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Fidel Castro, un revolucionario convertido luego en dictador, muere a los 90 años dejando la incógnita de si el castrismo le sobrevivirá

CÉSAR COCA

Domingo, 27 de noviembre 2016, 22:13

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Llevaba más de medio siglo siendo un mito. A las 10.29 de la noche del viernes, hora de La Habana, Fidel Castro entró en la Historia. Lo anunció sin un solo temblor de voz, llamándolo primero por su nombre con dos apellidos y más tarde como «compañero Fidel», su hermano Raúl, que le sucedió como presidente de Cuba pero que nunca alcanzará su popularidad ni su carácter icónico. Llevaba más de tres meses sin aparecer en público, desde que el 13 de agosto, con motivo de su 90 cumpleaños, se dejara ver en el Teatro Karl Marx para recibir un homenaje. Estaba sumamente delgado y su rostro parecía una máscara, sin un rastro de la energía, la mirada astuta y la sonrisa cautivadora con la que en la distancia corta conquistaba a sus interlocutores, incluso a muchos de quienes no parecían predispuestos a dejarse seducir.

Fidel Castro hizo una revolución, puso en marcha enormes avances sociales en su país, traicionó no pocos de sus principios y convirtió el sueño de todos en pesadilla para muchos. Pero además de eso dedicó un notable esfuerzo a forjar su propio mito, ocultando aspectos de su biografía y sus ideas políticas -no reconoció sus ideas comunistas hasta 1961- y poniendo el foco sobre otros. Gran admirador de Alejandro Magno, lector infatigable y escritor de bastante talento, dio las primeras muestras de esa capacidad de poner en pie una figura con los atributos del héroe a los 25 años. Apenas hacía dos que acababa de terminar la carrera de Derecho cuando se plantó ante un juzgado de La Habana para presentar una demanda contra Fulgencio Batista por violar la Constitución. Meses después, cuando fue condenado a quince años de cárcel -cumplió algo menos de dos porque se benefició de una amnistía- por el fallido asalto al cuartel Moncada, reconstruyó su larguísimo y célebre alegato luego titulado con sus palabras finales, 'La Historia me absolverá'. Quería que sus palabras llegaran a todos los rincones. Sabía que así empiezan a nacer las leyendas.

Nada en su biografía anterior parecía encaminarlo a un papel tan relevante. Fidel Castro nació en Birán (Holguín), el 16 de agosto de 1926, fruto de la relación entre el inmigrante gallego Ángel Castro y la también descendiente de españoles Lina Ruz (La pareja contrajo matrimonio cuando el futuro líder revolucionario tenía ya 17 años, después de que el padre lograra el divorcio de su primera esposa). Estudió en los jesuitas de Santiago y La Habana y después se matriculó en Derecho en la Universidad de la capital. Durante los primeros cursos estuvo más ocupado en participar en movimientos estudiantiles que en pisar las aulas. Sin embargo, en la parte final de la carrera parece haber sido un alumno aplicado, quizá por su interés en conseguir una beca para ir a EE UU.

David frente a Goliat

Antes de terminar los estudios participó activamente en las protestas contra el dictador dominicano Rafael Trujillo. El 9 de abril de 1948 estaba en Bogotá para entrevistarse con Jorge Eliecer Gaitán, el líder que había encandilado a los jóvenes progresistas de todo el Caribe. Horas antes de su encuento, Gaitán fue asesinado -al parecer, con la intervención de la CIA- y Castro asistió perplejo a la violenta revuelta que se produjo nada más conocerse la muerte. En las calles de la capital colombiana, un verdadero campo de batalla, se cruzó con otro joven con quien habría de tener una amistad que duró hasta la muerte: Gabriel García Márquez.

Castro se casó poco después con una rica heredera, Mirta Díaz-Balart, viajó a Nueva York de luna de miel, parece que incluso pidió información sobre si podría matricularse en Harvard y sentó las bases de su carrera política.

