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Países sin sitio en el mapa

Países sin sitio en el mapa

Tienen un territorio, habitantes, gobierno y hasta bandera y moneda, pero pasan inadvertidos porque no han logrado reconocimiento internacional

SUSANA ZAMORA

Viernes, 9 de diciembre 2016, 19:50

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Puede una plataforma marítima convertirse en un país? ¿Y cuatro cabañas levantadas sobre un terreno abandonado? ¿Y un espacio en medio de una ciudad desarrollada que empezó como un asentamiento hippie? Si tienen un territorio definido, una población que los habita y unas instituciones que los gobiernan cumplen los tres requisitos esenciales recogidos en el Derecho Internacional para poder llamarlos estados. Este ha sido el punto de partida del geógrafo Nick Middleton para elaborar el Atlas de países que no existen. Una noche mientras leía a su hija un pasaje de los cuentos de Narnia se le encendió la bombilla. La protagonista se abría paso hacia una tierra mágica y la fantasía de ese mundo le iluminó. Este prestigioso profesor de Oxford reparó en que no hay que hacer magia para visitar un país que «no existe» a los ojos de los demás. Así buscó -y reunió en su libro- hasta medio centenar.

Somalilandia, Atlantium, Rapa Nui, Christiania, Sealand, Akhzivland... ¿Les suenan? Son países que se han hecho un hueco en un territorio, pero no en los mapamundis, y cuesta ubicarlos, siquiera, en el continente al que pertenecen. Algunos arrastran credenciales democráticas envidiables y otros son experimentos sociales que desafían abiertamente las leyes del estado en el que están implantados. Sus nombres evocan fantasía, pero son tan reales como el territorio que los delimita, sus pobladores y su autogobierno. Premisas necesarias para que puedan ser considerados estados, tal y como quedó recogido en la Convención de Montevideo de 1930.

«Pero si no son reconocidos por otros, si no mantienen relaciones económicas, políticas y sociales normalizadas con el resto, es como si no existiesen a los ojos de la comunidad internacional», explica la profesora de Derecho Internacional de la Universidad de Málaga Elena del Mar. Porque a día de hoy no hay ninguna institución internacional que tenga la competencia de certificar si un país lo es o no. «Actualmente, hay 193 estados miembros de Naciones Unidas, pero no significa que este organismo se encargue de su reconocimiento; eso es algo que, de forma discrecional e individualizada, decide cada estado con respecto a los demás», aclara.

Un 'país' sobre las olas

Con sus 4.000 metros cuadrados de superficie y solo 27 habitantes, tiene un equipo de fútbol propio, su bandera ha sido llevada a la cumbre del monte Everest y ofrece títulos de caballero por la módica suma de 145 dólares. Dispone de teléfono, internet y hasta una tienda de 'souvernirs'. Lo más increíble es que este 'país' se levanta sobre una plataforma marítima a unas siete millas náuticas al este del Reino Unido. Tras su construcción en 1943 por la Armada Británica para defenderse de los alemanes, fue abandonada al acabar la II Guerra Mundial y Roy, un antiguo comandante de Infantería y propietario de una cadena de carnicerías, no tardó en instalarse allí. Años más tarde, y tras resolver una causa judicial por las emisiones que hacía desde una radio pirata, regresó en 1967 y el 2 de septiembre de aquel año declaró la independencia, izó una bandera y nombró a su esposa Princesa Joan. Así nació el Principado de Sealand. En la actualidad, su hijo Michael ha heredado el título y trabaja para que puedan volver a emitirse los pasaportes que, con motivo del 11-S, dejaron de hacerse.

