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Tumbas de nieve

Tumbas de nieve

En España mueren cada año dos o tres montañeros y esquiadores a causa de los aludes. Los expertos aconsejan salir al monte informado y llevar siempre material antiavalanchas

INÉS GALLASTEGUI

Sábado, 4 de marzo 2017, 21:23

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Una avalancha sepultó bajo 120.000 toneladas de nieve el hotel Rigopiano, en la región italiana del Abruzzo, el pasado 19 de enero. Once personas salieron vivas de entre los escombros después de largas jornadas de tareas de rescate. En total hubo 29 muertos. «El caso de Italia es una raya en el agua», asegura Rubén Santos, teniente de la Sección de Rescate e Intervención en Montaña (Sereim) de la Guardia Civil de Sierra Nevada, integrada por 16 agentes y 3 perros. Las posibilidades de sobrevivir a un alud descienden un 70% tras los primeros 15 minutos, y después siguen bajando rápidamente. Y en el 'albergo' de Farindola, cuyas plantas más altas fueron arrasadas por una gigantesca ola de nieve a 100 kilómetros por hora, los equipos de rescate llegaron esquiando once horas después del siniestro, porque las carreteras estaban cortadas y el centro de emergencias no se tomó en serio el primer aviso.

La peculiaridad de este alud es que los supervivientes se encontraban en habitaciones de las plantas bajas que no fueron destruidas por la masa de hielo, nieve, rocas y árboles -con la fuerza de 4.000 camiones, según los Carabinieri- ni anegadas por la lengua helada, de modo que pudieron respirar, comer e incluso hacer fuego para calentarse durante los casi tres días que duró su encierro. No es lo habitual.

«Casi siempre, quien te salva es tu compañero», recuerda el teniente Santos. De ahí la importancia de llevar a las rutas de alta montaña en invierno tres instrumentos básicos: un aparato de rescate de víctimas de avalancha (ARVA), que emite y recibe señales para indicar la posición de la persona sepultada, una sonda -varilla plegable para inspeccionar bajo la nieve- y una pala.

El tiempo es clave. Eduardo Valenzuela, director de Montaña de la estación de esquí granadina, lleva más de 30 años trabajando en Sierra Nevada y ha visto de todo. Una vez le pilló una avalancha fuera de pistas. «Había niebla y no la vi venir. Solo noté una sensación extraña y cuando me quise dar cuenta ya estaba cubierto hasta el pecho -recuerda-. Me asombró lo rápido que se endureció la nieve: pensé que, al ser nieve suelta, saldría de allí rápidamente, pero me costó 45 minutos desenterrarme».

También lo ha vivido en tercera persona. Recuerda muy bien el alud más letal ocurrido en Sierra Nevada, que se saldó con seis montañeros galos muertos en las faldas del Mulhacén en 1989. Solo un miembro de la partida, una mujer, sobrevivió. Las máquinas de Cetursa, la empresa que gestiona la estación, ayudaron en las tareas de rescate: «Tardaron días en sacar los cuerpos». Desde entonces a ese paraje se lo conoce como el Paso de los Franceses.

A Eduardo le tocó hace 20 años intentar salvar a un militar inglés que había quedado sepultado en los Tajos de la Virgen. «Le hice la respiración artificial, pero había estado 35 minutos bajo la nieve y no pude recuperarlo», lamenta. El último accidente mortal se produjo en 2011: tres jóvenes montañeros se vieron sorprendidos por una ola de nieve. Uno no logró zafarse. Ninguno llevaba ARVA y, aunque dio la casualidad de que dos agentes del Sereim y su perro hacían prácticas cerca y el helicóptero los llevó enseguida a la zona del siniestro, no encontraron el cadáver hasta la primavera siguiente, cuando el deshielo lo dejó al descubierto en un barranco profundo.

