Borrar
Urgente Aemet anuncia el regreso de lluvias y tormentas a la Comunitat este viernes
Arrivederci, Camorra

Arrivederci, Camorra

El barrio napolitano de Scampia se reinventa gracias a sus vecinos e incluso organiza una ruta turística para mostrarse.«Hemos pasado de ser el mayor supermercado de la droga a una tiendecita»

DARÍO MENOR

Sábado, 8 de abril 2017, 19:52

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Scampia ya no es lo que era. Por sus calles ya no se ve arrastrando los pies a los 'zombis', como llamaban los vecinos a los drogadictos atraídos por el que durante años se consideró «el mayor supermercado de la droga de Europa». Tampoco hay rastro de los vigilantes que controlaban el acceso a los 25 puntos donde se vendía cocaína, heroína, marihuana, pastillas o lo que hiciera falta. Que se sepa, sólo queda abierto uno, en las 'Case dei puffi' (Casas de los pitufos), conocidas así porque están pintadas de azul y los techos son más bajos de lo previsto por la ley. También parece ser parte del pasado la guerra entre dos clanes de la Camorra napolitana, los Di Lauro y los Scissionisti, que en su peor época dejaron por las calles un cadáver cada tres días. Hubo 70 muertos entre octubre de 2004 y febrero de 2005. Roberto Saviano encontró su filón literario en aquellos sucesos, de los que nació el exitoso libro 'Gomorra', luego convertido en película y en serie televisiva.

A primera vista, Scampia parece hoy un barrio más de la periferia de cualquier ciudad italiana grande. Con desempleo, problemas sociales, urbanismo desastroso y desesperante abandono por parte de las instituciones. Pero ya no da miedo. La Camorra sigue existiendo, aunque ya no tiene aquí su santuario. En su camino para intentar convertirse en un lugar medio normal, este suburbio de la zona norte de Nápoles donde viven más de 60.000 personas va incluso a deshacerse del mayor símbolo de su degradación: Las Velas, los cuatro monstruos arquitectónicos con su emblemática forma escalonada. El alcalde, Luigi de Magistris, dice que antes del verano comenzará la demolición de tres de los edificios, mientras que el cuarto, el más grande, será rehabilitado y albergará oficinas municipales. Será la guinda de un proyecto de recuperación de esta zona marginal dotado con quince millones de euros en la primera fase y con cuarenta en la segunda.

Eso es lo que prometen los políticos, aunque por aquí no terminan de fiarse. Bien curados de espanto tras décadas de ausencia del Estado, los vecinos de Scampia no esperan mucho de las instituciones y se han organizado ellos mismos para intentar que su barrio renazca. Incluso han montado una ruta turística para mostrar las luces y sombras del sitio donde viven. Se comienza en la parada de metro y se recorren los lugares donde diversas asociaciones, con su trabajo por los vecinos, limpian el mal nombre del lugar. El cambio que está viviendo Scampia queda personificado en tipos como Francesco Verde, de 35 años. Tez morena, pelo rapado, barba abundante y brazos musculosos y tatuados le dan un aspecto innegable de tipo duro. Contrarresta esa primera impresión con una sonrisa amplia y un afectuoso apretón de manos. Él es el plato fuerte de la última parada de la ruta turística: la Oficina de las Culturas Gelsomina Verde, donde tienen su sede doce asociaciones que ofrecen cursos de música, de artesanía, de pilates, apoyo a los críos con los deberes...

«Gelsomina Verde era mi hermana. Es una víctima inocente de la Camorra», dice Francesco al presentarse en la puerta del edificio, un antiguo colegio que luego ocuparon los toxicómanos. Los voluntarios de (R)esistenza Anticamorra se pasaron dos años de limpiezas y arreglos. Sacaron 45 bidones de jeringuillas y doce camiones de basura. Francesco habla delante de un cartel enorme con la foto sonriente de su hermana, a la que mataron en 2004, cuando tenía 22 años. Su crimen fue haber mantenido una relación tres años antes con el miembro de uno de los dos clanes enfrentados. Los sicarios lo buscaban, pero ella no sabía dónde estaba. A Gelsomina le rompieron todos los dedos de las manos y de un pie, le dispararon en la cabeza y acabaron quemando su cuerpo. Los asesinos fueron dos tipos a los que el propio Francesco introdujo en el mundo del crimen. «Yo les di el punto de partida, me los llevaba a robar conmigo». Él asegura que nunca formó parte de la Camorra y que se limitaba a cometer por su cuenta delitos por los que acabó encarcelado. «El asesinato de mi hermana fue un golpe muy duro. Me pasaba el día enfadado conmigo mismo porque hubieran sido ellos. Sólo pensaba en qué muerte les iba a procurar».

