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La Comunitat Valenciana lanza cada semana una lluvia de 300 millones de moscas para combatir las plagas

La Comunitat Valenciana lanza cada semana una lluvia de 300 millones de moscas para combatir las plagas

Estas 'granjas' producen machos estériles para cortar la cadena de reproducción y evitar que se dañen los cultivos de cítricos

FERNANDO MIÑANA

Miércoles, 8 de marzo 2017, 20:58

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Donde la mayoría ve algo molesto, inútil y hasta asqueroso, otros ven algo inocente, útil y hasta hermoso. Unos destruyen las moscas con todos sus medios y otros las multiplican con tecnología punta. En la Comunitat Valenciana las producen en masa y cada semana lanzan sobre su superficie agrícola unos 300 millones de ejemplares. Unos 13.000 millones de moscas durante 2016. Es su mecanismo de defensa contra una plaga agrícola.

El enemigo del citricultor valenciano -de esta comunidad sale el 75% de las exportaciones de cítricos a un centenar de países- se llama 'Ceratitis capitata', el nombre científico de la mosca de la fruta, un insecto procedente de África occidental que está tan afianzado en la costa mediterránea que en América se le conoce como la mosca mediterránea. Se alimenta del níspero, el melocotón, el albaricoque, el higo y de dos puntales de la economía en esta tierra: el caqui y la naranja. El problema viene porque la mosca pica la fruta, deja un huevo dentro que se convierte en larva y en su salida hacia el exterior -se lanza a la tierra, donde encuentra las condiciones perfectas para su desarrollo- deja un agujero que echa a perder la pieza.

Durante años se combatió a cañonazos, pulverizando desde el aire con insecticidas nocivos para el medio ambiente. Hasta que la Unión Europea estableció fuertes restricciones con la directiva 2009/128 y se buscó una alternativa: introducir colonias de machos estériles que se importaban desde Mendoza (Argentina). En 2007 se inauguró el Centro de Control Biológico de Plagas en Caudete, alejado de los campos de naranjos por si se produce una fuga. «Ya no se combate con métodos tóxicos. Hemos eliminado un 97% del uso de fitosanitarios y la pequeña cantidad que aún se utiliza es de productos biológicos», presume Roger Llanes, director general de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Generalitat Valenciana.

El otro muro de México y el mosquito tigre

  • La bioplanta de Caudete es la segunda más grande del mundo, solo por detrás de la que hay en Guatemala. Aunque en realidad es propiedad de Estados Unidos, que está libre de la plaga de mosca de la fruta y se protege creando una barrera de machos estériles, su otro muro, en México. «Nosotros llegamos a producir un pico de 510 millones de machos en una semana, pero aún así eso es una broma al lado de la planta de Guatemala. Luego hay otras más pequeñas, a las que vendemos pupas, en Croacia y Marruecos», informa Jaime García, responsable de la bioplanta de Caudete. Estados Unidos no se anda con bromas y exige, para importar naranjas de Valencia, que en sus campos haya una trampa de conteo cada 200 hectáreas y se consulten semanalmente.

  • En la planta del evolucionario de Moncada hay un pequeño laboratorio donde Carles Tur dirige un proyecto piloto que pretende averiguar si la técnica del insecto estéril se puede aplicar al mosquito tigre, que se ha instalado con fuerza por toda la costa mediterránea, desde Francia hasta Andalucía. Allí, tras una doble puerta donde unos tubos violetas atraen y achicharran a los mosquitos 'aventureros', estudian una pequeña colonia, con 4.000 ejemplares en cada una de las pequeñas celdas cerradas y coronadas con unas bolsas de sangre de carnicería a 36 grados para alimentar a las hembras -ellos se conforman con agua y azúcar-, que son las que pican a los humanos y pueden causar, además de una picadura mucho más molesta que la del mosquito común, la transmisión de enfermedades. Los que van por delante en este insecto son los chinos.