Dos habitantes y una casa

Difícil de pronunciar y más aún de entender cómo un solo hombre ha logrado fundar este 'país' sin permiso de nadie y resistir los envites legales posteriores. La historia de Akhzivland va unida a la de Eli Avivi, un judío de origen iraní que, a principios de los 60, empezó a construir varias cabañas en un antiguo pueblo de pescadores cerca de la frontera líbano-israelí, pero sin tener derecho sobre la tierra. Durante diez años, el Gobierno de Tel Aviv hizo la vista gorda sobre su situación irregular, pero, a partir de 1970, intentó echarle. Demolieron algunas de las chozas y le acusaron de levantar un país sin permiso. Lejos de amedrentarse, el hombre se fortificó en su hogar junto a su mujer y declaró la creación del Estado de Akhzivland con él como presidente. Posteriormente llegó la bandera, un escudo y un himno. Una especie de 'república independiente de mi casa' que sigue en pie gracias al acuerdo con Israel, que le arrendó el territorio durante 99 años y lo promovió como destino turístico. Hoy, Akhzivland ha alcanzado tal popularidad que Avivi ha fundado un hotel y un camping, además de un museo.

'Ciudad libre'... y algo cutre

Una bandera roja con tres puntos amarillos y decenas de grafitis dan la bienvenida a quienes visitan la anárquica Christiania, en Copenhague. Este territorio, que conserva la muralla del antiguo campamento militar sobre el que se asienta, mantiene vivo el espíritu con el que nació en los años 70, de la mano de un grupo de hippies. Aquí se respira libertad -tienen su propio autogobierno y desafían las leyes que se aplican en el resto de la sociedad danesa-, pero también un envolvente y mareante olor a marihuana. Se venden y compran drogas blandas sin problemas. Su vía principal, Pusher Street, es sinónimo de heroína, cocaína y anfetaminas. Lo que no llevan tan bien sus 850 habitantes, pese a los suculentos ingresos que les reportan, es el trasiego de turistas que a diario visitan sus mercadillos y degustan su propia cerveza: Okologisk Christianias Thy Pilsner. Eso sí, no pueden hacer fotos ni hablar por el móvil. Pese a su singularidad, Christiana no deja de ser un sitio algo cutre, salpicado de casas levantadas irregularmente a partir de materiales de otras, y donde al salir puede leerse: «Vuelves a entrar en la UE».

Paraíso fiscal y motero

Pertenece a las islas británicas, pero no forma parte ni del Reino Unido ni de la UE. Ellos van por libre y quienes buscan un resquicio para evadir impuestos encuentran en este enclave su paraíso. Sus carreteras se transforman desde 1907 en un circuito urbano de motociclismo, capaz de congregar a tantos moteros como habitantes tiene la isla. Las tres piernas de su símbolo nacional y su lema constituyen una declaración de intenciones sobre su independencia: «Como quiera que lo tires permanecerá en pie». Tienen su propia moneda y a sus habitantes les gusta conducir por la izquierda, como a los ingleses, y vestir su propio tartán, como a los escoceses. No escapan a la mirada del turista, pero no se rinden a sus gustos: aquí nada de comida internacional ni restaurantes vegetarianos. Su parlamento, el Tynwald, gobierna la isla desde la llegada de los vikingos y su blancura es tal, que lo conocen como la 'tarta nupcial', aunque lo más llamativo es que se reúne al aire libre una vez al año. Para no ser un país al uso, presume de haber sido el primero en Europa en establecer el derecho al voto a los 16 años.

Oasis en el Cuerno de África

Tan solo cinco días le duró a Somalilandia su autonomía después de que se independizara de los británicos en 1960 y se uniera a la República de Somalia. Pero nunca estuvo conforme y, tras una guerra civil, recuperó en 1991 sus fronteras en el Cuerno de África. Aquí se respira paz, algo insólito en una zona tan conflictiva, y el tiempo pasa a ritmo de reloj de arena. El 'país' se paraliza a mediodía. Es la hora del 'kat' y la gente se refugia en sus casas para mascar una hojita con efectos anfetamínicos, que acompañan con bebidas no alcohólicas. Las chozas de esteras y materiales vegetales salpian un paisaje casi lunar que acaba en el océano, donde aguarda el parque marino de Sa'ad ad DinSu y un arrecife coralino tentador para el buceo. El tímido desarrollo de este territorio se intuye en las dos plantas que tiene instaladas Coca-Cola y en las pequeñas tiendas de ultramarinos de su capital, Hargeisa, donde se encuentran productos internacionales que contrastan con una población dedicada al pastoreo y a la producción de leche de camella. Es líder mundial y saca tanta al mercado que tiene que exportarla, sobre todo a los emiratos del Golfo.

