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El ganadero Erkin simboliza la hospitalidad de los uigures en las zonas rurales.
El universo uigur

El universo uigur

Los habitantes de la provincia de Xinjiang, la más grande del país, rezan en mezquitas, manejan un horario extraoficial y no tienen los ojos oblicuos. Quieren la independencia

ZIGOR ALDAMA

Miércoles, 27 de julio 2016, 19:54

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Xinjiang pertenece a China, pero basta con poner un pie en esta región noroccidental para convencerse de que el territorio más extenso del país -tres veces la superficie de España- tiene poco que ver con el imaginario colectivo asociado al Gran Dragón. Los templos budistas se convierten aquí en mezquitas, y los ojos oblicuos típicos de la mayoría étnica han se abren en las facciones más duras de la minoría uigur, un grupo étnico de origen túrquico que guarda más similitudes con los pueblos de Asia central. Es más, aunque las manecillas de los relojes marcan la misma hora que en Pekín, la población se rige por un horario extraoficial que tiene más sentido, porque Xinjiang se encuentra a más de 3.000 kilómetros al oeste de la capital china, lo que se traduce en un par de husos horarios por detrás del oficial. Es un universo diferente.

Y también uno de los más controvertidos del país. Porque los uigures se han convertido para muchos en símbolo de violencia: desde los ladrones que pululan por las calles de las principales ciudades chinas, hasta los terroristas que se refieren a su tierra como el Turquestán Oriental y llevan a cabo ataques con machetes y explosivos en lugares concurridos. Sin embargo, en Xinjiang la única violencia que se siente es la que ejerce a la vista el impresionante aparato de seguridad chino: en cada esquina hay militares armados, los controles en las carreteras son constantes y no es raro ver tanquetas por las calles.

Este enrarecido clima de tensión contrasta con la hospitalidad de la que hacen gala con el extranjero los uigures, sobre todo los que viven en zonas rurales. Es el caso de Erkin, un ganadero que acude al mercado dominical de Kashgar, el lugar idóneo para encontrarse con uigures llegados de los cuatro puntos cardinales. Después de trasquilar primorosamente a sus ovejas para lograr venderlas a buen precio, no tiene ningún reparo en invitar a los visitantes foráneos a realizar el trayecto de vuelta a su poblado con él. «Muchos tienen una concepción errónea de los uigures. Somos gente pacífica que solo buscamos respeto para nuestra cultura», comenta sobre el tractor.

Como muchos de los 21 millones de habitantes de Xinjiang, Erkin vive en una sólida casa de madera y de adobe, los mejores materiales para sobrevivir a la inclemente naturaleza: la temperatura puede caer hasta los 30 grados bajo cero, mientras que en verano se alcanzan los 35 sobre cero, y los terremotos son habituales. «El Gobierno está tratando de hacer que nos mudemos a nuevos bloques de hormigón, pero tenemos miedo de que sean más inseguros, como se demostró durante el terremoto de 2008 -en Sichuan perecieron más de 80.000 personas- y de que acaben con el tipo de vida social que llevamos en el pueblo».

Los jóvenes huyen

En cualquier caso, los uigures, como les sucede a casi todas las 55 minorías étnicas de China, sufren erosión social más por los cantos de sirena de la globalización que por las políticas que dicta el gobierno central. «Los jóvenes ya no quieren trabajar el campo, sino marchar a la ciudad para recibir una buena educación y lograr empleo luego en ciudades como Shanghái o Pekín», cuenta la mujer de Erkin, Nur, mientras prepara un té con una mueca de tristeza. «Nuestros dos hijos se han marchado a Urumqi -la capital de Xinjiang, a más de mil kilómetros de Kashgar- y ya apenas los vemos. El mayor incluso ha dejado de ir a la mezquita porque dice que tiene amigos chinos a los que no les gusta que vaya».

Aunque Erkin asegura no albergar ningún interés independentista, cuenta con indisimulado orgullo cómo los uigures lograron crear un imperio durante los siglos VIII a XII: «Entonces controlábamos hasta zonas de Mongolia». Hasta que apareció Gengis Kan y arrasó con todos. Ahora es el Partido Comunista quien ejerce un estricto control sobre todo lo que sucede en esta región autónoma especial, un título que recibe también la vecina del sur, Tíbet.

«El problema está en que el Gobierno incentiva la emigración de los han a Xinjiang, y les da los mejores puestos de trabajo. Nuestra tierra es muy rica en recursos naturales, pero esa riqueza no acaba en nuestras manos sino en las de empresas estatales que invierten más bien poco aquí», critica un joven de Urumqi que prefiere no dar su nombre. «No apruebo el terrorismo, pero entiendo que algunos uigures se sientan discriminados y sean incapaces de contener su rabia, porque la represión cultural y económica es muy grave». De hecho, esa es la mecha que en 2009 incendió las calles de Urumqi con unos enfrentamientos que dejaron casi 200 muertos. «Desde entonces la situación no ha mejorado, así que el problema volverá a estallar».

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