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Compresas de guerra

Compresas de guerra

Una profesora de pilates logra el apoyo de la ONU para que 18.000 refugiadas sirias fabriquen sus toallitas higiénicas en un campo de Jordania. Ahora se apañan con trapos y sufren infecciones. La reina Rania fletará un barco con las máquinas

IVIA UGALDE

Miércoles, 16 de diciembre 2015, 21:59

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Hace menos de dos años, Amy Peake era solo una profesora de pilates, madre de tres niñas, que vivía en un pueblo del condado británico de Cornualles. Anónima, como cualquier mujer que va al médico una mañana, hojeaba una revista en la sala de espera y allí descubrió la desgarradora fotografía de cientos de familias sirias que lo habían perdido todo en un bombardeo en Damasco. "¿Y si yo estuviera allí? ¿Y si mi marido hubiera sido asesinado y tuviera que sacar adelante sola a mis hijas? ¿Cómo lo hago sin comida, sin agua, sin refugio, sin medicinas ni productos sanitarios?", se repitió, hasta que al llegar a casa su esposo le habló de una máquina que utilizaban en la India para fabricar compresas baratas.

El inventor, Arunachalam Muruga, había ideado un revolucionario aparato al ver que su esposa, al igual que millones de mujeres pobres, utilizaba trapos durante sus periodos. "¡Esa máquina debería estar en todos los campos de refugiados!", exclamó Amy. "Estaba sorprendida y atemorizada al encontrar por fin el reto que siempre había estado buscando", cuenta a este periódico. Así nació en marzo de 2014 el proyecto solidario Loving Humanity, con el que busca que las refugiadas puedan producir y vender a un precio módico compresas y toallitas sanitarias. Su misión: evitar infecciones, crear puestos de trabajo y devolver algo de la dignidad a estas personas arrasadas por las bombas.

Amy escribió durante meses a todas las agencias y organizaciones humanitarias, pero no obtuvo respuesta. Tampoco se rindió. En noviembre del año pasado, tomó dinero de sus ahorros y se presentó en el campamento jordano de Zaatari, el mayor de todo Oriente Próximo. Quería conocer de primera mano las necesidades de los casi 81.000 sirios que escaparon de la guerra y ahora viven en medio del desierto en contenedores transformados en algo que llaman viviendas.

Amy no llevaba las manos vacías. Había recopilado 40 kilos de ropa usada de bebé. Pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar precisamente que los productos sanitarios eran una de las principales demandas de la cuarta parte de los desplazados. En el campamento, 18.000 mujeres menstrúan, el 70% de los niños se orinan en la cama y otros 1.000 civiles, entre ancianos, discapacitados y heridos, sufren incontinencia. El Consejo Noruego para los Refugiados (NRC, por sus siglas en inglés) reparte compresas cada seis meses, solo para mujeres que tienen entre 14 y 40 años, y las existencias se agotan en sesenta días.

Comprar en las tiendas de los alrededores no es una alternativa cuando solo se disponen 25,75 euros al mes en vales del Programa Mundial de Alimentos. Es todo el dinero que tiene cada familia para no morir de hambre. Las compresas que venden en los mercados, además de caras, no absorben bien, manchan de sangre la ropa y las refugiadas que las adquieren se quejan de que son cortas y tienen que emplear dos. Eso las privilegiadas, porque el resto usa trapos que a menudo provocan infecciones por la escasez de agua y jabón para lavarlos.

La dramática situación que Amy encontró en Zaatari la convenció de la importancia de hacer realidad su iniciativa solidaria. Tenía que viajar a la India, conocer a Muruga y aprender a usar la máquina que había diseñado. Con el dinero que tenía ahorrado de sus clases de pilates, hizo las maletas una vez más arropada por su familia y amigos. En apenas quince minutos supo cómo funcionaba aquel esperanzador invento y grabó en vídeo las explicaciones para enseñar mejor a las mujeres del campamento. Pero se marchó del taller del inventor con un halo de tristeza: las materias primas eran demasiado caras, inasumibles en Zaatari.

En su mente retumbaban las descorazonadoras historias de los refugiados que había conocido. ¿Cómo ayudar a Nazleh? De sus seis niños, los cuatro mayores sufren una enfermedad degenerativa muscular que les impide caminar. La mujer tiene que cargar con cada uno de ellos hasta los lejanos baños comunitarios y ya debe en pañales unos 182 euros a los comerciantes. ¿Qué hacer por aquel anciano de más de 100 años cuya hija envuelta en lágrimas le dijo que no tenía dinero para comprarle compresas para la incontinencia? Pese a su avanzada edad, pasó dos años durmiendo en el suelo por falta de camas. Y con el frío invierno muchas madres se le acercaban a Amy para lamentar que cada vez era más difícil mantener secos a sus pequeños durante las noches.

Imposible retroceder y abandonar el proyecto. Había dado su palabra y era consciente de que no podría dormir tranquila nunca más si defraudaba a aquellas 20.000 personas que aguardaban una solución. Siguió investigando y supo que Muruga había permitido a otros copiar su invento. De ese modo, en septiembre regresó a la India para reunirse con Swati Bedekar. La joven trabaja como asistente en un colegio del Estado de Gujarat y es el alma, en la localidad de Vadodara, de la misma iniciativa que la profesora británica quiere poner en marcha en Zaatari. Su motivación surgió al ver cómo la mayoría de las alumnas dejaban de ir a la escuela al comenzar a menstruar y utilizaban trapos poco higiénicos. En zonas rurales el drama es aún mayor al ser forzadas a sentarse en un orinal lleno de arena.

Swati compró varias máquinas a Muruga, que su esposo ha mejorado: ha incorporado alas a las compresas y además las materias primas son más baratas. Amy recuperó la ilusión, sobre todo al constatar cómo cientos de mujeres indias ya se ganan la vida en Vadodara con la fabricación de estos productos. Antes de partir, se desplazó a Bombay para captar un último socio, Afzal Shaik, que ha diseñado un artilugio del que se obtienen toallitas sanitarias ideales para la incontinencia.

Para navidades

Con la idea de instalar en Zaatari esos dos modelos de máquinas y pertrechada con una maleta llena de productos sanitarios fabricados en la India, Amy volvió al campamento jordano. El Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur), entusiasmado con el proyecto, ya ha otorgado los permisos para llevar a cabo una prueba piloto de seis meses. Será gestionada sobre el terreno por la organización humanitaria NRC. Y si da resultado, se extenderá a otros países como Turquía, que alberga a más de dos millones de desplazados.

Recaudar dinero es la nueva meta de Amy, que estudió Derecho y pone a prueba el poder absorbente de las compresas en su cocina. Quiere proporcionarles durante un año las materias primas necesarias, con vistas a que el negocio de las máquinas de compresas se autofinancie en el futuro. Desde su web http://lovinghumanity.org.uk/ y en el portal https://www.justgiving.com/lovinghumanity/ recibe donativos a diario de personas anónimas que la animan a seguir adelante. Las pequeñas aportaciones, procedentes de los cinco continentes, ya ascienden a 66.690 libras esterlinas (92.240 euros).

Loving Humanity nunca ha estado tan cerca de derrotar lo que parecía una quimera. Amy confiesa estar "impaciente", a la espera de que esta Navidad las máquinas puedan zarpar de la India a bordo de un navío de la familia real jordana, que ahorrará costes y evitará demoras en la aduana. No hay tiempo que perder. El regalo más añorado está por llegar.

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