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Marcos Rodríguez Pantoja abraza a uno de los lobos del rodaje de 'Entre lobos' (2010).
Mitad niño, mitad lobo

Mitad niño, mitad lobo

Rodríguez Pantoja, que convivió con cánidos en Sierra Morena entre los 7 y los 18 años, confiesa que la vida con humanos es más difícil

ALICIA PÉREZ

Viernes, 24 de marzo 2017, 19:58

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Sigue siendo un niño de mirada pícara, de lenguaje sencillo y de risa fácil cuando evoca sus vivencias. También un lobo, un lobo solitario, como él mismo se define. Marcos Rodríguez Pantoja es uno de los pocos casos documentados de niños salvajes en España. Conocido como el 'niño lobo' español, creció entre ellos. Pasó once años consecutivos en Sierra Morena y así lo narró ayer, en primera persona, ante un salón de actos del Museo Etnográfico de Castilla y León exhausto, lleno y boquiabierto.

Estuvo ayer en Zamora, tierra lobera por excelencia por su emblemática Sierra de la Culebra. No era la primera vez que contaba los que recuerda como los mejores años de su existencia. Sin embargo, ya no volvería al monte. «Ya he conocido cosas y el monte ya no es igual». Han sido muchas veces las que Marcos Rodríguez, hoy con 70 años aunque cumple este año 71, ha narrado su vida, una vida de película, de película de lobos. Pero no le importa repetirlo. «Como se ha reído tanta gente de mí, ahora para que se enteren de quién es Marcos Rodríguez Pantoja».

Nació en 1946 en Añora (Córdoba) y en los años 50 se instaló junto a su padre y su madrastra en Fuencaliente (Ciudad Real), en Sierra Morena. Fue entregado por éstos a un cabrero y tras la muerte de éste, quedó abandonado a su suerte en el monte. No guarda rencor a su padre. En el monte fue feliz. Allí estuvo desde los siete a los 18 años, cuando fue encontrado por la Guardia Civil y se lo llevaron de vuelta al pueblo a la fuerza.

«Con mi padre llevaba una vida muy mala. No pensaba irme de allí porque estaba en la gloria porque tenía las costillas hechas polvo de las palizas de mi madrastra», recuerda sobre su elección de vivir en la naturaleza. Incluso llegó a esconderse para que no le vieran.

Marcos Rodríguez cree que fue capaz de sobrevivir no teniendo miedo a los 'bichos' y cuidándose de pisar las serpientes, aunque en ocasiones los machos de lobo le enseñaron los dientes. Asegura que nunca le hicieron daño. «Me llevaba bien con todos porque veían que yo era más grande». También contó, según recordó, con la protección de una loba que le encontró un día junto a sus cachorros en una cueva y le acogió. De casualidad, al dar una pedrada a una perdiz, saltó una chispa. Así descubrió que podía hacer fuego. A partir de entonces, su vida en medio del monte fue más fácil.

Afirma que su vuelta a la sociedad, al pueblo de Fuencaliente, fue «algo criminal». Atado por la Guardia Civil y con un pañuelo en la boca para que no aullara, lo trasladaron a cortarse el pelo y a quitarle los callos que tenía en los pies como suelas de zapato. «Casi me cargo al barbero al ver la navaja», dice y suelta una fuerte carcajada a pesar de recordar una difícil vuelta al mundo social cuando ni siquiera hablaba.

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