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Los últimos reductos para hombres

Los últimos reductos para hombres

Un puñado de clubes deportivos y sociedades culturales o gastronómicas apelan a la tradición para resistirse a los avances hacia la igualdad cerrando sus puertas a las mujeres. «Nos sentimos más cómodos así»

susana zamora

Domingo, 26 de marzo 2017, 21:51

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Los cimientos del conservadurismo en Escocia se tambalearon a principios de este mes cuando el club de golf más antiguo del mundo tomó una decisión a la que se había resistido desde 1744. La Honorable Compañía de Golfistas de Edimburgo, propietaria del legendario Muirfield, comunicó que el 80% de sus socios, todos hombres, aceptaron en segunda vuelta la incorporación de las mujeres como socias de pleno de derecho. El año pasado habían decidido justo lo contrario por decimosexta vez. Tal vez este cambio de postura tenga algo que ver con la decisión del Royal and Ancient Golf Club, la máxima autoridad internacional de este deporte, de castigarles a perder todas sus posibilidades de acoger un Abierto británico. La propia ministra de Escocia había considerado «indefendible» su posición.

Lo que para el club era hasta ahora una sacrosanta tradición, fuera de sus nobles salones se tachaba como discriminación; sobre todo cuando otras renombradas instituciones de golf británicas, como Saint Andrews y el Royal St Georges, ya habían abandonado esta prohibición en 2014 y 2015, respectivamente. El último en levantar esta barrera, esta misma semana, ha sido el japonés Kasumigaseki Country Club, seleccionado como sede olímpica para Tokio 2020 y al que el Comité Olímpico Internacional (COI) había amenazado con retirarle su estatus de sede olímpica si mantenía la prohibición de admitir socias en su reglamento.

Pero la exclusividad masculina de los clubes privados ingleses trasciende a los campos de golf y se resiste a unos cambios sociales en los que la participación de la mujer en la vida pública parece imparable. Muchos nacieron en el siglo XVIII, cuando lo más granado de la sociedad británica se reunía en ellos para evitar la prohibición general de jugar con dinero en establecimientos públicos. Los gentlemens club se popularizaron en el siglo XIX y aún hoy se conservan algunos, en edificios de extraordinaria singularidad y con su misma filosofía de origen: reservado solo a un grupo de distinguidos miembros en donde no hay cabida para las mujeres; con un alto nivel económico; en los que se requiere el aval de un determinado número de socios, y con una larga lista de espera. Como el Whites, en cuyas instalaciones la única mujer que ha entrado en sus más de tres siglos de historia es la reina de Inglaterra; el Boodles, y el Brooks, que son los más aristocráticos.

Muy exclusivos

Inspirados en estos clubes ingleses, existen en Madrid dos instituciones privadas, muy elitistas y con una larga historia a sus espaldas, que a día de hoy mantienen sus reservas hacia la participación activa de la mujer, ya que no cuentan con socias. Son extremadamente discretas: ni web ni nombre en sus fachadas. Una es la Sociedad Gran Peña, fundada en 1869. Sus orígenes se hunden en el Ejército español: militares del Estado Mayor y del cuerpo de Ingenieros que se reunían en el café Suizo de la calle Sevilla, y a los que se acabaron uniendo sus compañeros de Artillería. Allí se celebran tertulias, se juega a las cartas, se charla en el ático disfrutando de unas vistas espectaculares o se come en su restaurante. Los peñistas, entre los que se encuentra el rey emérito Don Juan Carlos (proclamado presidente de honor en 1975), tienen un salón privado exclusivamente a su disposición. Aunque tradicionalmente esta sociedad no ha admitido mujeres como socias, éstas pueden acceder al uso y disfrute de las instalaciones. Este periódico ha intentado hablar con sus responsables, que han declinado hacer declaraciones: «Según acuerdo expreso de la Junta Directiva, no se conceden entrevistas para ningún diario ni revista. Es mera política del club», comunicaban en un escueto correo electrónico.

Sobre la discreción y la privacidad se levanta también el Nuevo Club, punto de encuentro de empresarios, banqueros, aristócratas y miembros de la alta sociedad en la céntrica calle Cedaceros de Madrid. En sus orígenes (se fundó a partir de la escisión del Veloz Club, en 1870) fue una sociedad de carácter deportivo que reunía a las familias nobles de la capital aficionada a los velocípedos. En la actualidad, poco trasciende de su interior salvo las afamadas recetas con huevos, especialidad del chef. Aunque reacios a atender a la prensa, acceden a desmentir que no admitan socias: «Si no ha habido ninguna hasta ahora es porque no lo habían solicitado. Nuestros estatutos no lo prohiben», matizan. En la actualidad hay tres mujeres y quince hombres en lista de espera que confían en convertirse en socios de esta entidad cuando el fallecimiento de alguno de sus 500 miembros deje esa plaza libre y cuenten con el aval de dos socios con dos años de antigüedad.

