aquí los cumpleaños se celebran de dos a cinco de la tarde. Las comidas no se eternizan como en España. Pero no es una pecualiaridad exclusiva de Bélgica, sino del norte de Europa; los raros somos lo italianos y nosotros».

Un buen anorak

La ciudad más cosmopolita de Bélgica lleva cinco meses sumida en un tiempo más que desapacible. Requisito imprescindible para sobrevivir al invierno es pertrecharse de un anorak bien forrado. Sólo en el mes de las Navidades cayeron unos 130 milímetros de precipitaciones, cuando lo habitual es que ronde los 81 mm, de acuerdo con los datos del IRM.

Bruselas arrastra una inmerecida fama de ciudad gris y anodina, propensa al aburrimiento. Y no es así. Es lo que piensa Juan Ignacio Fernández, que vivió cuatro años allí como trabajador expatriado del Parlamento Europeo. «A primera vista puede parecer una ciudad de grises funcionarios, lluviosa y ordenada. Pero también bulle de vida, está repleta de eventos y exposiciones. Hay muchísimos funcionarios, algunos con mucha pasta, lo cual se nota. Eso sí, los rayos del sol son un preciado tesoro», argumenta Fernández. Quizá por ese clima desabrido, el antiguo eurofuncionario ha fijado su residencia ahora en un lugar cálido como Caños de Meca, en el término municipal de Barbate (Cádiz), donde disfruta de días de holganza como prejubilado.

Pese al frío que ha entumecido estas semanas a los bruselenses, el ayuntamiento no puede obligar a los 'sin techo' a abandonar las calles para que se acojan al calor de los albergues. Los 2.600 mendigos que viven a la intemperie han soportado con estoicismo la lluvia y la humedad. No tanto las temperaturas, que han sido más bien benévolas. El promedio alcanzado se cifra en 4,4 grados centígrados, cuando lo habitual es que el termómetro baje unas cinco décimas más.

Bruselas dio la bienvenida a 2018 desde uno de sus principales símbolos, el Atomium, la ciclópea molécula de hierro construida para la Exposición Universal de 1958, que este año conmemora su 60 aniversario. Los cerca de 45.000 asistentes que se plantararon en el lugar para despedir la Nochevieja desafiaron el viento y la lluvia. Fue una ocasión para ver la luz, no la del sol, que sigue haciéndose de rogar, sino la de los fuegos artificiales.

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