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El ogogoro se produce en alambiques que no pasan ningún tipo de control sanitario.
El diablo de la botella

El diablo de la botella

Nigeria prohíbe el letal ogogoro, la ginebra local que acaba de matar a setenta personas. Todos pobres, claro. Los ricos se hinchan a champán

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 5 de julio 2015, 09:30

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En los saraos más exclusivos de Lagos o Abuja se triunfa con Dom Pérignon o Moët & Chandon, el coñac Hennessy y el mejor whisky escocés. Nada de mediocridades. La exclusividad caracteriza a la élite nigeriana, ya sea en su consumo de jets privados, relojes de alta gama o exquisitos licores, y su demanda se incrementa al ritmo con el que se forman y aumentan las fortunas, siempre a buen recaudo en bancos extranjeros. El auge del champán, símbolo de estatus, carece de parangón en el mundo. Tan solo el mercado de Francia, la cuna del espumoso, crece más que el de la potencia africana.

Pero la realidad es muy diferente al otro lado de las verjas electrificadas que cuidan celosamente las mansiones de los políticos, los potentados del petróleo o las estrellas de Nollywood. El paladar del 70% de sus 150 millones de habitantes, aquellos que sobreviven con menos de un dólar diario, no puede acceder a productos importados. Ellos, como muchos habitantes de África Occidental, calman la sed y festejan con aguardientes tradicionales de elaboración artesanal. El ogogoro, uno de los más consumidos, ha sido recientemente prohibido por el gobierno federal. Hace una semana que 71 personas fallecieron en el estado de Rivers, víctimas de una partida dramáticamente adulterada de esta ginebra rudimentaria.

Subidón

  • SIN COMPETENCIA

  • El nivel de alcohol del ogogoro oscila entre los 30 y 60 grados.

  • La extracción de la savia de la palmera provoca la muerte del árbol.

  • Los africanos copiaron la destilación que se llevaba a cabo en los ingenios de los colonos para proveerse de un aguardiente más barato que el importado.

No se trata de una excepción. Cientos de personas mueren anualmente tras pegar unos tragos de este aguardiente con mil nombres. Lo llaman ekpeteshi, kaikai, sapele water, sonsé, iced water (agua helada) o, muy expresivamente, 'Crazy man in the bottle' (el loco en la botella). En cualquier caso, más allá del apelativo, el problema radica en la falta de control sobre un producto elaborado, a menudo, ilegalmente y que se suele vender en la vía pública a unos nueve céntimos el vaso generosamente servido.

Las tardes de la estación lluviosa, convertidas en un aguacero interminable, se sobrellevan mejor con el calor que proporciona el ogogoro, con una larga tradición que se hunde incluso en los ritos religiosos. Los sacerdotes burutu, de la tribu ijaw, lo vierten en el suelo como ofrenda a los dioses y los padres de las novias bendicen a la pareja con una libación ceremonial.

Sus defensores apelan a la importancia de su comercio dentro de la economía informal: la fabricación y distribución de esta ginebra proporcionan trabajo a miles de personas, tanto a quienes extraen la savia de la palmera de la rafia, la materia prima, como a aquellos que la fermentan y destilan, o a los vendedores que la expiden en la región costera del Golfo de Guinea.

El colonizador británico también intentó, sin éxito, erradicarla de la vida cotidiana durante los tiempos del Imperio. Los dominadores argüían que iba en contra de las virtudes tan cristianas como la templanza, pero se sospecha que la oposición radicaba en la imposibilidad de controlar un nicho de mercado, creado por ellos y al que, curiosamente, no se podía acceder con productos procedentes de la metrópoli, mucho más caros.

«Los convierte en estúpidos»

Sus actuales detractores insisten en las nocivas consecuencias para la salud física y familiar. La Catholic Women Organization, una de sus más furibundas enemigas, asegura que los maridos ebrios abandonan sus quehaceres laborales, que perjudica el sistema reproductor masculino, que convierte a los jóvenes en individuos débiles, perezosos y estúpidos e, incluso, sostiene que provoca la muerte prematura. Y este último argumento es irrebatible: el ogogoro contiene una elevada proporción de etanol, pero, a menudo, es sustituido por el más barato metanol, cuya metabolización por el organismo humano acarrea letales consecuencias.

La falta de control impide una estandarización del proceso y la producción de los alambiques clandestinos no ayuda. Algunos productores reclaman a la Administración algún tipo de control y que se fomente su venta en establecimientos autorizados. Incluso sugieren un cambio de nombre que engatuse a los sectores más pudientes, siempre reticentes a relacionarse con lo autóctono.

El problema de la ginebra local también revela la compleja realidad de países subsaharianos, portadores de abismos sociales en su interior. La rápida urbanización comporta la asimilación de modos occidentales, pero buena parte de su población, fundamentalmente la más mísera, aquella que habita los entornos periféricos y rurales, subsiste gracias a formas ancestrales de alimentación, a menudo, vinculadas a la vida silvestre. En muchas comunidades donde el ogogoro arrasa, entre trago y trago se llevan a la boca un bocado de mono, perro o rata de campo.

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