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El periodista Íñigo Domínguez, con el descapotable con el que recorrió el Mediterráneo.
El último verano de la 'dolce vita'

El último verano de la 'dolce vita'

Rascacielos megalómanos, chalés con campo de golf, autopistas de pago paralelas a otras gratis... El periodista Íñigo Domínguez nos devuelve a la España del 'pelotazo' entre el humor y el desconcierto

julia fernández

Jueves, 26 de marzo 2015, 13:08

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Se acuerdan de dónde estaban en 2008? Hagan memoria. Y ya puestos, trasládense a junio. ¿Ya se ven? Han pasado siete años y seguramente se recuerdan más morenos. Pues, además, también eran más ricos. ¿Qué les parece? Aquel verano fue el último de nuestra dolce vita. O como lo formula el periodista Íñigo Domínguez: «El principio del fin».

Aquel mes, él andaba metido en un descapotable azul por la costa mediterránea española. Y no por placer, sus jefes le habían encargado recorrer la zona y contar qué se cocía por allí. Hasta entonces habían sido bogavantes y arroz en cantidades industriales, como las de ladrillos que se habían usado para construir los millones de adosados «en primera línea de playa». Sin embargo, algo cambió durante aquel verano. Se podían conseguir habitaciones de hotel en el último momento y las terrazas tampoco estaban a rebosar.

«Muchos pensaban que era un año malo», cuenta Domínguez. No se topó con nadie que fuera consciente de que el país se estaba yendo al garete. Sí, aquel año fue el primero de la crisis. Y a este reportero le tocó ser protagonista de un viaje iniciático de forma inconsciente. Hoy, 84 meses después de la aventura, recoge en un libro aquellos artículos y una revisión de los mismos: «No quería que fuera sólo algo recalentado». Se titula Mediterráneo descapotable. Viaje ridículo por aquel país tan feliz y lo acaba de editar Libros del K.O.

«Fue todo improvisado», confiesa Domínguez. Agarró el Peugeot que le prestaron y con la compañía de una guía para extranjeros se lanzó a la carretera desde Collioure (Francia) hasta Tarifa, sin tener claro dónde parar. Se dejó llevar, como el barco a la deriva en que se convertiría la construcción en España. «Había oído algunas barbaridades», confiesa. Llevaba viviendo ocho años fuera. Lo que se encontró «superó todas las expectativas». Y no sólo por los delirios arquitectónicos del turístico Benidorm, ni por la ilegal legalidad del inconcluso hotel El Algarrobico: «Lo curioso de este caso es que los constructores tenían todos los papeles en regla». Fue todo en general.

Ahora ese viaje es la auténtica «ruta por el descarrilamiento alucinógeno» de España. Y él lo cuenta a camino entre la comedia, el desconcierto y la ironía. Lo primero con lo que se topó nada más cruzar la frontera con Francia fueron las grúas. Estaban por todas partes. También se veían por doquier los carteles de se alquila y se vende en casas cerradas a cal y canto. Algo hizo clic en la cabeza de este periodista que acaba de cumplir catorce años como corresponsal en Roma, cansado de oír a sus amigos un solo «mantra»: nunca se pierde dinero cuando se compra ladrillo. El primer mito se resquebrajaba. Luego llegarían otros.

Enseguida empezó a constatar que el derroche de dinero tenía dimensiones delirantes. «Se construían autopistas de peaje al lado de otras gratuitas», explica todavía sorprendido. Como en Montroig, donde dejaban arrinconada la masía en la que Miró pasó muchos veranos y recibió al escritor Ernest Hemingway. «Ese día me deprimí un montón». Esperaba encontrarse un impecable museo y a punto habían estado de llevárselo por delante las máquinas. En el libro señala al culpable del bajón: «Un país enfermo de ladrillo». Es una cita de una vigencia absoluta, como explica luego en el apéndice: «Todo empezó en un melonar (...)». Esa especulación con la propiedad explica la caída del sistema financiero y el rescate posterior, en el que se ha empleado «el 5% del PIB» y donde «26.000 millones de euros» se dan ya por perdidos.

- ¿No le chirriaba algo ya?

- Olía raro, sí, pero no me imaginaba nada de lo que vino después.

Ni él, ni casi nadie. Porque de aquel viaje, que cuenta en 18 capítulos ilustrados, tampoco extrajo la conclusión de que los españoles estuviéramos con la mosca detrás de la oreja. El más pesimista sólo se atrevía a decir que se trataba de un mal rato. Entonces se creía que «la riqueza era la culminación del progreso de forma natural», describe. Quién iba a pensar que volveríamos a ser pobres.

Con las vergüenzas al aire

Aquel verano de 2008 el país se asomaba al abismo de la crisis, una tragedia, sin duda. Pero en el libro también hay lugar para el humor, «como en todo en la vida». ¿Un ejemplo? El día en que el autor pisó Marina DOr. «Entonces se vendía como un complejo de vacaciones de lujo, con famosos y todo», rememora. Recuerden que su imagen de marca era por aquella época la mismísima Norma Duval. Y con esa idea se presentó en la recepción de uno de los hoteles de este resort de los excesos. «Me fascinó». Lo dice de verdad. Nada más entrar en el establecimiento los ojos se le fueron al techo, donde habían reproducido la Capilla Sixtina. «No me lo podía creer. Le saqué hasta una foto. Pensé que nadie me creería», se ríe.

No fue el único momento en que se topó con el absurdo. Le pasó unos kilómetros más abajo, en Almería. Se alojó una noche en una urbanización nudista llamada Vera Natura. «Por su sentido del deber» y por ese refrán de donde fueres haz lo que vieres, salió en bolas a dar una vuelta. Hasta aquí todo correcto, el problema se lo encontró al ver que ¡la gente iba vestida! Al menos aquella noche. Perdió la vergüenza, como España ante la Troika al confesar el agujero negro de las cajas de ahorros.

Pero, como ya hemos dicho, no todo son «artículos recalentados». En Mediterráneo descapotable hay un apéndice que vale su peso en oro. Sin exagerar. «Iba a ser un epílogo», confiesa Domínguez, pero la cosa se complicó. «Empecé a tirar del hilo...» y a punto estuvo de quedarse la oveja sin lana. Que si el aeropuerto sin aviones de Castellón, que si la Ciudad (fantasma) de las Lenguas, que si los contratos de Santiago Calatrava, que si los papeles de Bárcenas y los informes del Instituto Nóos... «Se me fue un poco de las manos».

Al final, el epílogo se convirtió en un anexo de casi un centenar de páginas que radiografía el estado actual de las cosas y repasa un gran porcentaje de los «ochocientos» -han leído bien- casos de corrupción que se han destapado en España en los últimos trece años. «Llegó un momento en que hasta me deprimí», confiesa el autor. Su capacidad para relacionar unos con otros es lo que convierte este pasaje en un texto de obligada lectura para enterarse de cómo funcionaban las cosas... hasta ahora.

- La Justicia está dejando claro que se ha acabado la fiesta.

- ¿De verdad es así?

- Al menos ésta parece que sí.

Pero no se relajen, «los políticos son células dormidas que volverán a activarse para cometer nuevas barbaridades cuando el contexto sea favorable», avisa con cierta sorna Íñigo Domínguez. Es nuestra tarea ponerles freno ahora que, por fin, nos hemos desprendido de esa «ignorancia financiera» que no nos dejaba ver más allá de los catálogos de urbanizaciones de lujo, con vistas al mar y acceso directo al campo de golf.

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