Una de indios

La historia de la República de Lakota no está sacada de una película de indios que cruzan al galope, hacha en mano, las infinitas llanuras en busca de cabelleras que cortar..., aunque no dista demasiado. Esta nación se extiende entre media docena de estados del Medio Oeste americano. La mitad se sitúan en Dakota del Sur y el resto vive entre Minnesota, Nebraska, Dakota del Norte, Montana y Wyoming. La tribu Sioux de los Lakota ha peleado durante años por recuperar las 'sagradas' Colinas Negras que el Gobierno de EE UU les cedió en 1868, pero que años después les arrebató al olor del oro. Un siglo han tardado en recobrarlas. Ahora la pelea es otra: evitar la construcción de un oleoducto en las fronteras de la reserva. Estos herederos de 'Toro Sentado', que yace en el centro de la reserva de Standing Rock bajo un imponente busto de piedra blanca, se siguen entregando a la danza del sol y a la ceremonia de la purificación para mantener la curación física y espiritual de una población que no supera los 40 años, pero que muere aparentando 80 por los efectos del alcohol y la drogas.

Vida en el fin del mundo

No es una frase hecha. El fin del mundo existe. Se llama Rapa Nui y no es solo el título de una película. Es una isla del Pacífico situada a casi 4.000 kilómetros de la costa de América del Sur y a más de 2.500 de la Polinesia. La isla de Pascua, como también se la conoce en honor al holandés que la descubrió el Viernes Santo de 1722, está lejos de todo. Pero eso no es obstáculo para los turistas, que llegan atraídos por sus paradisíacas playas, como la de Anakema, de arena coralina y aguas cristalinas de hipnótico esmeralda. El 90% de la población se concentra en la capital, Hanga Roa. Aquí no hay grandes 'resorts'. Se paga por lo que hay, que no es mucho y sí caro (180-200 dólares por una habitación). Los ojos de los 900 moai, hoy ya carentes del coral blanco y las pupilas de obsidiana de antaño, miran resignados, al igual que los 6.000 habitantes de la isla, el nocivo ir y venir de 80.000 visitantes anuales. El Gobierno chileno se hizo con ella en 1888, pero el tratado que firmó con el rey de los rapanui en versión española contradice al que también se rubricó en idioma rapanui, de ahí la autonomía de la que gozan ahora.

Sui generis

Atlantium choca con uno de los principios para denominar 'estado' a un territorio: tener unas fronteras perfectamente delimitadas. Este barrio residencial de Sidney (Australia) está convencido de que las reivindicaciones territoriales como base de legitimidad de una nación no tienen ningún sentido en pleno siglo XXI y en un mundo tan globalizado como el actual. Atlantium es 'no territorial' y, por tanto, cualquier persona, de cualquier parte de la Tierra, puede convertirse en un ciudadano suyo. En 1981, poco después de su proclamación, sus escasos 2.000 habitantes redactaron su Constitución, establecieron el latín como lengua oficial y decidieron un calendario propio, que empieza al terminar la última glaciación. No escatimó recursos este 'país', que nació en un apartamento de Sidney -después ocuparía un terreno en el campo con una valla como frontera- y emitió sellos, moneda y billetes de banco con la imagen del jefe de estado de Atlantium, el emperador George II. Pasaportes, nunca, porque su máxima es la libertad de movimiento sin restricciones internacionales.

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