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Cárceles dignas de Dante

Cárceles dignas de Dante

El presunto asesino de Pioz no quiere pisar las terribles prisiones brasileñas. Hasta el ministro de Justicia de allí las definió como mazmorras medievales. «Preferiría morir que acabar en una», dijo

FERNANDO MIÑANA

Martes, 8 de noviembre 2016, 21:08

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La Guardia Civil maneja una serie de pruebas que parecen condenar sin remisión a Patrick Gouveia, el presunto autor del espantoso crimen de Pioz (Guadalajara). Los agentes, alertados por unos vecinos escamados por un olor hediondo, descubrieron los cuerpos de los cuatro miembros de una familia -los padres y dos niños de cuatro y un año- envueltos en seis bolsas de basura. Estaban troceados y el del padre, Marcos Campos, mostraba signos de haber sido previamente torturado.

A los dos días del hallazgo, a mediados de septiembre, este brasileño de 20 años, sobrino y primo de las víctimas, cogió un avión y se marchó a su país sin previo aviso. La Guardia Civil averiguó que Patrick Guveia había cogido la tarde del crimen un autobús desde Madrid rumbo a Guadalajara, donde también le incriminó el geolocalizador de su teléfono móvil, y además encontraron en el chalet de la urbanización La Arboleda material biológico con su ADN.

Todo parecía indicar que se había fugado. Pero la semana pasada viajaron a España la hermana del acusado y su letrado para hablar con los investigadores, el juez y el fiscal, y convinieron en que lo mejor era que Patrick se entregara en el país donde supuestamente cometió la barbarie. Brasil no tiene tratado de extradición con España y si fuera condenado allí acabaría preso de un sistema penitenciario considerado de los más terribles del mundo.

El propio ministro de Justicia definió sus prisiones como «mazmorras medievales» y aseguró que preferiría morir que acabar dentro de una. Aquello es el infierno, un lugar terrible donde la vida pende de un hilo y donde las condiciones son más que insalubres.

Noruega y Japón

  • En las prisiones occidentales hay diferencias abismales. Noruega es el mejor país para cumplir condena. Se lleva la palma el penal de la isla de Bastoey, al sur de Oslo, donde los reclusos practican esquí, cocinan, juegan al tenis y tienen su propia playa. No está en ella Anders Breivik, autor de los atentados del 2011, en los que murieron 77 personas, que se quejó del café frío en su cárcel de Skien. Al otro lado, están las prisiones japonesas, como la de Fuchu, donde los reclusos llevan un régimen militar y carecen de agua caliente y calefacción.

María José Moreno es la responsable de la asesoría jurídica de Movimiento por la Paz, una organización sin ánimo de lucro que se preocupa por los españoles con problemas legales en el extranjero. Algunos acabaron en ese agujero que parece ideado por Dante y sufrieron una pesadilla.

«Un centro penitenciario de Brasil no tiene absolutamente nada que ver con uno de España. La idea que tiene un español de lo que es una cárcel no se parece en nada a lo de allí», adelanta Moreno. «Son centros con una inseguridad tremenda a diario y con motines que siempre acaban con heridos y muertos, donde los presos son extorsionados».

El miedo no es su único temor. «Allí viven hacinados. No tienen acceso a sanidad ni a los derechos humanos mínimamente exigibles. Si aquí estamos hablando de que lo ideal es un recluso por celda o, en el peor de los casos, dos, en Brasil no es que no tengan una cama, es que es posible que no tengan ni una baldosa para dormir. No tienen garantizado el aseo diario ni tres comidas».

Hace unos días, un enfrentamiento entre dos bandas de narcotraficantes en un par de prisiones acabó con varios muertos. Unos fueron decapitados, otros apilados y prendidos en una hoguera y algunos simplemente fallecieron asfixiados. No es lo peor, ni de lejos, que se ha visto en estos reductos de delincuencia, donde conviven asesinos y violadores con ladrones ocasionales. Un reportaje de la BBC informó de que, tiempo atrás, un recluso, Edson Carlos Mesquita, fue asesinado por otros presos, quienes cortaron su cuerpo en 59 trozos que desperdigaron por el penal en bolsas de basura. El hígado lo asaron y se lo comieron.

Lujo en España

El número de reos en Brasil ha crecido un 575% en los últimos 25 años. Las cárceles, con capacidad para 377.000 personas, reúnen a más de 600.000 presos, una tasa de ocupación del 161%. Solo por detrás de Estados Unidos, China y Rusia. En medio del caos acaban reinando las facciones criminales, que se esfuerzan en propagar su fama de gente sin piedad. Esta situación de ciudades sin ley provoca que haya seis veces más muertes violentas que en la calle. Y allí dentro quien manda son los reclusos más peligrosos o los mejor rodeados.

No ha sorprendido a nadie que, ante este panorama, Patrick Gouveia se subiera a un avión en Sao Paulo, volara a Madrid y ofreciera sus muñecas a los agentes de la UCO. «Creo que España dispone de uno de los mejores sistemas penitenciarios de Europa», vuelve María José Moreno desde Movimiento por la Paz, donde se ocupan de intentar que un detenido español en el extranjero -«casi siempre es por asuntos de drogas»- no acabe en una de esas prisiones inhumanas.

El abogado del presunto asesino también conoce la fama de las cárceles españolas. No todas son como los lujos de Soto del Real que con frecuencia llenan páginas de periódicos, pero la peor de España es mucho más digna que cualquiera de Brasil. En Sudamérica es impensable hablar de una celda de 10 metros cuadrados con una cama, un retrete y una ducha, en muchos casos individuales y en las que el 'inquilino', si se lo puede permitir, llega a disfrutar de una tele de 46 pulgadas.

Los condenados en Brasil se frotarían los ojos si vieran, además, zonas ajardinadas, gimnasios, bibliotecas, dietas especiales para diabéticos o celiacos, suculentos menús navideños y hasta piscinas. Aunque no todo es maravilloso. Hace unos días un preso atacó a puñetazos y mordiscos a varios funcionarios.

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