La bioplanta, una auténtica granja de moscas de la fruta, reproduce a diario el ciclo completo. Por un lado crea ingentes cantidades de machos estériles que lanzará al exterior para que copulen con las hembras silvestres, que pondrán huevos no viables, pero al mismo tiempo mantiene viva en su nave la cadena reproductiva para tener siempre parejas que sigan copulando sin fin.

Allí dentro uno descubre que las moscas huelen. Y si los machos tratan de seducir a las hembras, huelen mucho. «Son las feromonas», apunta Vicente Dalmau, el jefe del servicio de Sanidad Vegetal, un organismo que cuenta desde principios del siglo XX con un insectario nodriza -su origen está en la Estación de Fitopatología Agrícola que había en Burjassot junto a la Estación Central Naranjera- que nutre a los labradores de insectos beneficiosos para combatir las plagas.

El ciclo arranca al colocar los huevos en bandejas con un nicho hecho a base de pulpa de remolacha y otros ingredientes. Cuando las larvas que salen de esos huevos han crecido lo suficiente -sorprende al poner la mano debajo de las bandejas el calor que generan-, imitan lo que hacen en la fruta, se precipitan al vacío. Aquí, en lugar de la tierra, caen sobre un compuesto de salvado de trigo, donde son recolectadas antes de que se conviertan en pupas (como las crisálidas de las mariposas). Los residuos de sus dietas -de los silos salen a diario 500 kilos de pulpa de remolacha- se reciclan como alimento para las cabras.

Estériles por irradiación

Las colonias de amplificación siguen su curso para generar nuevos machos y hembras que deben procrear: acaban en unas celdas cubiertas de tela, que ellas reconocen como la piel de la fruta, donde dejan sus huevos, que caen al suelo y son recogidos mediante un riego por aspersión para empezar un nueco ciclo.

Los huevos de las moscas se incuban en un líquido a 24 grados y, pasados dos días, se eleva a 34 grados durante doce horas porque las hembras son más sensibles a la temperatura y mueren, haciendo así la criba para formar los machos estériles.

Cuando los supervivientes se convierten en pupas se tiñen con fluoresceína; así, el adulto se impregna de esta sustancia cuando emerge. Ese tinte permitirá identificar en el futuro cuántos ejemplares caen en las cerca de mil trampas que hay distribuidas por los campos de la Comunitat Valenciana. Bajo la luz negra, los machos estériles emiten un brillo fluorescente, al contrario que los ejemplares silvestres.

Después del proceso de tinción, las pupas se empaquetan en bolsas de plástico donde consumen el oxígeno y crean una situación de hipoxia que ralentiza su ciclo biológico, las deja aletargadas, mientras son trasladadas a Tarancón, en Cuenca, para someterlas a irradiación y esterilizar así a los machos.

Una vez están listos, las bolsas son enviadas a la planta de 'Ceratitis capitata' que el Instituto Valenciano de Innovación Agraria (IVIA), una especie de CSI del campo, tiene en Moncada. Sobre esta pequeña nave revolotean las golondrinas, dándose un banquete de moscas de la fruta que han conseguido escaparse.

En Moncada los dípteros maduran para ser lo más competitivos posible en el campo. Sus últimos días viven como reyes. Una dieta a base de terrones de agua y azúcar y, horas antes de ser liberadas, sesiones de aromaterapia con efluvios de jengibre que las estimulan. «El objetivo es que sean sexualmente competitivos en el campo», advierte Miguel Ángel Martínez Utrillas, el responsable del evolucionario. Si las soltaran demasiado pronto estarían muy verdes frente a sus vigorosos rivales silvestres, y si lo hicieran demasiado tarde les quedarían muy pocas horas de vida.

El conteo de las trampas permite establecer las rutas. La avioneta va liberando más machos donde han detectado que son mayoría las moscas silvestres y menos donde han encontrado más bichos fluorescentes. «Tienen que hacer su papel en dos o tres días porque su merma de mortandad es muy grande», apunta Martínez Utrillas. Moscas contra moscas.

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