El arte de embolar toros en la calle

Los emboladores deben cumplir una estricta serie de normas de la Generalitat para que se celebre el festejo | Un riguroso estudio de la Federación asegura que tanto el fuego como los herrajes no dañan los pitones

jorge casals

Viernes, 8 de diciembre 2017, 01:04

La fiesta popular del toro embolado tal y como la conocemos hoy día en la Comunitat Valenciana se remonta a finales del siglo XIX. Su origen se debe a la necesidad de alargar los festejos taurinos hasta la noche, por lo que la única manera de poder hacerlo era embolando un toro, con el objetivo de iluminar las calles y que hubiese visibilidad, ya que en aquella época aún no contaban con el alumbrado actual. Fue entonces cuando también comenzó a utilizarse el collar de cascabeles o campanillos con el que se aparejaba al toro y que servía para escuchar al toro por donde iba, en el caso de que se apagaran las bolas. Todavía hoy día se utiliza esta aparejada por muchas cuadrillas de emboladores, porque resulta de gran utilidad cuando se acaba el fuego de las bolas.

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A principios del siglo XX, el toro embolado comenzó a implantarse en muchos pueblos de la Comunitat, siendo una de las tradiciones de mayor arraigo y que se ha conservado prácticamente inalterable. Hoy en día, en muchos pueblos no se puede concebir un festejo taurino sin el bou embolat. De hecho, todavía en muchas poblaciones, sobre todo de Valencia, el toro de la noche adquiere incluso mayor protagonismo que el de la tarde y se espera con mayor expectación el momento de la embolada.

La mezcla para empapar las bolas es uno de los secretos mejor guardados por los emboladores

Embolar un toro es un arte que comienza con la elaboración de las bolas; todo un proceso artesanal que se ha ido transmitiendo entre generaciones y, aunque prácticamente se sigue haciendo de la misma manera que en los inicios, se ha mejorado en cuanto a los materiales. Y es que, antiguamente, con los materiales que estaban elaboradas las bolas, éstas goteaban, por lo que los toros eran embadurnados de barro en la cabeza y el morrillo para evitar posibles quemaduras. Hoy en día, este proceso de embarrado no es necesario, ya que las bolas ni gotean ni desprenden material que pueda quemar la piel del animal.

El fuego de las bolas ni impide la visibilidad ni produce quemaduras. LP

Desde siempre, el secreto mejor guardado de todos los emboladores era el material que se utilizaba para la elaboración de las bolas y las proporciones en las mezclas. Y es que uno de los detalles que hacen particular a cada embolador es el tipo de llama que hace su bola, su manera de arder, si humea mucho o incluso si es un fuego limpio, que no gotea.

Modesto, Federico, Huertas, Cansalà, Maraya o Eliseo, algunos de los más relevantes

Francisco Piquer 'Rullot', de la cuadrilla de emboladores Rafelbunyol, desvela una de las fórmulas más utilizadas a la hora de elaborar las bolas con los siguientes materiales: cáñamo refinado, una mezcla de ceras, trementina y petróleo. «Las ceras, resina y petróleo se hierven en un caldero grande. Con ese líquido mezclado y unificado, se moja el cáñamo, que después habrá que escurrir y que únicamente se quede húmedo, para que la bola no gotee. Se deja secar y entonces ya se puede comenzar a darle forma a la bola».

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Cada bola contiene unos 300 gramos de estopa y se le va dando la forma circular por capas. «Se va presionando la estopa en la bola y se va uniendo al herraje con alambre. Se colocan hasta tres capas, con el fin de que el material sea muy consistente y no se destroce la bola cuando prenda fuego o el toro derrote», asegura este embolador.

«Podemos sujetar una bola encendida con la mano una hora y no quemarnos», dice Piquer

Desmontando falacias

Tras la prohibición del toro embolado en Valencia, la Federación de Peñas Taurinas de Bous al Carrer de la Comunidad Valenciana elaboró un estudio titulado 'La realidad del toro embolado', junto con veterinarios, ganaderos autóctonos y emboladores, para desmentir algunas de las explicaciones que el ayuntamiento valenciano aportaba a su prohibición y que atendían a evitar, según el equipo de gobierno municipal, el sufrimiento animal. En el mismo se explica cómo la estructura metálica que forma el herraje está diseñada de forma que se prolongue el asta del toro hasta la medida justa para evitar cualquier daño al animal, tanto en el campo visual como en la temperatura en los puntos más cercanos a la llama.

