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Policías sin pistola

Policías sin pistola

Los agentes locales de Irlanda, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Noruega e Islandia no llevan armas de fuego. Aún así, están entre los países más seguros del mundo

IRMA CUESTA

Viernes, 6 de mayo 2016, 20:15

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El 2 de diciembre de 2013, la policía de Reikiavik mató a tiros a un criminal cuando trataba de detenerlo. El incidente no tendría nada de particular sino fuera porque, hasta aquel día, en la historia de Islandia nunca había pasado algo así. En la isla de hielo, un país de 325.000 habitantes en el que habitualmente uno de cada tres va armado, jamás un agente había hecho uso de la pistola y mucho menos acabado con alguien de un balazo. Esa misma tarde, el responsable de Seguridad Ciudadana, Haraldur Johannessen, lamentó públicamente aquel «hecho sin precedentes» y anunció una investigación «para esclarecer la conducta de ambas partes».

No muy lejos de allí, en Noruega, una nación con poco más de cinco millones de vecinos, tampoco parecen echar en falta las armas. Según datos oficiales, a lo largo de todo 2014 la policía sólo disparó en dos ocasiones y, además, lo hizo como acto disuasorio: las balas no alcanzaron a nadie. Otro dato: en 2011, cuando el terrorista Anders Breivik mató a 77 personas en la isla de Utoya, los agentes dispararon contra él solo una vez.

Y es que, por mucho que en España -igual que en buena parte del resto del mundo- la policía no conciba su trabajo sin estar debidamente equipada, hay países como Islandia, Noruega, Nueva Zelanda, Irlanda y Gran Bretaña, con algunas de las tasas de criminalidad más bajas del planeta, en donde sus agentes locales siguen resistiéndose a colgarse del cinturón una pistola.

En opinión de José María Rodríguez, responsable del área de investigación de Políticas de Seguridad del Instituto Complutense de Ciencia de la Administración, la explicación está en que cada país tiene su modelo y detrás de él hay razones históricas, sociales y políticas. «En el caso de los anglosajones, la policía local no es como nosotros la entendemos».

La historia de los guardias británicos comenzó en 1828 cuando Sir Robert Peel, estrella emergente de los 'tory', creó la Policía Metropolitana. La ciudad del Támesis no disponía por aquel entonces de agentes públicos que velaran por la seguridad de sus ya más de dos millones de habitantes y Peel creyó que había llegado el momento de hacer algo al respecto.

Los 'bobbies', bautizados así en honor a su creador, no podían medir menos de 1,80, nunca debían quitarse el uniforme -un traje azul marino coronado inicialmente con un sombrero de copa que luego derivaría en el mítico casco- y debían estar dispuestos a trabajar los siete días de la semana. Aquellos hombres, a los que no les estaba permitido votar, tenían que pedir permiso para casarse y nadie podía pillarles compartiendo una pinta con un amigo, serían el embrión de la mítica Scotland Yard: un cuerpo «destinado a proporcionar a los habitantes de la metrópoli la protección completa de la ley y a adoptar de forma inmediata y decisiva las medidas para frenar el incremento del crimen», en palabras del propio Peel. Lo sorprendente es que, con semejante encargo, sus efectivos nunca hayan llevado armas de fuego.

Pese al Daesh

Casi dos siglos después, con una población que ha aumentado a nueve millones, la delincuencia organizada creciendo como la mala hierba y el Daesh golpeando allí donde puede, los londinenses se dividen entre quienes creen que sus 'bobbies' deben estar preparados para cualquier contingencia y los que consideran un sacrilegio modificar algo tan puramente británico.

El último gran debate entre los súbditos de Isabel II surgió hace poco más de tres años, cuando las policías Nicola Hughes y Fiona Bone perdieron la vida en un tiroteo en Manchester. Las agentes acudían a defender a unos vecinos que habían alertado de un robo sin un arma que llevarse a la mano. De repente, varios balazos se cruzaron en su camino.