Su discurso ante el tribunal que lo juzgó por el asalto a Moncada, el mismo que luego reconstruyó cuidadosamente, es todo un programa político. Además de denunciar los asesinatos de algunos compañeros de guerrilla cuando fueron capturados, detalla con cifras y datos de todo tipo las actuaciones que su grupo habría llevado a cabo de haber conseguido el poder. Con un golpe de efecto final: en vez de solicitar la absolución, reclama al tribunal que lo envíe a la cárcel junto a sus compañeros. Cuando Castro regresó a Cuba en el yate 'Granma' procedente de México, adonde había marchado tras la amnistía, ya había decidido asumir el papel de David frente a Goliat, sabedor de que, de esa manera, la victoria le garantizaría el poder y la derrota lo consolaría al menos con la gloria.

El 8 de enero de 1959 entró en La Habana y, ante la multitud que le vitoreaba y a la que luego sometería a una férrea dictadura, fue consciente de su enorme influencia. En ese momento, tenía todas las herramientas en su mano para construir el mito que habría de sobrevivirle. Al enfrentarse a EE UU, que en los sesenta sufría un gran desgaste en su imagen por la participación en guerras imposibles en Asia, se ganó la simpatía de las izquierdas de todo el mundo. Era el pastor con su onda frente al gigante con sus temibles armas. Al llevar la Revolución a América Latina y África, estaba cambiando la geopolítica con apenas unos miles de soldados y médicos. Con esa imagen y su capacidad de seducción, logró cosas que parecían imposibles, como que la URSS comprara azúcar a Cuba a precios muy por encima de los de mercado o que EE UU acogiera a los 'marielitos', una operación que aprovechó para deshacerse de unos centenares de peligrosos delincuentes que endosó a su principal enemigo.

Mientras sus gobiernos expropiaban fábricas y grandes fincas -la primera fue la de la familia del propio Castro- y ponían en marcha un sistema de salud pública y una educación envidiados desde el río Bravo hasta Ushuaia, Castro no dejaba de lanzar proclamas que se convertían en mantras para la juventud occidental. «No es con sangre como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por el bien de un pueblo; la felicidad de ese pueblo es el único precio digno», había escrito en el alegato 'La Historia me absolverá' y lo repetía siempre que tenía ocasión. «Nacimos en un país libre (...) y antes se hundirá la isla en el mar que consintamos en ser esclavos de nadie», añadía y toda una generación se aprestaba a afiliarse a la revolución. Pero, al mismo tiempo, el tirano Castro se deshacía de todos los disidentes y hasta de los más fieles si podían convertirse en competidores por el poder. Aunque también puede ser que la (mala) suerte estuviera de su parte. Camilo Cienfuegos, cuya popularidad entre la población era enorme, murió en un extraño accidente aéreo en 1959. Ocho años después destinó al Che Guevara a una misión en Bolivia de la que parecía imposible salir vivo. En 1989, el general Ochoa, héroe de Angola y partidario de una 'perestroika' a la cubana, fue condenado a muerte por un asunto de tráfico de drogas que nadie creyó.

Monólogos

Mientras, la política en Cuba se reducía progresivamente a monólogos del líder. Monólogos con interminables discursos -se calcula que fueron más de 2.500- en los que durante horas lanzaba proclamas, contaba viejas historias cargadas de humor, amenazaba a EE UU con bravuconadas de feria y concluía con la épica que encandilaba a los oyentes. La prensa y la TV los reproducían íntegros, en un ejercicio de propaganda que combinaban con un desmedido culto a la personalidad y un deliberado ocultamiento de su vida privada. Porque en Cuba, con la disculpa de la permanente -y cierta- amenaza a su seguridad, nadie conocía su paradero y hasta el último minuto jamás existía certeza alguna de si se presentaría a una reunión. Tampoco se hablaba de su familia -el número de sus hijos sigue siendo una conjetura- y sobre su estilo de vida circulan versiones que van desde una extrema austeridad hasta un lujo impropio de un país pobre.

Fue el único líder comunista occidental que sobrevivió a la caída de la URSS, pero el 'período especial' al que sometió al país a consecuencia de la posterior crisis económica, acrecentó el declive de su popularidad. El icono ya aparecía desdibujado y con poco color cuando la enfermedad lo retiró de la primera línea política, en 2008. Desde entonces, ha sido una sombra a la espera del juicio de la Historia.

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