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Ossamah junto a su hijo Zaid.
Zaid ya habla español

Zaid ya habla español

La cruel zancadilla de aquella reportera húngara ha permitido que Ossamah y su hijo rehagan su vida en Getafe

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 5 de mayo 2016, 21:15

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Zaid tiene 7 años, un dinosaurio de plástico blanco, un balón y una consola que no funciona. Esas son las cosas propias de un niño, y no ese salvavidas de nailon que le colocó su padre cuando se montaron en una zódiac en la costa de Turquía. Sabía que si volcaban solo mantendría a flote media hora su cuerpecito moreno. Después, Zaid se hundiría en el Mediterráneo sin alcanzar la costa de Grecia y acabaría en el cementerio de la vergüenza del mundo contemporáneo: solo en el último año más de 3.200 inmigrantes han perdido la vida en estas aguas.

Zaid tuvo suerte. Ahora se ríe en el salón de un piso de Getafe con sus juguetes por el suelo, pero del día del «accidente» recuerda el miedo. El 'accidente' es el piadoso término que emplea su padre, Ossamah Abdul Mohsen, para hablar de la zancadilla que el 9 de septiembre les puso la reportera de televisión Petra Laszlo cuando corrían para atravesar la frontera de Hungría, perseguidos por la policía con el niño en brazos. Uno de esos momentos que sonrojan a la humanidad.

Ossamah y Zaid son dos más de los miles de sirios que huyen como animales por los abismos de una vieja Europa que no les quiere. Todavía en el suelo, sin explicarse lo que había sucedido, aquel hombre de barba cana miró a su alrededor con un aire de asombro desesperado que aún le acompaña. Su imagen dio la vuelta al mundo, un mundo que ahora quiere encerrar a los refugiados en Turquía. Si a alguien le interesa saber algo más, que sepa que está bien, que Zaid ya habla español, que en estos momentos su único problema es que se le ha roto la consola. Pero también que a Ossamah aún le dura su asombro: sigue sin entender lo que ocurrió. Una especie de niebla le pasa por delante de la mirada de vez en cuando, como si permaneciera suspendido en el aire de aquel campo de Hungría; atónito, como si de vez en cuando volviera a caerse.

¿Por qué cree que le puso la zancadilla aquella mujer?

No lo sé. Lo he pensado muchas veces y no sé qué decirle. No lo sé.

Zaid es demasiado joven para pensar en esas cosas. «¡Qué pasa, tío!», bromea en español como el chaval que nunca tendría que haber dejado de ser. De aquellos días no quiere ni oír hablar y le queda un cierto temor a la policía. «No, papá. Miedo», suelta cuando repiten las imágenes de la zancadilla en televisión. «Zaid se puso muy enfermo después del 'accidente'», recuerda Ossamah. «Le subió mucho la fiebre y no paraba de vomitar. Estaba enfermo de hambre y de cansancio, pero yo no sabía qué le ocurría y no podía curarle porque allí no había médicos ni medicinas. Pensaba que se me iba a morir en los brazos».

En aquellos momento, les dijo a los policías que se rendía, que se volvía, que se había acabado, que su hijo estaba enfermo y que necesitaba ayuda. «En cambio, ellos me animaron a seguir adelante». Y así continuó, enfriando el cuerpo del crío con paños húmedos. Llegó a Austria con Zaid en brazos, sin fuerzas, y allí cambiaron las cosas de repente. En la frontera les estaban esperando cientos de personas con carteles de 'Bienvenidos' y un taxi para el hospital en el que ingresaron a su hijo.

En Alemania le esperaba Mohammed, el hijo mayor, que había salido unos meses antes, solo, a sus 16 años, en un barco rumbo a la desgracia. Las mafias le cobraron 2.000 dólares por el pasaje. Se reencontraron en Múnich y uno de esos días sonó el teléfono. Al otro lado de la línea creyó escuchar que alguien del Real Madrid le estaba ofreciendo ir a España: tres días de visita, todos los gastos pagados y un trabajo de entrenador si le convenía. Comprendía bien. Abrazó a Zaid y a Mohammed y cantaron de alegría. El del otro lado de la línea era un tal Emilio Butragueño.

Por supuesto, aceptó. De camino, el presidente del Centro de Entrenadores de Fútbol le consiguió un trabajo: seguiría siendo el míster. Zaid entró por la puerta grande en el Bernabéu y le dio la mano a Cristiano Ronaldo. El cielo estaba en un pisito de Getafe en el que la luz del sol calienta el salón y por las tardes entrenando al Villaverde Boetticher, Primera Regional del grupo cinco. Desde que comenzó a capitanear la escuadra en enero, han ganado cinco puestos en la clasificación. Cuando empezó, no sabían que Ossamah tenía dos ligas y tres copas de Siria.

No lo tiene todo ganado. Quizás esa niebla de asombro de su mirada tenga un porqué: el viaje no ha terminado. En Turquía esperan su mujer, Mutaha, y sus dos hijos menores.

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