Espacios conquistados

Las mujeres se abren paso a tirones en los distintos espacios de la escena pública, pero desempolvar normas arcaicas, ancladas en la tradición y en el machismo, para modificarlas y adaptarlas a los nuevos tiempos, no siempre resulta tarea fácil. Hasta hace tan solo seis años, las mujeres no podían salir de nazarenas en las procesiones sevillanas y fue necesario un decreto del arzobispo para evitar la discriminación por razón de sexo en las hermandades. Lo mismo ocurrió en Zamora en 2009, cuando algunas cofradías tuvieron que admitir, también a golpe de decreto de la autoridad eclesiástica, a las mujeres que habían solicitado formar parte de ellas. Un muro similar derribaron hace dos años las mujeres de Alcoy cuando, por primera vez, una escuadra femenina, integrada por festeras de pleno derecho, desfiló en las fiestas de Moros y Cristianos de esta localidad alicantina. Este año dan un paso más en su integración plena en la fiesta y en la igualdad real de derechos con los hombres después de que la Asociación San Jorge, organizadora de este festejo, haya propuesto una reforma en su ordenanza reguladora para permitir a hombres y mujeres desfilar juntos en el acto de la Gloria del domingo de Resurrección.

Pero aún quedan fiestas en España cuya celebración sigue siendo polémica cada año, despertando las críticas de una parte de la población que no entiende la resistencia a la incorporación de pleno derecho de la mujer. «Nos dan igual las críticas, porque estamos haciendo bien las cosas y siempre actuamos de buena fe», asegura un representante de Jatorrak, la única cuadrilla de Blusas vitorianas que no cuenta con ninguna mujer entre sus filas. Las otras 23 que cada mes de agosto participan en las fiestas patronales de La Blanca son mixtas. En los últimos años, han ido incorporando progresivamente a chicas, ampliando progresivamente sus cupos de acceso. «Nosotros no estamos dispuestos, porque si ya es difícil controlar a los 120 miembros que somos, no quiero pensar en la organización durante el desfile y en la comida posterior si fuéramos el doble», apunta el portavoz de Jatorrak, que niega que prohiban el acceso de las mujeres a la cuadrilla. Según él, es solo una cuestión de cupo limitado: quienes quieran incorporarse a Jatorrak tendrán que permanecer en lista de espera, cumplir con el requisito de estar avalado por dos socios que lleven más de diez años en la cuadrilla y abonar los 30 euros anuales a fondo perdido que establecen. «Y estas condiciones afectan por igual a hombres y mujeres. Nadie puede decirnos que las vetamos», insiste.

«Nos distraerían»

Las sociedades que no cuentan con socias se amparan en sus estatutos para defenderse de las críticas, como las que ocasionalmente ha despertado la única peña sanjuanera de Soria que no es mixta. Los Que Faltaban, una asciación cultural y taurina que el pasado año conmemoró su 50º aniversario, no prohibe la admisión de mujeres, pero la realidad es que es la única sociedad sanjuanera, de las seis existentes, que no tiene socias. Para que fueran aceptadas precisarían del aval de cuatro hombres.

En esa línea se posicionan algunas sociedades gastronómicas del país, en las que, sin negar formalmente la participación de la mujer, aquella se reduce a una presencia en comidas puntuales de hermandad. Es el caso de la sociedad gastronómica Los Cucos, muy popular en Burgos por su papel en el Festival de la Matanza y del Esquileo, donde únicamente participan hombres. Son 65 socios, ninguna mujer. «Se creó así y ninguna lo ha planteado hasta ahora; ellas vienen a disfrutar de la fiesta», expone su presidente, Lorenzo Gutiérrez.

En otras ocasiones, la fiesta se convierte en una lucha por la igualdad. La brecha social abierta hace 20 años cuando un grupo de vecinas de Irún y Hondarribia se rebelaron contra la tradición y reivindicaron su derecho a a desfilar en los Alardes vestidas de soldados como los hombres, sigue abierta.

El madrileño Club de Amigos del Cocido recoge claramente en sus estatutos que el ingreso «podrá ser solicitado por cualquier persona del sexo masculino (...)». Su presidente fundador no se esconde y combate las críticas con cierto humor: «Las mujeres nos gustan tanto o más que el cocido y si vienen a nuestras reuniones nos distraerían y no estaríamos atentos a la degustación, que luego puntuamos», explica Guillermo Piera. Fundado hace 27 años, el club cuenta con un centenar de socios de todos los sectores sociales. Piera, que es padre de cinco hijas, confiesa que a menudo le protestan porque no pueden acompañarle, «pero creo que en el fondo lo comprenden porque saben que es un rato que los hombres nos dedicamos sólo a nosotros».

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