Francesco no cumplió su venganza porque la barbaridad que le ocurrió a Gelsomina fue el catalizador del cambio. La gente se enrabietó, dijo basta y el Estado por fin reaccionó, deteniendo a los principales capos de los Di Lauro y los Scissionisti. «En aquel momento se despertaron las conciencias de las personas y empezó a funcionar de verdad la red de asociaciones de la zona». Él no fue ajeno a ese movimiento y optó por honrar la memoria de su hermana, apasionada por el voluntariado, siguiendo sus pasos. Se metió en una organización que visita los hospitales pediátricos y contó su historia en 'Scampia Trip' (Viaje a Scampia), un libro luego convertido en obra teatral donde varios habitantes del barrio explican cómo lograron salir adelante y burlar la criminalidad. «Mis experiencias negativas y el tiempo que perdí en la cárcel fueron así útiles para que otros no siguieran mi mismo camino», asegura Francesco, al que le va lo de convertirse en actor e incluso ha conseguido un papel en la serie de televisión 'Gomorra'. El proyecto de 'Scampia Trip' estaba impulsado por Daniele Sanzone y Ciro Corona, miembros de (R)esistenza Anticamorra y que han continuado la iniciativa con esta particular excursión.

La primera etapa de la ruta son Las Velas. De lejos impresionan, pero de cerca lo que más llama la atención es la mugre y el agua chorreando por los patios desde tuberías rotas desde no se sabe cuándo. Antes de entrar en uno de los edificios se escuchan las voces de dos vecinas, que hablan de una tercera que necesita ayuda. Es anciana, minusválida y vive sola con seis o siete gatos. En la puerta de su vivienda el pestazo es horroroso. «La situación es crítica. No le importamos a nadie un pimiento», se queja Dora, que ocupa uno de los treinta pisos que hoy siguen habitados a la espera de que el Ayuntamiento diga cuál será su destino cuando derrumben el edificio. «¿Adónde vamos a ir? Yo tengo una pensión de 250 euros por invalidez. Vivo con mi hijo, que gana 480 euros como camarero», explica la mujer, que lleva en los brazos un perrito al que no para de hacerle carantoñas. Ciro echa una mano con la traducción del napolitano al italiano y da su opinión: «Aquí faltan las instituciones. Esto es el monumento a la degradación, el símbolo de cuarenta años de abandono. Hay gente que lleva 36 años viviendo en medio del amianto de estos edificios esperando que le den una casa y no sabe qué pasará con ellos».

Tanto Ciro como Dora fruncen el ceño cuando se les nombra a Saviano, responsable de la notoriedad internacional de Las Velas. «Lo que él diga no nos interesa», corta de inmediato la mujer, que, como la mayoría aquí, reside en una vivienda social que ocupó por su cuenta hace décadas. «Míralo por ti mismo -interviene Ciro-. No hay gente disparando ni tirando cuerpos por los balcones. Saviano presenta Las Velas como si fueran el fortín de la Camorra, pero aquí la Camorra no está. Lo que hay es gente desesperada que no tiene posibilidad de irse. El verdadero problema es que no hay rastro de las instituciones».

En esa lucha cotidiana por salir adelante que se vive en Scampia hay quien está peor aún que los vecinos de Las Velas: los gitanos provenientes de los Balcanes que se han asentado en dos campamentos levantados en el barrio. Son unos 800. Junto a tres voluntariosos jóvenes napolitanos, un grupo de mujeres de esta comunidad han montado el único restaurante de la zona. Se llama Chikù y combina la cocina 'rom' con la italiana. El visitante se pone en sus manos a la hora de almorzar durante la ruta por Scampia, que contempla una etapa más en la escuela de fútbol del barrio. La levantó hace treinta años un grupo de voluntarios liderados por Antonio Piccolo en unas pistas abandonadas y tomadas por los toxicómanos. «Cada año enseñamos a unos 500 críos de entre 5 y 17 años. Tratamos de apasionarles por el deporte y concienciarles de que sólo uno entre varios miles será un campeón, pero que todos deben prepararse para ser campeones en la vida», explica Antonio. Como todos por aquí, concuerda en que Scampia está saliendo del túnel: «Hemos pasado de ser el mayor supermercado de la droga a una tiendecita. Lo que hace falta ahora es sustituir la economía negra por una economía real».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios