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Una niña trata de llamar la atención de los lemures de cola anillada del Biodomo de Granada, en plena siesta. :: Ramón L. Pérez
Animales políticos

Animales políticos

Los delfines de Ada Colau traen el nuevo modelo de zoo a la primera línea del debate. ¿Son cárceles para fieras o una herramienta clave para conservar la biodiversidad?

INÉS GALLASTEGUI

Lunes, 21 de noviembre 2016, 19:33

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Que los delfines son animales sociales lo sabe todo el mundo. ¿Pero también políticos? Los del Zoo de Barcelona, propiedad del Ayuntamiento, sí. 'Anak', 'Blau', 'Tumay' y 'Nuik' se han convertido en el centro de una agria controversia desde que la alcaldesa Ada Colau decidió renunciar a las obras de reforma del delfinario, que el anterior gobierno municipal había presupuestado en 15 millones de euros. Barcelona en Comú escucha con atención a las asociaciones de defensa de la fauna -la plataforma Adéu Delfinari recoge firmas contra el Aquarama- y pone en cuestión un modelo que considera neocolonialista y cruel con las fieras. Frente al emergente activismo animalista, también hay voces que apuestan por nuevos parques que se preocupen por el bienestar de sus inquilinos, trabajen por la conservación de la biodiversidad y eduquen al público.

«Los zoos han evolucionado igual que la sociedad», subraya Jesús Fernández Morán, presidente de la Asociación Ibérica de Zoos y Acuarios (AIZA), que agrupa a las 38 instalaciones más importantes, con 12 millones de visitas en 2015, de las más de 200 que funcionan en España. Nacieron para asombrar a niños y mayores con criaturas salvajes venidas de tierras lejanas. Pero esa imagen de tristes bestias encadenadas, enjauladas o encerradas en pequeños recintos es cosa del pasado. O debería. Una directiva europea de 1999 que España adoptó en 2003 obliga a los zoológicos a justificar el encierro de animales silvestres con el cumplimiento de unos objetivos de educación, investigación y conservación. Y a ofrecerles a cambio alimentos, cuidados y un entorno lo más parecido posible a su hábitat natural, en el que se encuentren a gusto y no se sientan amenazados.

Biodiversidad en red

El ejemplo más reciente es el Biodomo de Granada, un acuaterrario con más de 250 especies de fauna y flora del Sudeste asiático, Madagascar y la Amazonia enclavado en el Parque de las Ciencias. Aparte de educar a su público en el mismo espíritu del aprendizaje divertido del museo en el que se halla, el Biodomo forma parte de varios programas de conservación en red. Uno de ellos, el del Aligator chino, un reptil del que apenas quedan 300 ejemplares en la naturaleza -ha sucumbido a la presión de la agricultura y al interés por su carne como alimento e ingrediente de la medicina tradicional- y que, en cambio, prolifera en cautividad. Si el macho y las dos hembras granadinos se reproducen, s us crías viajarán a otro zoo del mundo suscrito al programa, para evitar la consanguinidad y garantizar la variabilidad genética de la especie.

Otro tanto ocurre con los cuatro lemures de cola anillada, tan simpáticos que atraen a los niños como un imán. En este caso, además, el Parque de las Ciencias financia un centro de cría en Madagascar, lugar de origen de estos primates amenazados, y un programa de protección de los manglares, su principal hábitat.

Las organizaciones de defensa de la fauna están divididas ante esta nueva filosofía de los zoos. El Partido Animalista asegura que son «cárceles» donde las fieras son «secuestradas y maltratadas». Igualdad Animal dice que los seres que habitan estos parques cumplen «cadena perpetua» antes de ser «asesinados o vendidos».

Otras son más pragmáticas: mientras haya tráfico de bichos exóticos, especies en peligro de extinción y ejemplares heridos y rescatados que ya no pueden sobrevivir en libertad, seguirá habiendo zoos. «Según la ley, no son más que lugares donde hay animales salvajes que se pueden visitar. En sí no es bueno ni malo», señala Alberto Díaz, portavoz de InfoZoos, una iniciativa de varias asociaciones conservacionistas para vigilar el cumplimiento de la ley en los parques españoles. A su juicio, una de las prácticas más contrarias al ideal moderno son los espectáculos, como los típicos 'shows' de saltos y piruetas que hacen de los delfinarios «un mal circo». También están contra la 'mascotización' de los animales, que implica ponerles nombres y presentarlos como seres dóciles e inofensivos.

En ese contexto, se la tienen jurada al zoo de Castellar de la Frontera (Cádiz): ya han conseguido 79.000 firmas para pedir su cierre a la Junta de Andalucía, que, sin embargo, no ha detectado ningún incumplimiento de la legalidad. InfoZoos denuncia que las instalaciones son «yermas y estériles» y la única actividad del lugar es sacar a los cachorros de tigre y león de sus recintos para que los visitantes puedan tocarlos, alimentarlos y fotografiarse con ellos.

«La ley nos deja hacerlo -se defiende Ricardo Gistas, encargado del zoo-. Nos está haciendo mucho daño tener a los ecologistas chillando en la puerta». Y recuerda que su instalación es un centro de rescate y recuperación, con tres veterinarios en plantilla, que acoge animales incautados en la aduana o especies exóticas encontradas por las autoridades en el campo o en comercios. Y también individuos autóctonos heridos o irrecuperables. «Tenemos un buitre que no puede volar. Cuidamos animales que nadie más quiere», zanja.

El concepto de bienestar animal ha cambiado. «Antes solo preocupaba la dieta y la salud -explica Javier Medina, director de Ciencia y Educación en el museo granadino-. Ahora se tienen en cuenta los lugares de refugio, el espacio del que dispone cada animal, cómo es el grupo familiar, con qué otras especies comparten el recinto, que haya elementos de enriquecimiento en el propio ambiente y en el grupo social, para que tengan la posibilidad de jugar, de cambiar sus rutinas y de desarrollar habilidades y comportamientos lo más naturales posible».

Una depresión de elefante

Volviendo a Barcelona, hace seis años saltó a la fama la elefanta Susi, otro animal político. La paquiderma, nacida en África, pasó su infancia en un circo y en 2002 llegó al zoo de la ciudad condal. Cayó en una depresión tras la muerte de su compañera Alicia; presentaba estereotipias, movimientos repetitivos, como herencia de su pasado. Los animalistas pidieron su liberación, Esquerra Republicana reclamó su traslado a una reserva natural, la reina Sofía intercedió por ella y el caso llegó a Bruselas. Hoy tiene 43 años y sigue en el parque barcelonés, donde se ha recreado una pequeña sabana para ella y sus dos ancianas compañeras, Yoyo y Bully, pero la polémica sobre lo que es y debe ser este espacio sigue abierta.

«Apostamos por un zoo que ayude a la naturaleza, priorice la reproducción y la reintroducción de especies en su hábitat y cumpla una función pedagógica», dice la teniente de alcalde Janet Sanz. Quiere que los niños, cuando visitan las instalaciones, no vean «un mono gracioso», sino que sepan por qué el mono está ahí, por ejemplo si se trata de un mono 'refugiado de guerra'.

De momento, en 2015 se suspendieron los espectáculos en el delfinario. Dos de los seis cetáceos de la polémica fueron trasladados a Valencia y el Ayuntamiento estudia que el resto se mude a un santuario en la isla griega de Lipsi: el público en la capital catalana podría verlos a través de vídeo o webcam. La alcaldesa Ada Colau ha escuchado con atención la propuesta de parque virtual de la plataforma Zoo XXI, que plantea apostar por la fauna autóctona y que las especies exóticas sean accesibles en sus propios hábitats a través de recursos audiovisuales, explica el portavoz del proyecto, Leo Anselmi.

Dado que los ejemplares nacidos en cautividad no pueden sobrevivir en la naturaleza, este modelo tendría un periodo de transición muy largo, «de 20 o 30 años», hasta que todos los residentes actuales fallezcan por causas naturales. Como los animalistas descartan de plano la posibilidad de sacrificar a bichos sanos por razones de gestión -el llamado 'culling'-, su propuesta implica esterilizar a los animales, una práctica que AIZA considera éticamente dudosa: reproducirse y cuidar a sus crías es parte fundamental del comportamiento animal.

El presidente de la asociación de zoos recuerda que, incluso en un mundo en el que la naturaleza está más cerca a través de viajes o documentales, estas instalaciones siguen teniendo sentido. Ver leones o elefantes en plena naturaleza es un lujo reservado para unos pocos privilegiados; si todo el mundo fuera a visitarlos al valle del Serengueti, argumenta Jesús Fernández, el daño medioambiental sería irreparable. En cuanto a los medios audiovisuales, hacen una labor importantísima, pero nada puede sustituir la sensación que provoca ver de cerca a un animal salvaje: «No hay más que ver la respuesta emocional de un niño».

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