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El físico Lawrence Krauss y el exembajador de EE UU Thomas Pickering presentan el reloj del apocalipsis.
El reloj del apocalipsis se adelanta

El reloj del apocalipsis se adelanta

Los cálculos de los científicos, que analizan periódicamente los conflictos mundiales, ponen más cerca el cataclismo final

J. LUIS ÁLVAREZ

Viernes, 24 de febrero 2017, 20:29

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La guerra termonuclear. Levantarse por la mañana pegado a las sábanas, carbonizado por la explosión de cientos de cabezas atómicas a lo largo y ancho del planeta. Sobrevivir al invierno nuclear. Todo esto está hoy más cerca, de acuerdo con la puesta en hora realizada ayer del llamado reloj del apocalipsis. Aquí no hay meteorito que impacte contra la Tierra y acabe con la especie humana. Sería el hombre el que termina con su presencia sobre el planeta azul.

El reloj del apocalipsis o del juicio final fue ideado al término de la Segunda Guerra Mundial. La terrible masacre que supuso la contienda, el exterminio realizado por los nazis y el lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas de la historia hicieron ver a la comunidad científica que el mayor peligro para la especie era el propio hombre. De esta manera, en 1947 los científicos del Proyecto Manhattan -los padres de la bomba atómica- crearon en la Universidad de Chicago el 'Bulletin of Atomic Scientists'. En él alertaban a la sociedad de los peligros de la era nuclear y su utilización en la guerra.

De esta manera, los especialistas idearon este hipotético reloj que se acerca a las doce de la noche, momento en el que terminaría la vida sobre la Tierra, y que incluye ahora nuevas variables como el cambio climático, las amenazas biológicas o tecnológicas, algo así como lo que ocurre en 'Terminator', pero donde no solo las máquinas se rebelan contra el hombre.

Desde 1947, este reloj se actualiza por la junta directiva del Bulletin of the Atomic Scientists. El número de minutos para las doce de la noche medianoche es corregido periódicamente y ayer se adelantó 30 segundos para quedarse a sólo dos minutos y medio de las doce.

Y es que desde que fue puesto en hora por primera vez en 1947, cuando marcaba las 23:50, el reloj ha estado muy cerca de dar las doce campanadas, donde no habría las tradicionales doce uvas de la suerte, sino la destrucción total.

Los rifirrafes entre Estados Unidos y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas movían las manecillas peligrosamente. Así, en 1953, la humanidad se quedó a dos minutos para el fin del mundo, 23:58, el momento más crítico de toda la historia. Washington probaba su primer ingenio termonuclear y Moscú hacía lo propio.

Desde entonces, el reloj fue retrasándose hasta colocarse en 1960 a las 23:53. Dos años más tarde, las manecillas permanecieron quietas pese a estallar la Crisis de los Misiles de Cuba, al descubrir EE UU una base de lanzamiento rusa de ojivas nucleares en la isla carbeña. El motivo de que no se tocara estuvo en que el conflicto se resolvió antes de la reunión de los científicos del Bulletin.

Ni Vietnam, ni los conflictos árabes-israelíes o las pruebas nucleares realizadas por distintos países interesados en poseer un ingenio de destrucción masiva afectaron al reloj del apocalipsis. En 1972 la hora se atrasó hasta las 23:48 gracias a la firma del Tratado de Limitación de Armas Nucleares (SALT), pero hubo que esperar casi 20 años, hasta 1991, para que las manecillas se quedan lo más lejos que han llegado del apocalipsis, a las 23:43. Era el final de la Guerra Fría y la caida del Muro de Berlín y de la Unión Soviética.

Sin embargo, los acontecimientos mundiales han ido poco a poco adelantando los minutos. En 2007, la hora estaba en las 23:55 cuando Corea del Norte se iniciaba en la carrera nuclear. Los conflictos en Oriente Próximo y el cambio climático colocaron en 2015 la hora a las 23:57. Ahora, dos años más tarde, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, sus proyectos armamentistas, de alianzas militares, las ideas sobre el medio ambiente y, cómo no, su cordial relación con Vladimir Putin, la humanidad está a solo dos minutos y medio del final.

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