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Lagarder Danciu, junto al lugar donde duerme.
Sin techo, pero con miles de fans

Sin techo, pero con miles de fans

Famoso a raíz de su protesta ante la sede del PP en Génova el 26-J, Lagarder Danciu, el activista sin techo, recorre España para denunciar la situación de las personas sin hogar

Iker Cortés

Sábado, 9 de julio 2016, 00:22

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Pantalones cortos, camiseta roja, mochila a la espalda y sandalias. Lagarder Danciu avanza entre la multitud que atesta la calle Preciados, un martes en pleno centro de Madrid. Se detiene frente a Miriam, una mujer de 71 años que vive en la calle desde septiembre. «¿Me has escuchado en la SER?», le pregunta quien desde hace unas semanas sale día sí, día también en los medios de comunicación. «No, no he podido», se excusa la mujer, apoyada en el escaparate de la Fnac, donde pide ayuda junto a su mascota 'Lolita'.

Las reivindicaciones de este joven rumano de 35 años daban el salto a las portadas de los diarios electrónicos el pasado 26 de junio cuando, en plena celebración por los resultados electorales, se plantaba frente a la sede del PP en Génova con un cartel en el que podía leerse '50.000 sin techo hoy no han votado'. Minutos después la imagen se viralizaba a través de su cuenta de Twitter, que atesora ya más de 19.700 seguidores, y en la que se define como gay, gitano, ateo y activista sin techo en defensa de los derechos humanos.

Armado con un iPhone 5c, Lagarder Danciu se apoya en las redes sociales para extender su mensaje, así que a la habitual «ruta de los recursos» que hacen los 'sin techo' para alimentarse y buscar cobijo, el activista tiene que sumar la búsqueda de lugares en los que recargar la batería del móvil y puntos con acceso a wifi para mantener el contacto con los periodistas y fotógrafos que se han interesado por su labor. «He recibido muchas críticas al respecto, como si no fuese realmente un sin techo, pero hoy en día hay wifi en casi cualquier sitio», se justifica. Grandes superficies, bibliotecas y ciertos bares son algunos de los establecimientos desde los que Lagarder mantiene su presencia en la red, también a través de un blog en el que da voz a algunas de las informaciones que se han escrito sobre él. «Afortunadamente hay personas que me han abierto sus casas para ducharme y me han dejado usar el ordenador», comenta.

Precisamente, esta semana se hacía eco en Twitter el asesinato de un mendigo en Arganzuela a manos de un viandante que caminaba bajo los efectos de las drogas. Danciu cuenta que el suceso ha atemorizado a las personas sin hogar y que algunos de ellos se están agrupando para pasar las noches juntos. «En la calle no tienes intimidad y estás expuesto las 24 horas del día. El problema se agudiza los fines de semana, cuando la gente sale a divertirse y consume alcohol y estupefacientes», afirma.

El punto de partida

Este trabajador social cambiaba radicalmente su vida hace unos meses, en Sevilla. Abocado a un desahucio, se unió a la 'acampada de la dignidad' y comenzó a vivir junto a una treintena de personas sin hogar en una plaza de la ciudad. «Era nuestro Estado», comenta orgulloso en una cafetería junto a la Puerta del Sol, en la que aprovecha para cargar el móvil. Cada tienda contaba con su propio número en lo que llamaron la avenida de la Dignidad, que se extendía «casi un kilómetro» y albergaba hasta ducha y cocina. Fue entonces cuando tomó conciencia. «Vi que era posible organizarse para defender los derechos de las personas sin hogar y hacer visible la pobreza y la marginalidad», relata colocándose en primera persona. Y carga contra los dirigentes políticos que, dice, «criminalizan la pobreza con ordenanzas en lugar de dar soluciones con los impuestos que pagan los ciudadanos».

Desmantelado el campamento y pasado el invierno, surge la posibilidad de dar luz al problema en otras ciudades. Animado y ayudado por redes de solidarias de ciudadanos surgidas al calor de movimientos como el 15M, Danciu ha caminado ya por las calles de Salamanca, Mérida, Badajoz y Madrid y en el futuro le esperan Barcelona y Valencia. Allí no solo ha denunciado la situación en la que se encuentran las personas sin techo, sino también los desahucios y la privatización de los servicios sociales. El pasado jueves, de hecho, mantenía una reunión con la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. El activista está convencido de que toda la estructura está montada «para hacer negocio con la pobreza» y por eso defiende la remunicipalización de los servicios sociales. «Quiero que cuando haya una negligencia pueda poner un contencioso-administrativo, pero ¿qué le puedo hacer yo a una empresa o a una ONG?», se pregunta. Una estructura que, en su opinión, también se está repitiendo en los llamados Ayuntamientos del cambio, lo que a su juicio demuestra el desconocimiento de los políticos de la realidad. En este sentido, aboga por involucrar a los sin techo en estos proyectos.

Danciu camina hasta la plaza de Tirso de Molina y se refresca en una de las fuentes de la zona. Una amiga, que atiende una de las floristerías de la plaza, tiene a buen recaudo sus pertenencias en la tienda, donde se cambia de camiseta. «En la calle la convivencia no es fácil. Es una lucha las 24 horas al día. A mí me han robado la mochila, el portátil, el calzado...», se lamenta. A este respecto señala que el crisol de personas que duerme en la vía pública es enorme: desde ciudadanos desahuciados, que se intentan ayudar y que siguen entusiasmados por las cosas hasta adictos que han perdido el respeto por la vida y «no deberían estar en la calle».

-¿Qué es lo que has aprendido de la calle?

-Me he dado cuenta de que todo es mentira y me he encontrado con la propia solidaridad de las personas sin techo. He descubierto también la falta de empatía de la sociedad. Uno aprende a ser más amable porque depende constantemente de la gente. Vivir en la calle también me ha enseñado a vivir sin prisa, al mismo ritmo de la vida y a escuchar a la naturaleza. Cuando estás en la calle te das cuenta que el sistema está montado para gente que consume y si no consumes no vales nada. Hay que tener la mente muy bien amueblada porque es muy fácil patinar y volverse loco por cualquier idiotez.

Lagarder lleva ya dos meses en Madrid y está exhausto. «Lo más probable es que ahora me vaya a casa de una amiga que vive en el campo», afirma. Allí espera dar continuidad a esta historia con un libro en el que relatará todas estas vivencias.

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