Si alguien imagina que aquella desgracia provocó una suerte de revolución, se equivoca. Cuando los periodistas preguntaron a Peter Fahy, jefe de la Policía, si no pensaba hacer algo al respecto, el comisario zanjó el asunto afirmando: «Es triste, pero sabemos por la experiencia de Estados Unidos y otros países cuyos oficiales están armados que eso no significa que no los maten. Además, nos apasiona el estilo británico». Hoy, las cosas siguen como estaban: sólo 209 de los 6.700 agentes que patrullan las calles de Manchester, una ciudad de 2,3 millones de habitantes, van armados.

Los expertos mantienen que detrás de ese empeño está el temor de los británicos a perder lo que consideran derechos fundamentales y garantía de libertad. Peter Waddington, profesor de Política Social de la Universidad de Wolverhampton, mantiene que, cuando nació la Policía Metropolitana en Inglaterra, había mucho miedo a los militares. Los ciudadanos no querían tener que lidiar a partir de entonces con una nueva fuerza represiva. «Por eso, Peel hizo todo lo que estaba en su mano para que aquello no ocurriera. Incluso vestirlos de azul para que nada recordara a las casacas rojas del ejército».

El caso es que Gran Bretaña se resiste a que sus policías patrullen las calles con algo más que una porra, unas esposas y un 'walkie' colgado de la pechera, y la explicación, según el profesor Rodríguez, está en que los 'bobbies' nada tienen que ver con nuestra idea de cómo es el cuerpo. «En el Reino Unido, que no se olvide, también hay agentes dentro de Scotland Yard armados hasta los dientes. Lo que ocurre es que la filosofía de la policía de calle y su relación con la comunidad son muy diferentes. Ellos están más cerca de lo que aquí entendemos como policía de proximidad o de barrio».

También en Nueva Zelanda, en donde comparten el modelo anglosajón, la muerte de dos agentes desarmados a manos de un delincuente en 2010 hizo que muchos neozelandeses reclamaran un cuerpo armado, eso sí, sin éxito. «La experiencia internacional demuestra que hacer más accesibles las armas de fuego aumenta ciertos riesgos que son muy difíciles de controlar», dijo el entonces responsable, Peter Marshall, anunciando que tanto su país como otras nueve islas del Pacífico Sur (Tonga, Samoa, Tuvalu, Vanuatu, Kiribati, Niue, Nauru, Fiyi y las Islas Cook) estaban decididos a dejar las cosas como estaban. La idea de Marshall, igual que la de Robert Peel, es que llevar pistola compromete la capacidad de los oficiales para hacer su trabajo en el día a día porque cuando la llevas, cuidarla es tu principal preocupación.

En EE UU les da la risa

Nada que ver con lo que opina la mayor parte de los países del globo, empezando por Estados Unidos, donde prácticamente todo el mundo va armado, incluidos los malos. Cuando alguna vez le han preguntado a un agente norteamericano qué le parecería dejar en casa la pistola, aguantando a duras penas la risa, ha contestado: «Imposible». Algo parecido comparte Julián Leal, portavoz del Colectivo Profesional de Policía Municipal de Madrid. Leal deja claro que si históricamente siempre ha sido así, ahora que España vive un nivel 4 de alerta terrorista, la delincuencia organizada está más blindada que nunca y el narcotráfico es una historia que no se entiende sin pistolas es impensable imaginar un cuerpo de seguridad local desarmado.

De hecho, los guardias madrileños llevan meses demandando no solo el uso de las famosas pistolas Taser para una parte de los 6.200 profesionales que patrullan en la capital, sino armas largas. «No podemos defendernos con pistolas de terroristas con fusiles como los Kalashnikov, que disparan más de 500 balas por minuto». La educación y la historia de cada país hace que cada cual tenga un tipo de policía. Y Leal lo tiene claro: «A mí me retiran el arma y conmigo que no cuenten. No paso de denunciar un coche aparcado en doble fila».

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