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El bosque japonés Aokigahara.
El verde abrazo de la muerte

El verde abrazo de la muerte

Este bosque japonés, en las faldas del Fuji, es el lugar que eligen muchos suicidas para quitarse la vida

CARLOS BENITO

Miércoles, 2 de septiembre 2015, 21:22

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A estas alturas, las miradas que contemplan Aokigahara están siempre condicionadas por su leyenda, de modo que las peculiaridades naturales del bosque se acaban confundiendo con su aura tétrica, herencia de su largo vínculo con la muerte. Aun así, parece evidente que esta extensión de treinta y cinco kilometros cuadrados tenía, ya de partida, todas las papeletas para convertirse en un entorno inquietante. El mar de árboles, como lo llaman en japonés, es un bosque joven y raro: creció sobre el terreno arrasado por la gran erupción del año 864, cuando el monte Fuji estuvo diez días escupiendo lava y cenizas. El suelo fértil es una fina capa superficial de solo una docena de centímetros, de modo que los árboles -abetos y cipreses japoneses, sobre todo- se ven obligados a extender sus raíces en horizontal. "Como si estuviesen reptando", aclara una agencia turística de la comarca.

Las caprichosas formaciones de roca volcánica y la maraña de raíces envueltas en musgo crean un paisaje confuso, de volúmenes engañosos. La vegetación es muy densa, impenetrable en algunas zonas, y entre las especies animales destacan los murciélagos, instalados en la negrura de las cuevas volcánicas. Aokigahara es un bosque de ambiente húmedo y silencioso que muy pronto espoleó la imaginación humana: la mitología lo identificó como residencia de demonios y la costumbre lo eligió como destino para el ubasute, la ancestral práctica japonesa de abandonar a los ancianos en un lugar remoto para que muriesen de hambre y sed.

No está claro en qué momento se incorporó a este perfil macabro la idea del suicidio, aunque existen dos hitos culturales que, ya en la segunda mitad del siglo XX, determinaron el turbador prestigio de Aokigahara. A principios de los 60, el escritor Seicho Matsumoto publicó una novela de amor clandestino, protagonizada por una pareja que acababa quitándose la vida en el bosque. En 1993, otro libro, titulado El manual completo del suicidio, identificó este mar de árboles como el escenario idóneo para despedirse voluntariamente de este mundo. El volumen, por cierto, fue un éxito editorial: hay que tener en cuenta que los japoneses tienen una tasa de suicidio muy elevada y que, en su cultura, la opción de matarse se suele contemplar como una salida honorable.

El caso es que Aokigahara se ha convertido en un lugar de peregrinación para quienes no desean vivir más. Una vez allí, abandonan los senderos, se pierden en la espesura y, en algún pequeño claro, se ahorcan o se toman una sobredosis de pastillas. Existen estadísticas hasta 2003, cuando el número de cadáveres localizados superó el centenar (fueron 103 o 105, según las fuentes) y las autoridades decidieron dejar de difundir sus balances anuales, por temor a que alimentasen todavía más la obsesión por Aokigahara. Los habitantes de la comarca creen que muchos cuerpos jamás llegan a ser encontrados.

Piensa en tus hijos

Varias instituciones y organizaciones han colocado carteles en los accesos al bosque. La vida es un precioso regalo de tus padres. No cargues tú solo con tus preocupaciones. Habla con nosotros, dice uno. Piensa en tus hijos, en tu familia, se lee en otro. Todos los meses, la Policía, los bomberos y los trabajadores forestales organizan un concienzudo rastreo en busca de nuevos fallecidos. El diario Japan Times recogió el testimonio del geólogo Azusa Hayano, un hombre que ha encontrado más de cien cadáveres en Aokigahara. Entre otras medidas, también se han instalado cámaras de vigilancia en los alrededores y se ha adiestrado a decenas de vecinos para que ayuden a disuadir a los posibles suicidas: los senderistas suelen recorrer Aokigahara en grupos, así que estos voluntarios abordan a los visitantes que van solos y les ofrecen conversación. En ocasiones, sus palabras bastan para salvar una vida.

Claro que, otras veces, descubren que esos excursionistas sospechosos pertenecen a un tercer colectivo, cada vez más numeroso: los turistas de lo macabro, deseosos de impregnarse de la atmósfera enfermiza e incluso, si hay suerte, de hallar algún resto humano. La lúgubre fama del bosque no tiene muchos visos de disiparse: este mismo año, el director estadounidense Gus Van Sant ha presentado en Cannes su película The Sea Of Trees, sobre dos hombres que se conocen cuando van a quitarse la vida en Aokigahara, y ahora mismo está en producción The Forest, un «thriller sobrenatural» que saca partido a este entorno frondoso e insondable, tan rebosante de vida y de muerte.

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