Borrar
El editor de 'El Espectador', Jorge Cardona Alzate.
«Vivimos en un hastío de violencia y corrupción»

«Vivimos en un hastío de violencia y corrupción»

periodista y editor de 'El Espectador'

sergio moreno

Miércoles, 26 de octubre 2016, 15:22

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Rutinario, de una disciplina obsesiva, curioso en su silencio, consume, tal y como aseguran sus compañeros de redacción, al menos una hora leyendo notas de prensa que para la mayoría carecerían de relevancia por no pertenecer a la inmediatez, al presente, a ese tiempo que es también materia prima, aunque abstracta, con que se producen los diarios. Va, dicen en El Espectador colombiano, con las yemas de los dedos, pasando con delicadeza las páginas de los tomos de un periódico con 129 años de historia.

Cuando termina de leer cada uno de estos, que van desde marzo de 1887 hasta el presente, comienza de nuevo, insatisfecho o quizá entendiendo que volver a la historia es la única forma de revivirla. Él es Jorge Cardona, que ingresó en la redacción judicial de El Espectador en 1993 y en menos de diez años se convirtió en su editor general. El pasado 29 de septiembre se le entregó el premio Clemente Manuel Zabala, que le reconoce como el mejor editor colombiano por su disciplina, rigor y pasión en el periodismo. Estará este jueves en las Jornadas del Futuro en Español que se celebran en Logroño, organizadas Vocento y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).

¿Qué le llevó a ser periodista?

La vocación por escribir. Parecía destinado a la Economía por estudios universitarios, pero sentía que no encajaba en ese mundo financiero. Huyéndole a ese camino y en el rebusque entre el teatro o la docencia, apareció el periodismo en el que entendí el significado de vivir parado en la historia.

¿Qué es realmente un editor: el que corrige una nota, el que es sigiloso con el estilo de un artículo, el que escribe?

Es una sumatoria de corrector, gestor de ideas, forjador de intenciones o periodista especializado, pero básicamente el que tiene el deber de blindar la información para que se ajuste a unos principios de responsabilidad con los hechos, las personas y los contextos.

La periodista mexicana Alma Guillermoprieto dijo hace poco que «la figura del editor es la gran pérdida de Internet». ¿Lo ve usted de esta forma, coincide con esta afirmación?

Es una afirmación que comparto. Sin embargo creo que Internet es un campo de experimentación para todos y con el tiempo se van a consolidar aquellas propuestas que sepan combinar actualidad con el trabajo planificado y las nuevas herramientas de la tecnología.

¿Cuál sigue siendo el error más común del periodista?

El afán. A veces se deja de lado la premisa de que es preferible no tener la primicia a verse forzado a rectificar.

La crónica roja

Al calor del complejo conflicto armado colombiano surgió como respuesta periodística la crónica roja, un término que en Europa no se conoce. ¿Qué es la crónica roja y cómo ha marcado el periodismo colombiano durante todos estos años?

Históricamente, la crónica roja fue un estilo narrativo que impusieron los periodistas judiciales de los años 50, a través del cual se contaban los hechos de violencia urbana con factura literaria y tono de detectives. En los 60, los periódicos hicieron un pacto para limitarla en un desesperado intento frente a un conflicto que crecía. De los 70 hacia adelante se perdió el método por exceso de horrores.

¿Qué papel jugó la crónica roja de los periódicos dentro del complejo conflicto vivido en Colombia durante los últimos 50 años? ¿Fue útil para la sociedad? ¿Ayudó a digerir lo que pasaba en las calles o acabó por narcotizar a la sociedad ante las dimensiones tan extraordinarias de este conflicto?

En los años 50, los cronistas judiciales llenaron páginas con fabulosas historias, incluso seriadas. En los 60, el tema ya estaba asociado a una violencia política que se quería superar. Después de los 70, las guerrillas se volvieron maquinarias de guerra, el paramilitarismo dejó saber hasta dónde podía llegar la barbarie, el Estado permitió que sus fuerzas legales practicaran la guerra sucia, y los carteles de la droga lo corrompieron todo. El periodismo judicial registró esa borrasca y con ella su peor secuela: un largo lastre de impunidad.