«De los escarmentados nacen los avisados», sentencia el director de Montaña, que prefiere ordenar el cierre de un área esquiable si hay riesgo de avalancha antes que correr riesgos, aunque cueste dinero y críticas de los propios clientes. Por eso las tareas de prevención de los aludes empiezan en verano, cuando se colocan paravientos y vallas para evitar la acumulación en las cornisas peligrosas. En invierno se pone en marcha un protocolo de actuación que activa la alerta entre trabajadores y voluntarios. Incluido 'Thor', el pastor belga malinois adiestrado por su dueño, un pistero, para encontrar personas enterradas por avalanchas o terremotos. «El riesgo cero no existe, pero hasta ahora nunca hemos tenido un alud en pistas», se felicita Valenzuela.

En Sierra Nevada, un macizo aislado, el fuerte viento es uno de los factores desencadenantes. En los Pirineos, donde las precipitaciones suelen ser más abundantes, muchas avalanchas se producen por el propio sobrepeso de la nieve acumulada. Otras veces los provoca el paso de una persona o un animal, un ruido fuerte o un terremoto, como en Italia.

O una explosión: por eso uno de los sistemas más punteros para evitar catástrofes consiste en provocar explosiones controladas que desencadenen pequeños derrumbes preventivos.

Una parte fundamental del equipo de montañeros y esquiadores de travesía y fuera de pistas, que se enfrentan a los riesgos de la montaña bajo su responsabilidad, sin el 'abrigo' de las estaciones que otorga el forfait, es la información. El geólogo Jordi Gavaldà trabaja en el Centro de Predicción de Aludes del Valle de Arán, donde se encuentra la estación de Baqueira, que emite cada mañana de invierno dos boletines online: uno para informar a los deportistas sobre los puntos de riesgo de avalanchas, de un modo muy visual, y otro, destinado a la Administración y los cuerpos de seguridad, sobre las carreteras vulnerables.

Gavaldà, uno de los mejores nivólogos de España, explica que el rango de pendiente donde el riesgo es mayor es entre los 30 y los 40 grados. Por debajo, la nieve no se desliza. Por encima, hay constantes derrumbes y no llega a acumularse.

Las avalanchas son más probables si ha habido nevadas copiosas, fuertes rachas de viento, lluvias o altas temperaturas que la derriten y aumentan su peso, deslizamientos de base -sobre un suelo liso y pelado- o las denominadas capas débiles persistentes; por ejemplo, una capa de nieve helada con consistencia de azúcar o sal gorda sobre la que fácilmente puede resbalar la nueva.

En caso de avalancha, explica el teniente del Sereim, lo recomendable es correr en diagonal. Si la ola nos alcanza, debemos intentar 'nadar' para mantenernos en la superficie y, si no es posible, formar a nuestro alrededor una cámara de aire lo más grande posible. «Se dice pronto, pero en esos momentos es difícil», admite Santos.

Distintos tipos de aludes

Distintos tipos de nieve dan lugar a avalanchas diferentes: un alud de nieve polvo puede alcanzar una gran velocidad y, aunque es más ligera, se introduce fácilmente en las vías respiratorias. Los derrumbes de nieve primavera son más lentos, pero mucho más pesados; es más difícil salir de ellos. Y la rotura de placas duras tiene más capacidad de arrastre, pero suele crear cámaras de aire. Asfixia, traumatismos o hipotermia son las principales causas de muerte.

Gavaldà, que imparte cursos por todo el país, también ha vivido algún accidente en sus propias carnes. «Son experiencias que te hacen aprender. Pero a veces la gente sale informada y, a pesar de todo, toma decisiones erróneas», señala el especialista, quien recuerda que en los Pirineos hay una media de dos muertes anuales por este motivo.

Las víctimas del Abruzzo no pudieron elegir. El director del hotel Rigopiano había pedido ayuda por email -los teléfonos no funcionaban- horas antes de la avalancha: los clientes estaban aterrorizados por los terremotos y querían ser evacuados, pero las carreteras estaban cortadas. Algunos estaban dispuestos a dormir en sus coches. No les dio tiempo.

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