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James Comey, junto al logo del FBI, que dirige desde 2013, cuando Obama le designó para el cargo. fp
Jim, el último grano de Hillary

Jim, el último grano de Hillary

Obama le puso al frente del FBI y el republicano James Comey lo paga dando alas a Trump al reabrir el caso de los emails de Clinton a días de las elecciones

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Viernes, 4 de noviembre 2016, 18:55

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Con sus seis pies y ocho pulgadas de largo -traducido a nuestro sistema métrico, dos señores metros de estatura-, James Comey (1960) es el director más alto que jamás ha tenido la Federal Bureau of Investigation, más conocida por sus siglas en inglés, FBI. Cuando, en la primavera de 2013, el presidente Obama hacía pública su decisión de que este pívot de la judicatura norteamericana capitaneara la principal rama de investigación criminal del Departamento de Justicia de Estados Unidos, sus imponentes hechuras le vinieron al pelo para presentarle como un hombre «que se mantiene en alto a la hora de aplicar la ley y la justicia».

El ahora mandatario saliente puso sus ojos en él por su prestigio profesional como jurista y, también, por su condición de republicano confeso. Pensó, con buen criterio, que su sensibilidad política facilitaría la confirmación de su designación para el cargo por parte del Senado, de mayoría republicana, como así ocurrió. Lo que el inquilino de la Casa Blanca no podía sospechar aquellos días es que, llegada la hora de su reemplazo en el despacho oval, el nuevo jefe supremo del CESID estadounidense acabaría echando una mano al cuello a los intereses de su partido para dar alas al populismo esperpéntico encarnado por Donald Trump. Y todo, para rematar, a poco más de una semana de unas elecciones a las que el empresario multimillonario parecía llegar seriamente mermado por su desprestigio y que ahora luce de nuevo revitalizado y mineralizado.

Ya sea propulsado por un pulcro celo deontológico, como aseguran unos, o bien por una maniobra conspiratoria de última hora para aniquilar la esperanza demócrata, como sostienen otros, lo cierto es que Comey ha logrado reducir las distancias de los contrincantes a sólo dos puntos desde que el viernes anunció su decisión de reabrir la investigación de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Con el tiempo en contra y bajo una enorme presión por parte de ambos bandos, sus chicos analizan los emails de la mano derecha de la candidata demócrata, la asesora Huma Abedin, para determinar si contienen información clasificada y si hay alguno nuevo con respecto a los 30.000 ya examinados en la investigación inicial, que se centró en el servidor privado que Clinton utilizó durante su etapa como secretaria de Estado. El propio Comey mandó cerrar ese caso en julio al no hallar nada delictivo en esos correos. Cuando la cuenta atrás para la celebración de los comicios es cuestión de días y la candidata demócrata lograba por fin despegarse de su oponente, el mandamás del FBI vuelve a abrir la caja de los truenos.

¿Quién es el osado? Para empezar, un viejo conocido en casa de los Clinton, sobre los que ha indagado en al menos otras dos ocasiones. En los noventa, ejerció como segundo de la comisión del Senado que investigó el 'caso Whitewater', un escándalo que puso la lupa en los intereses inmobiliarios de la pareja en Arkansas. Más tarde, cuando trabajaba a las órdenes del entonces fiscal Rudy Giuliani, procesó por evasión fiscal al millonario Marc Rich, quien se había beneficiado de una gracia que le concedió Bill Clinton cuando ocupaba la Casa Blanca, un asunto bien espinoso, ya que tanto Rich como otros indultados habían donado dinero a la biblioteca presidencial del mandatario y a la campaña al Senado de su esposa.

Este neoyorquino de la localidad de Yonkers, que se especializó en Química y Religión antes de doctorarse en Derecho, que ejerció como fiscal en Chicago, Richmond y Nueva York antes de convertirse en 'número dos' del Departamento de Justicia durante el mandato de George W. Bush, se ha atrevido con todo. Incluida una famosa presentadora de televisión de su país, Martha Steward, a la que procesó por estafa, varias firmas de Wall Street, a las que investigó por fraude e, incluso, con el mismísimo clan mafioso de los Gambino, a uno de cuyos miembros encausó.

Rehén de un violador

Pero, posiblemente, uno de los capítulos más reveladores de la carrera de este descendiente de irlandeses que cambió el catolicismo por el metodismo se produjo durante su etapa como miembro de la Administración Bush. Tras el ataque del 11-S, la Casa Blanca ordenó al FBI «adoptar una mentalidad de guerra» y se propuso desplegar un controvertido programa de escuchas. Comey, quien aquellos días asumía las funciones del fiscal general John Ashcroft mientras éste era sometido a una intervención quirúrgica, consideró que el programa era anticonstitucional. A sabiendas de su oposición al mismo, el presidente Bush mandó a dos 'enviados especiales' al hospital donde se encontraba convaleciente Ashcroft al objeto de hacerle firmar un documento que autorizara el plan. Advertido de la jugarreta, su sustituto amenazó con dimitir, lo que convenció al mandatario estadounidense de introducir algunos cambios en su polémica iniciativa y suavizarla.

En el plano personal, dos acontecimientos han marcado la vida de Comey. Uno ocurrió cuando tenía quince años y un intruso que resultó ser un violador entró en su casa, encañonó a su hermano pequeño y los encerró en el desván, del que lograron huir. «Aquello me dejó claro que la vida es corta y que es un bien preciado», ha comentado el director del FBI cuatro décadas después. «También me ayudó a saber cómo se sienten las víctimas. Yo sé que, en cierto modo, nunca se recuperan y eso me ha ayudado como fiscal». El segundo, aún más trágico, sucedió en 1995, cuando vio morir a Collin, uno de sus seis hijos, a la temprana edad de nueve años, víctima de una infección bacteriana. Tampoco entonces Comey se quedó de brazos cruzados. Junto a su esposa, Patrice, denunció a los médicos y al hospital por negligencia. Al final, retiraron la denuncia y llegaron a un acuerdo económico con el centro sanitario, que se comprometió a aplicar unos protocolos para que impedir que se produjera algo similar.

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