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Los sij salvan el parmesano

Los sij salvan el parmesano

El mejor queso para rallar no lo hacen los italianos, sino unos granjeros indios asentados en Lombardía. Les obligaron a cortarse la coleta. Ahora son amigos

antonio corbillón

Domingo, 5 de julio 2015, 23:06

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No hay mucha diferencia entre una pizza italiana y un paratha, el pan plano y redondo que se elabora en la India. Los dos suelen ir condimentados con verduras y queso. En la provincia de Cremona (Lombardía, norte de Italia) ambos platos llevan veinte años mezclándose hasta confundirse. Lo hacen al ritmo de la integración de la gran colonia sij, que llegó desde la región india de Punjab para preservar la seña de identidad de Italia y su producto más internacional: el queso parmesano. «Los jóvenes de la región no querían trabajar en el campo y los sij han salvado nuestra economía», asegura el alcalde de Cremona, Dalido Malaggi. Su voz se escucha ante el creciente interés que despierta en Italia el papel de los hombres del turbante y las barbas kilométricas. Los hijos del norte hindú, de la tierra de las granjas de leche, llegaron hace dos décadas a su equivalente en la Italia alpina, un escenario que les hizo sentirse cómodos desde el principio. Después se fueron extendiendo por el resto de la península y ya son más de 80.000. La comunidad india más extensa de Europa, si exceptuamos a Gran Bretaña.

En todo el mundo

  • la quinta religión

  • Son 25 millones en todo el mundo y la mayoría vive en la región india del Punyab. En España son unos 20.000, y tienen 18 templos. Son la quinta religión más grande del mundo.

  • Perseguidos. En los años 80, se hicieron fuertes en la comunidad sij los movimientos independentistas que querían un estado confesional soberano en Punyab. Fueron duramente reprimidos. Poco después, Indira Gandhi fue asesinada por sus guardaespaldas sijes.

  • No beben alcohol ni comen, carne, pero sí consumen leche y queso.

En los listines telefónicos, los apellidos italianos se ven cada vez más colonizados por otros como Singh, lo más parecido a un López o un Rodríguez en España. Es el nombre familiar de Onkar, uno de los primeros punjabíes que llegó a Cremona. Lo hizo en 1992, acababa de casarse y no tenía nada para mantener a su familia en su tierra natal. No sabía el idioma, ni nada de las costumbres. «Pasé de empleo en empleo hasta que logré mi tarjeta de residente», recuerda ante las cámaras de la cadena Journeyman.Tv.

Para Onkar, y muchos de sus compañeros, el mayor esfuerzo no eran los horarios, un doble turno de cuatro horas, con 12 de descanso en medio, que arranca de madrugada para atender al ganado, ordeñarlo con máquinas y limpiarlo. «A muchos italianos este trabajo les parece duro, cansado y sucio». La segunda parte suelen dedicarla a atender a las máquinas que elaboran el Grana Padano, ese queso granulado y duro que se raya sobre los espaguetis.

Lo peor fue cortarse el pelo y la barba y no llevar turbante, algo vedado en su región, como una forma de facilitar su aceptación en tierra extraña. Al igual que pasa con la comida, dos décadas largas de convivencia lo han diluido casi todo. «Con el tiempo he recuperado mi turbante. En mi corazón no me siento bien con el pelo cortado», admite Inderjit Singh, que pertenece a la segunda oleada de inmigrantes.

El mayor templo de Europa

No todo han sido facilidades para este colectivo. Viven en Lombardía, una de las regiones en las que la Liga Norte predica todos los peligros que para Italia suponen los inmigrantes. Un equilibrio que se tensó un poco más hace un par de años cuando, después de una década de trámites y de recibir excusas, la comunidad sij pudo inaugurar por fin el Gurdwara Sri Guru Kaldidhar, el mayor templo de su religión de toda Europa. Situado entre cultivos, lejos de cualquier zona habitada, se convierte en un trocito de la India cuando llegan sus fiestas rituales. Los vecinos locales también se han acostumbrado a la celebración del Vaisakhi, una de las más populares del sijismo, que suele celebrarse en abril y se parece bastante a las paradas de Moros y Cristianos en el levante español.

Uno de sus mayores valedores es la propia Comuna (Ayuntamiento) de Cremona, que recibe a los visitantes con un anuncio que reza «sin prejuicios raciales». Son los jóvenes italianos, como la universitaria local Lucia Olivieri, quienes parecen adaptarse mejor a los tiempos. «Cuando te encuentras a cientos de personas en mitad de tu país y con una cultura tan diferente, te das cuenta de que vivimos en un mundo distinto, que no se parece en nada al de nuestros padres».

Estos bergamini (jornaleros en dialecto local) son ya la tercera parte de la mano de obra de una región que produce un millón de toneladas de parmesano al año, más del 10% del sector lácteo de toda Italia. «Te puedes fiar y saben hacer su trabajo. He salido adelante gracias a ellos», admite Alberto Corradi, dueño de la factoría Montauro, creada por su abuelo en 1969 y que veía peligrar la continuidad familiar. Con el paso de los años, la colorida vestimenta asiática ya no es una anomalía en el paisaje. Los inmigrantes (las mujeres son casi el 40%) han echado raíces y se han comprado casas. Sus hijos son más aplicados y constantes en el colegio y suelen estar muy por encima de los alumnos locales.

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