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El barman de la reina madre

El barman de la reina madre

El mayordomo William Tallon sirvió durante medio siglo a la progenitora de Isabel II

fernando miñana

Domingo, 19 de abril 2015, 17:57

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El día que estrenaron The Queen (2006), la película en la que Helen Mirren interpreta a Isabel II, William Tallon la vio sin pestañear. Al acabar concedió que era muy precisa. Pero añadió una corrección: «La reina madre siempre tomaba su desayuno en la cama» y jamás como mostraba una escena en la que aparecía desayunando con su hija y su nieto. Todo el mundo dio por bueno el matiz: nadie conocía mejor a Isabel Bowes-Lyon, la madre de la reina, que Billy, su sirviente y mayordomo durante cinco décadas.

A lo largo de su vida, Tallon despreció todos los cheques que cayeron bajo sus ojos para traicionar a la reina madre y contar algún suceso desconocido. Nunca cedió a la tentación y se llevó sus secretos a la tumba en 2007, cuando murió a los 72 años después de haber cumplido con creces su deseo infantil de trabajar para la casa real. Porque William Tallon no quería ser bombero ni futbolista de niño. A los quince años escribió directamente al rey Jorge VI solicitándole un empleo. Un año después entró como aprendiz y luego, después de que Isabel II ascendiera al trono, entró a trabajar al servicio de la reina madre.

El sirviente ejemplar, premiado con la Real Medalla Victoriana por su longevo y excepcional servicio a la familia real, se llevó consigo los secretos, pero no pudo silenciar a esos conocidos, menos leales a la Casa, que ahora han destapado algunas intimidades que han servido al escritor Tom Quinn para completar Backstairs Billy, el libro titulado con el apodo con que le etiquetaron los tabloides británicos y que cuenta algunas de las licencias que se permitía el ya veterano mayordomo en Clarence House, el palacio al que se trasladó junto a la reina madre tras la ascensión al trono Isabel. Por la noche, abría sus puertas a sus amantes masculinos a los que deleitaba en los salones del palacio, se dice incluso que hasta en el sillón favorito de la señora de la casa. También mantuvo relaciones con jóvenes compañeros de servicio, algunos de los cuales le acusan ahora de que les acosaba y les perseguía.

Antes de dar rienda suelta a la lujuria, Billy servía con maestría a Isabel Bowes-Lyon, a quien nunca le importaron sus escarceos sexuales. Tallon lo mismo paseaba a los perros corgi por los jardines, que organizaba su agenda para rellenar el vacío social que dejó la muerte de su esposo en 1952. El hijo del tendero se convirtió en la persona que se encargó de alegrar la vida de la reina madre. Y esa felicidad siempre venía aderezada por unas gotas de licor. Porque él era el único que sabía el punto exacto de los lingotazos que le gustaban a su alteza: con una décima parte de Dubonnet -un vino alcoholizado que lleva también hierbas, especias y quinina- y las restantes de ginebra. Algunos expertos afirman que a Isabel II también le gusta esa mezcla, aunque con solo un tercio de ginebra y dos de Dubonnet, acompañados de hielo abundante y una rodaja de limón sin semillas.

William Tallon fue retratado como un mago de las bebidas en un obituario publicado por el Telegraph. Y le describía como un hombre capaz de convertir una aburrida reunión vespertina alrededor de unas tazas de té en una descacharrante fiesta solo con deslizar una botella de whisky sobre la mesa. «Con él no tenía sentido poner la mano encima del vaso: vertía el alcohol entre tus dedos», explicaba divertido un invitado de la reina madre.

Organizó su funeral

Estaba claro que sabía cómo tratar a los invitados. De hecho, algunos, celebridades en el Reino Unido, devinieron en amigos personales que le acompañaron hasta el final de sus días. Antes, en paz consigo mismo, tuvo tiempo de preparar su funeral. Tallon, hombre culto e instruido, eligió las piezas musicales para su despedida, como el Ave Merum de Mozart o un extracto del Mishima de Phillip Glass. O la lectura del Send in the clowns, una de sus canciones favoritas -popularizada por Frank Sinatra y Barbra Streisand-. Y el final triunfal, cuando se llevaban el féretro, con la Marcha Radetzky.

Su cuerpo descansó en 2007, pero su alma fue apagándose mucho antes. Primero en agosto de 2000, el día que la reina madre celebraba sus 100 años en la Royal Opera House y al volver al palacio se enteró de que su pareja, Reg Wilcock, iba a morir. Y dos años después cuando falleció la mujer a quien dedicó su vida. Sin la reina madre, Tallon terminó siendo apartado y acabó sus últimos años de vida en la pequeña casa con jardín que compartía con Wilcock, ya entonces solitaria, al sur de Londres.

Ese era su rincón y allí fue coleccionando cuadros y obsequios valiosos de los invitados de la monarca con los que congenió. Porque Billy, famoso por su buen gusto, todo un dandy, era un experto en arte contemporáneo que llegó, incluso, a promocionar a un artista cuando era un desconocido. Tenía el don de las habilidades sociales. Era extrovertido, discreto y perfeccionista. A todos los que estaban a su servicio les exigía y presionaba para que todo saliera sin mácula.

Billy Tallon acabó convirtiéndose en la sombra de la reina madre, a quien se atrevió a dar consejo. Como en 1970, cuando le planteó la idea de aprovechar cada 4 de agosto, el día de su cumpleaños, para instaurar la tradición de saludar al pueblo a las puertas de Clarence House. El mayordomo se entregaba. Estaba despierto cuando amanecía la reina madre y solo se retiraba cuando ésta se metía en la cama. A cambio, disfrutaba de cierta autonomía. Entraba en las habitaciones sin avisar y se encargaba de comprarle los regalos de Navidad. Casi de la familia.

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