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La única fuente de este mineral se encuentra en el agua del mar y en las algas. Es la gasolina del cuerpo para producir hormonas tiroideas. c.
Yodo, la sal de la vida

Yodo, la sal de la vida

Su escaso consumo es la primera causa de daño cerebral. Dos tercios del mundo han erradicado el riesgo por ley: toda la sal a la venta debe ser yodada. En España ni se obliga ni se controla, y encima más de la mitad es fraudulenta

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Viernes, 26 de mayo 2017, 18:43

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Comprar sal de mesa dejó de ser hace tiempo una disyuntiva asequible: gorda o fina. En la última década, la industria alimentaria ha abarrotado las baldas dedicadas al cloruro de sodio en cualquier supermercado de barrio con una oferta apabullante. En la actualidad, la gama de posibilidades puede superar tranquilamente las quince. Que si 'gourmet', ahumada, a las finas hierbas, rosa del Himalaya, negra de Hawai, Maldon o aromatizada con curry; en grano, en escamas, en flor y hasta con fisonomía de chuzo. Por encima de las exigencias de cada paladar, y más aún de las estrategias crematísticas del sector, en dos tercios del mundo solo está permitida la venta de sal yodada. Al margen de cuál sea su color, sabor o apariencia. En Sudamérica, Canadá, África, los países de la extinta Unión Soviética y en prácticamente todo Asia, los gobiernos respectivos han ido imponiendo esa medida por decreto. La razón se repite en todos los casos: erradicar los severos riesgos que conlleva para la salud humana el escaso consumo de yodo y, en el caso de las naciones menos desarrolladas, reducir el porcentaje de personas con déficit intelectual en la población. No en vano, una baja nutrición de ese mineral es la primera causa de lesión cerebral en el mundo, reconocida por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS).

Europa, adalid de las libertades individuales, ha seguido otra estela. Apenas uno de cada cuatro países del Viejo Continente ha legislado sobre el consumo de yodo. Entre ellos, Austria, Suecia o Suiza, esta última desde 1922, cuando implementó la normativa sobre la yodación de la sal más antigua. Como resultado de esa imposición, sus respectivos ciudadanos presentan una adecuada nutrición en ese elemento, esencial para la vida y que se extrae únicamente del agua del mar y las algas. En el resto de naciones donde no se ha establecido la obligatoriedad de comercializar únicamente sal enriquecida con yoduro de potasio, no pueden decir lo mismo. Como en España. Aquí, el consumo de este mineral que realiza el colectivo más vulnerable, el de las mujeres embarazadas, es «insuficiente» para asegurar el correcto desarrollo cerebral e intelectual de los bebés. Así lo revela el último muestreo efectuado en este país por la Iodine Global Network (IGN), una asociación internacional sin ánimo de lucro volcada desde 1983 en eliminar los peligrosos efectos derivados de la baja ingesta de yodo en el mundo, que abarcan desde abortos o enanismo hasta déficit intelectual o sordomudez en niños y adolescentes y bocio e hipotiroidismo en adultos. Su objetivo desde hace más de tres décadas es acabar con esos trastornos mediante una solución «fácil y barata»: la yodación universal de la sal de consumo doméstico. Tanto la OMS como Unicef respaldan la receta.

España se avino a aprobar una reglamentación para enriquecer con 60 miligramos de yodo cada kilo de sal de mesa en 1983, nada menos que setenta años después de que ese remedio se empezara a aplicar con éxito en Suiza y Estados Unidos como método preventivo. Sin embargo, ningún gobierno desde entonces se ha molestado en comprobar si ese proceso se lleva a cabo de manera adecuada. Ahora, un estudio que está a punto de ver la luz y que ha dirigido Juan José Arrizabalaga, médico especialista del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario de Álava, constata que «más de la mitad de la sal yodada de consumo que se comercializa en España tiene poco yodo o se pasa». Lo revela a este periódico su homólogo en el hospital del área metropolitana de Barcelona Moisès Broggi, Lluis Vila, miembro, además, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y representante nacional de la ONG que ha destapado el escaso nivel de yodo en las gestantes españolas, a través de análisis de orina.

El fraude en la sal yodada no es, sin embargo, una novedad. Al contrario. Llueve sobre mojado. En 2014, la Secretaría General de Consumo de la Consejería de Administración Local y Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía corroboró una monumental estafa en la venta de ese producto. A consecuencia de la denuncia de una empresa, se analizaron veintidós muestras de otras tantas marcas y resultó que diecinueve de ellas incumplían la normativa obligatoria de contenido en yodo. Es más, una de ellas no tenía ni un solo miligramo de ese mineral. El asunto se trasladó al Ministerio de Sanidad, que lo despachó con un par de multas a dos firmas por defectos de etiquetado.

13 años sin campañas de salud

Desde la SEEN consideran «preocupante» esta situación y exigen a la máxima responsable política, la ministra Fátima Báñez, que ponga en marcha un «sistema de control que verifique que el proceso de yodación que se aplica a la sal antes de salir al mercado se efectúa de forma correcta y legal». No solo eso. La agrupación científica se posiciona claramente a favor de que se obligue por ley a comercializar sal previamente yodada. «Mientras eso no ocurra, el Gobierno debe organizar campañas periódicas de concienciación para que la gente consuma esa sal. Es un asunto de salud pública», recalca Villa. La última iniciativa de esta naturaleza que impulsó el Ministerio de Sanidad fue en 2004. Entonces, editó unos folletos que distribuyó en centros de salud y hospitales en los que admitía que «muchas gestantes no tienen los niveles de yodo necesarios para que el bebé se desarrolle con normalidad. Es fundamental que la mujer tenga buenas reservas antes de quedarse encinta y durante los tres primeros meses de embarazo, que es cuando se forma el cerebro y el sistema nervioso del niño. Eso se puede conseguir con suplementación farmacológica», prescribía.

Sin más recomendaciones a este respecto durante los últimos trece años, el endocrinólogo catalán no tiene dudas en atribuir el déficit de yodo detectado ahora en las gestantes españolas a una «clara falta de información que debe subsanarse». Que esta misma insuficiencia no afecte, como demuestran las estadísticas, a los niños españoles -otro colectivo vulnerable-, atiende al elevado contenido de yodo de la leche de vaca, asegura José Arena Ansótegui, pediatra del Hospital Donostia recientemente jubilado y uno de los médicos españoles que más han trabajado en la cruzada por la yodación. «A nuestros críos les salva que hace ya muchas décadas los ganaderos empezaron a enriquecer los piensos con yodo, al percatarse de que las vacas que ingerían este mineral tenían terneros más sanos y lucidos y, las que no, sufrían más abortos y parían crías débiles».

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