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Carlos V, el romántico

Carlos V, el romántico

Una biografía recuerda su niñez sin padres, sus problemas para hablar y el flechazo por su esposa. Su luna de miel duró seis meses

inés gallastegui

Viernes, 27 de noviembre 2015, 19:26

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Si Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico levantara la cabeza y viera al guapo Álvaro Cervantes, el actor que lo interpreta en la serie de TVE, hacerle ojitos a su abuelastra, Germana de Foix (Nathalie Poza), es posible que regresara corriendo al panteón de El Escorial donde lleva enterrado más de 400 años. Así lo cree Juan Antonio Vilar, que acaba de publicar la última biografía del personaje, Carlos V. Emperador y hombre, ganadora del Premio Algaba. "Siempre pensé que esa serie no pasaría a la historia", asegura el historiador granadino, convencido de que la ficción de RTVE, retirada sine die por falta de audiencia, es una "telenovela" sin la base histórica que sí tenía -con algunos lapsus- su antecesora, Isabel.

Vilar ofrece una imagen polidimensional que, a su juicio, falla en la mayoría de las biografías del rey, que retratan al militar o al hombre de Estado, pero no al hombre a secas, o describen su etapa flamenca o española o alemana, sin reparar en que el César era políglota, viajero y multicultural.

Su primera patria fue Gante, donde nació el 24 de febrero de 1500 y vivió 17 años, su periodo más largo en un solo lugar. Tuvo una "infancia sin padres", porque Felipe y Juana emprendieron dos largos viajes -en 1501, para ser coronados príncipes de Castilla y en 1504, a los funerales de la reina Isabel- y después, él moría y ella era encerrada en Tordesillas. El joven príncipe fue criado por su tía Margarita de Austria.

"Fue un hombre con suerte que además se esforzó en tenerla -resume el autor-. Una mezcla explosiva de premio gordo en la lotería genealógica y una voluntad férrea para alcanzar sus metas". Y eso que, cuando era joven, parecía un nini del siglo XVI: más interesado en la caza, las chicas y las justas -el fútbol de la época- que en estudiar. Por ejemplo, fue incapaz de hablar español, pese a los esfuerzos de sus maestros, hasta bien entrado en la treintena.

Respecto a la herencia política, no hay duda de que fue el monarca más poderoso de su época: entre sus posesiones se encontraba media Europa, Jerusalén y territorios americanos y norteafricanos. Tenía 28 millones de súbditos, más que Francisco I de Francia, el sultán Solimán y Enrique VIII.

La herencia genética no le fue tan favorable. Tenía la famosa mandíbula saliente de los Habsburgo, con un prognatismo tan acusado que ha dado nombre a esta deformidad. Los dientes de arriba y los de abajo "no se encontraban nunca", lo que le generó dos problemas que le persiguieron toda su vida. Por un lado, una forma de hablar gangosa que hacía dudar a más de uno de sus luces y le obligaba a llevar intérprete a todas partes. Por otro, una grave dificultad para masticar que, unida a cierta ansiedad bulímica y a una dieta rica en vino y carne roja -la OMS habría puesto el grito en el cielo-, le provocaba terribles digestiones. En aquel tiempo sin antiácidos era garantía de un carácter irritable.

Ni su genio ni su aspecto le impidieron tener una interesante vida amorosa, aunque Vilar niega que en su adolescencia mantuviera un romance con Germana de Foix, la señora con la que se había casado su abuelo Fernando al quedarse viudo, sino con una de las nobles de su corte, Beatriz, con la que tuvo su primera hija natural.

Pero la dueña de su corazón fue su prima Isabel de Portugal. Él la había elegido por el tamaño de su dote: 900.000 doblas de oro. En marzo de 1526 se casaron en Sevilla "con nocturnidad y alevosía" porque la excomunión viajaba ya desde Roma -Carlos había aplicado el garrote vil a un obispo comunero- y porque la noticia de la muerte de su hermana menor, dos meses antes, estaba a punto de llegar, rauda, a la corte: el castigo papal y el luto no le habrían permitido recibir el sacramento.

El caso es que se conocieron a las diez de la noche, se casaron a las once y a las dos de la mañana ya habían consumado el matrimonio. Él apenas hablaba español y ella no entendía el francés, pero no fue problema. "Fue un flechazo", resalta Vilar. Viajaron a Granada a pasar unos días, de camino a Levante, pero se quedaron más de seis meses de luna de miel. El emperador, que siempre había sido madrugador, se levantaba cada día a las once como si fuera domingo. Garcilaso describe en un poema cómo ella quedó encinta de su primogénito: "Aconteció en una ardiente siesta, viniendo de la caza fatigados". Fue el primero de seis embarazos en 13 años; el último parto la mató y él casi se volvió loco. Tuvo amantes, pero nunca más quiso casarse.

Aunque sus enemigos lo acusaban de soberbio y tacaño, Vilar cree que Carlos fue "un caballero que siempre cumplió su palabra". Consciente de que no tenía el don de la ubicuidad, delegó el gobierno de sus vastos territorios en diferentes miembros de la familia. Al final, enfermo y prematuramente viejo, abdicó en su hijo, que reinaría como Felipe II sobre unos dominios en los que nunca se ponía el sol. Murió en 1558, en su retiro del monasterio de Yuste.

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