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En ese sentido, es falso por tanto que el fuego queme el asta de los toros, ya que tras diversos estudios, se ha comprobado que las argollas de hierro que sujetan el herraje al cuerno del toro no suben su temperatura, manteniéndose en la ambiental. «Podemos sujetar una bola encendida con la mano durante una hora y no quemarnos, esa es la mejor prueba de que lo herrajes no dañan el pitón del toro», asegura Francisco Piquer. Los materiales que hoy día se utilizan para la fabricación de los herrajes son de un acero que en ninguno de los casos supera los 40 o 45 grados centígrados.

En cuanto a los herrajes, este estudio de la Federación afirma que en ningún momento se perjudica al asta del toro, ya que las argollas que sujetan el herraje al pitón tienen unos pequeños relieves que nunca superan los 3 milímetros, que es el mínimo de espesor que tiene la funda del cuerno. Y es que según este estudio, el espesor de las fundas del asta en su parte trasera (mazorca) es de 3,2 a 4 milímetros; mientras en su parte delantera (pitón), el espesor es de 5 a 6 milímetros. A todo ello hay que sumar que toda la funda del cuerno carece de riego sanguíneo, por tanto no sufre ningún daño al sujetar la bola o vástago que forma la estructura donde va el fuego.

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Debe haber un grupo de ocho personas como mínimo para llevar a cabo una embolada

Distintos veterinarios han asegurado que el toro embolado, a diferencia de lo que recriminan los animalistas, no sufre ni se le maltrata con esta práctica. Según Rafael Issac Castelló Gimeno, «los toros autóctonos que se dedican a este tipo de festejos están acostumbrados a ser embolados y tienen buen rendimiento por el hecho de que no sufren estrés».

Por su parte, Daniel Machancoses, ganadero y veterinario, afirma: «Mi familia se dedica al ganado bravo desde 1947 y en ningún momento ni como ganadero ni como veterinario hemos tenido que asistir a ningún toro después de la embolada; nunca un toro se ha quedado ciego después de la embolada y siempre responde a los estímulos con total normalidad. Después de la embolada el toro vuelve a la explotación y se recupera para su siguiente actuación».

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Unión de emboladores

Son muchos los emboladores que han alcanzado popularidad en este menester. Los aficionados siempre han resaltado a algunos de ellos como Modesto, de Villamalur; Huertas, de Puçol; Federico, de Les Valls; Cansalà, de Rafelbunyol; Maraya de Burriana, o Eliseo, de Sant Joan de Moró. Se trata de emboladores que tuvieron fama por su rapidez, eficacia y solvencia, además de ser respetuosos con esta práctica a la que le profesaron mucho respeto y mantuvieron su liturgia. Actualmente, se ha creado la Unión de Emboladores de la Comunidad Valenciana para defender esta tradición y de alguna manera garantizar las normas básicas por parte de algunos emboladores que el decreto contempla a la hora de la embolada. Actualmente, hay más de 130 cuadrillas inscritas en esta unión, con una profesionalidad y eficacia contrastadas para llevar a cabo esta labor tan arraigada en esta comunidad, que ya el año pasado celebró la cantidad de 1807 festejos de toros embolados.

En la actualidad, hay más de 130 cuadrillas inscritas en la agrupación que pueden realizar el festejo

En las normas establecidas por la Generalitat, se establecen algunas especificaciones sobre las herramientas utilizadas, como la cuerda, el pilón, el banco, el cuchillo, los herrajes, el yuguete, las bolas de fuego, los campanillos o cascabeles, la tenaza y los tubos y carracas. A su vez, el embolador tiene distintas obligaciones y deberes que tendrá que tener en cuenta para una correcta embolada. Debe asegurarse de que haya como mínimo ocho personas dentro de la cuadrilla o de su confianza para llevar a cabo la embolada o que puedan tirar de la cuerda; deberá revisar el estado del pilón y el toro así como toda la puesta en escena; intentar que la distancia entre la que sale el toro -cajón, camión o toril- y el pilón sea entre 3 y 5 metros. Una vez suelto el animal, el embolador estará pendiente en todo momento del toro y controlará todo tipo de imprevistos que puedan afectar a su bienestar, pudiendo decidir, junto con el director del festejo, la suspensión del mismo o el cierre inmediato del animal.

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El objetivo es profesionalizar, en alguna medida, el arte de embolar toros, una práctica con la que los emboladores no buscan una rentabilidad económica sino una satisfacción personal y la necesidad de mantener viva una tradición tan arraigada en esta tierra.

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