Los Extraditables, por un lado. Los Pepes, por el otro. Los gobiernos siempre en una posición muy complicada. La DEA, la CIA, el Cártel de Cali, el de Medellín, Pablo Escobar usando técnicas terroristas, las FARC y las Autodefensas Unidas de Colombia en la selva. Los laboratorios de cocaína y el contrabando como telón de fondo. ¿Cómo de importante fue el periodismo para que la sociedad colombiana pudiera comprender, si es que era posible, todo lo que estaba pasando a su alrededor?

El periodismo, como el resto de la sociedad colombiana, puso una alta cuota de sacrificio. La memoria de héroes como Guillermo Cano, Raúl Echavarría, Silvia Duzán, Julio Daniel Chaparro, Amparo Jiménez u Orlando Sierra, entre muchos otros, demuestra hasta donde llegó el coraje de los periodistas para contar la verdad de lo que vivió el país a costa de su propia vida y el dolor de sus familias.

Después de la firma de la paz, ¿qué viene para el periodismo en Colombia? ¿Cuál ha sido su papel durante estos años de negociación y qué lugar debe ocupar a partir de ahora?

Primero tengo la esperanza de que esa paz anhelada se consolide. La tarea es seguirla documentando. Hacia adelante se erigen muchas misiones para el periodismo: capítulos territoriales de la memoria, la cobertura de la justicia de paz que constituye una prueba mayor, la voz de las víctimas hasta que ellas decidan su límite y la inclusión de muchas voces que han sido ausentes en la construcción de Colombia.

Sorprendió a la opinión pública española el no al plebiscito sobre la firma de los acuerdos de la paz en Colombia. ¿Es un hecho que viene dado porque todo este proceso se ha contado en la prensa española desde un punto muy simplista o reduccionista, o a usted esta negativa también le sorprendió?

La victoria del no sorprendió hasta a los que ganaron. Nadie la esperaba pero demuestra lo dividida que sigue Colombia frente a la forma como se debe encarar una nueva historia. Confío en el diálogo, en la sensatez de quienes tienen la responsabilidad de pasar una página dolorosa con demasiadas víctimas, y en las nuevas generaciones que tienen el derecho a crecer en un país distinto en el que no tengan que contar a sus hijos y nietos relatos de horror.

Colombia parece hallarse de nuevo en una encrucijada, ¿sabrá salir de ella?

Hemos tocado fondo tantas veces en los últimos tiempos que creo que seremos capaces de cambiar el rumbo. Pertenezco a una generación que creció escuchando a padres y abuelos historias espantosas y que después tuvo que manifestar a sus hijos secuencias peores. Colombia vive un hastío de violencia y corrupción tan enorme como el deseo de salir de ese círculo de una vez por todas. No será fácil, nunca lo ha sido, pero confío en el vigor y talento de los que llegan a consolidar una sociedad incluyente.

Afirma que Colombia es un continuo retorno, ¿cómo afecta este hecho al proceso de reconstrucción postconflicto armado?

La impunidad es la razón por la que muchas heridas continúan abiertas. La justicia ha sido mancillada, incluso en su propio templo, como ocurrió en el holocausto del Palacio de Justicia en 1985 en el que murieron 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia entre casi 100 víctimas mortales, y tres décadas después nadie sabe aún que pasó con 12 personas desaparecidas cuyo rastro es memoria.

¿Cómo será el periodismo en 20 años?

Tecnológico pero igual de vibrante. El periodismo es vida en desarrollo. El sabio Solón decía que los casi 25.000 días que vive un ser humano en unos 70 años, no hay un día igual a otro. Eso es lo maravilloso del periodismo, cada día es una revancha.

¿Qué papel debe jugar el español como idioma que nos permite contar historias?

Además de España y de alguns otros lugares del mundo que no tengo muy claros, nuestro idioma tiene millones de hablantes y escritores en «ese inmenso jardín», como cantaba Nino Bravo para referir a América, y en la mayoría de ella nos une la expansiva y maravillosa lengua de Cervantes, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rubén Darío, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios