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El artista, en su estudio.
Antonio López: «Hay una forma de ser rebelde que da mucho dinero»

Antonio López: «Hay una forma de ser rebelde que da mucho dinero»

Sereno, austero y discreto. El pintor más cotizado en la España de hoy reniega de la bohemia, advierte sobre la confusión entre valor y precio y admira más la bondad que el talento

césar coca

Viernes, 6 de marzo 2015, 12:38

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No se dejen engañar por su aspecto. Este hombre menudo, que camina ya de noche por una calle estrecha y poco transitada de Madrid, vestido con unos pantalones gastados y un suéter con manchas de pintura, tocado con una gorra y con un termo bajo el brazo, es el pintor español más cotizado en todo el mundo. Un artista capaz de arrastrar a los museos cuando se expone su obra a personas que nunca antes habían entrado en uno. Un ser humano que reivindica la austeridad y la discreción en el trabajo artístico como en la vida. A los 79 años, Antonio López contempla su carrera sin autocomplacencia. Sentado junto a una pequeña mesa en la cocina de su estudio, saboreando una infusión de varias plantas que él mismo ha preparado y que comparte con entrevistador y fotógrafo, el artista manchego desgrana las ideas a las que ha sido fiel toda su carrera. Y advierte contra la impostura de algunas provocaciones que tanta rentabilidad producen a quienes las realizan: "Hay una forma de ser rebelde que da mucho dinero". Lo dice muy serio antes de posar entre figuras humanas de escayola, caballetes, cajas, bastidores y pinceles, un escenario repleto por el que su gato pasea ajeno a los intrusos.

- ¿Cuándo sintió que era un artista?

- Lo sientes cuando la sociedad empieza a comprar tu obra. Hasta entonces, lo que haces puede ser muy interesante, pero es el aprecio de los demás lo que consigue que te consideres artista. Por supuesto, lo que luego diga la Historia es otra cosa, pero son los demás quienes dan forma real a tu ilusión de trabajar en ese territorio.

- Eso es muy poco objetivo.

- Sí, porque no hay una vara de medir, como existe en tantas áreas. El deportista sabe que su esfuerzo y sus logros se pueden medir. El artista, no, porque todos los dogmas del arte se han venido abajo. Lo único real es que la sociedad te apoye y demande tu obra.

Antonio López se ha sometido a ese juicio de la sociedad, pero nació destinado a una actividad bien distinta: primer hijo de una familia de agricultores pudientes, la lógica parecía empujarlo, tras una infancia que recuerda callejera y feliz, a heredar algún día las propiedades de sus padres y vivir del campo. Sin embargo, aquel niño que correteaba libre por Tomelloso se dio cuenta a los 12 años de que era más dichoso cuando se encerraba a dibujar. Entonces, uno de sus tíos, que también era pintor, empezó a orientarlo y pronto en casa se convencieron de que el muchachito nunca miraría el cielo temiendo que una tormenta arruinara la cosecha, sino para plasmarlo sobre un lienzo. Por eso, meses después, sus padres lo matricularon en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y lo dejaron solo en una pensión de la calle Alcalá. Había empezado su carrera.

- Durante tres meses, recorrí Madrid a pie. Iba a prepararme a una academia de la calle La Cruz y enseguida me conocí todo el centro de la ciudad. Sólo me metí en el metro una vez que hube de ir a Cuatro Caminos a ver a un familiar que habían hospitalizado y no estaba seguro de llegar si iba andando.

- Madrid no sería entonces una ciudad tan dura como ahora.

- Lo era, lo sigue siendo y lo será cada vez más. Es un simple problema de dimensión y le pasa a todas las grandes urbes.

- Su primer cuadro fue un bodegón. ¿Cómo eligió el tema?

- Fue por inspiración de mi tío. Él preparó todo. Aún tengo ese cuadro.

- En esos años iba mucho al Museo del Prado. ¿Qué pintores le interesaban más?

- Me gustaba mucho la pintura, pero no sabía nada... Me parecía maravilloso lo que me estaba sucediendo. Cada domingo por la mañana iba a misa a primera hora y luego me metía en el museo hasta mediodía.

- Años después, gracias a una beca, viajó a Italia, vio un montón de museos y la pintura renacentista le decepcionó. ¿Por qué razón?

- Fui con un amigo y dimos la vuelta a Italia en tren, de Génova a Nápoles. Aquello duró un mes y no paramos de ver museos. Fue un empacho de pintura italiana. Como compensación, vislumbramos algo solemne, serio, grave, intenso, en la pintura española. Creo que me sirvió de alguna forma para descubrir lo que éramos.

- Tras ese viaje empezó a dar clases. ¿Cómo fue esa experiencia?

- Me lo propusieron y me lo pensé... cinco minutos. Me hacía mucha ilusión volver a la escuela en la que había empezado. Daba clase de pintura y estuve cinco años.

- En ese tiempo en el que también emerge una generación de jóvenes poetas se pone de moda la bohemia artística, pero usted no participó de ella. ¿Por qué?

- La bohemia era muy cara. Se la podían permitir los ricos. A unos cuantos siempre nos pareció una cosa superficial y boba: eso de reunirse en cafés y beber toda la noche. Creo que los poetas trabajan de otra forma: los pintores estamos todo el día concentrados en lo nuestro. También quedábamos, claro, pero en casa de alguno. Aquí no estaban las cosas para bohemias.

Una nueva vida

En el marco de la puerta que da paso al estudio están escritos nombres y centímetros, como era común antes en las casas de pueblo para registrar el crecimiento de los hijos. No es el caso: las estaturas corresponden a personas que Antonio López ha retratado o va a retratar, y están ahí para establecer la comparación consigo mismo. Por todo el estudio se ven también instantáneas de su familia y vistas de Madrid compuestas mediante varias fotografías que se prolongan unas con otras.

- ¿Fueron las primeras exposiciones en Nueva York lo que cambió su vida, lo que le dio la idea de que podría vivir de la pintura?

- Las dos primeras fueron en los años 1965 y 1968, a través de Juana Mordó. Yo no viajé a Nueva York, sólo fueron mis cuadros. Pero ya había vislumbrado mi futuro antes, cuando en 1960 empecé a trabajar con la Galería Biosca. Eso cambió mi vida.

- ¿Qué sintió cuando ya en los ochenta se convirtió en el pintor español vivo más cotizado?

- Es peor que no se vendan tus cuadros... Esas pinturas que alcanzaron ese precio ya no eran mías, así que lo contemplaba en la distancia. Es fundamental que la obra salga del estudio, pero luego es mejor que no haya demasiado ruido, que siga adelante sin tropiezos. El arte se mueve en espacios económicamente bien dotados. Pero que tu pintura se cotice muy alta no te hace mejor. No se puede confundir valor y precio.

- ¿Ha recomprado cuadros suyos?

- Pocos: una pintura, un dibujo y algunas litografías. He adquirido más cosas de mi mujer. De tu propio trabajo, compras lo que te interesa por algo, si puedes porque está a la venta y porque tienes con qué adquirirlo. Ese cuadro que he recomprado es uno que hice a la vuelta de Italia, en 1955. Es un frutal y fue el punto de partida para otros que hice después.

- ¿Le ha dolido especialmente haberse desprendido de alguna obra?

- Creo que sólo hay dos cuadros que habría preferido quedarme. En general, es una enorme alegría que se vendan, porque eso es lo que permite seguir trabajando.

- ¿Se queda con algo de sus trabajos: bocetos, fotografías?

- Con las esculturas siempre puedes conservar las escayolas. Con las pinturas, a veces permanecen algunos esbozos. Pero eso es todo. Por eso cuando hago exposiciones tengo que recurrir a los préstamos.

- ¿Es capaz de recordar todas sus obras?

- Creo que sí. A veces, si no duermo, me pongo a pensar en los trabajos realizados y los voy repasando por años, desde la escuela.

- ¿Y cómo juzga sus obras cuando las va recordando?

- Hay cosas que he hecho que no me gustan. Nos pasa a todos los pintores. Hasta Velázquez tiene obras desacertadas. Acertar varias veces es difícil; acertar siempre es imposible. Ni siquiera Dios lo consigue. Quien más acierta es quien no pacta: la equivocación surge del pacto. Arreglas el presente pero estropeas la obra. De todos modos, hay que entender y valorar las obras alimenticias. Ves algunas películas de Buñuel y percibes el pacto, pero también es cierto que el autor está ahí, y se nota.

Pactar y provocar

No hubo pactos en El sol del membrillo, el filme dirigido por Víctor Erice, del que Antonio López es coautor y protagonista absoluto. Una película histórica para el cine español, el relato detallado de la creación de una obra de arte, que ganó el premio de la Crítica en el Festival de Cannes en 1992, pero que el pintor no ha querido volver a ver desde entonces.

-¿Por qué?

- Lo pasamos mal en el rodaje, aparecen en ella amigos que han muerto, Mari (su mujer) no está bien... Quizá dentro de unos años pueda verla de nuevo.

- Usted se ha definido como un rebelde, pero no es un provocador. No abre una vaca en canal y la expone.

- Es que hay muchas formas de provocar. Quizá sea más provocador en este momento hacer lo contrario de lo que usted dice. Hay mucha mala literatura en torno a todo ello. Piense que existe una forma de ser rebelde que da mucho dinero. El rebelde de verdad lo disimula, porque si no se lo cargan.

- ¿Eso ha sido siempre así?

- Sí. Velázquez también lo era, aunque pensaba que era peligroso hacer demasiado estruendo. Pero por un lado están, siempre han estado, los rebeldes y por otro, las supercherías.

- Alguna vez se ha definido como un pintor de emociones. Y viendo cómo prepara sus cuadros hay algo casi místico en su trabajo.

- No sé si esa es la palabra. Hay seres humanos que tienen un sentido trascendente de la vida. Yo noto que lo tengo. Quizá sea más una forma de sensibilidad y me sumo a ella, al afán por dejar a la gente tranquila, por no alterar las cosas.

- Acabado el cuadro de la Familia Real española, ¿aceptaría otro encargo de estas características, tan complejo, que le ha llevado tanto tiempo?

- Es mi forma de trabajar. Hay cuadros que me han llevado más de veinte años, pero la gente no lo sabe. Por eso estoy siempre con varias cosas a la vez. Dependo tanto de la meteorología, si es un paisaje, o de las personas que han de posar, que estoy obligado a trabajar así. Cada día tengo que ir decidiendo. Tampoco es algo nuevo, piense en todos los cuadros pintados encima de otros que no salieron. No pasa nada.

- ¿Lo ha hecho? ¿Ha pintado algo encima de un cuadro que no le salió?

- No, yo no reciclo nada. Dejo el trabajo en el punto que esté, porque de esa manera me recuerda el momento en que lo hice.

Talento y bondad

Ese momento se ve en el estudio: hay un par de figuras humanas en escayola, bocetos, modelos de cabezas de todos los tamaños y cuadros a medio pintar que cubre para que no salgan en las fotografías. "Son cosas que me acompañan", dice. La compañía de la soledad en la que trabaja. Antes lo hacía escuchando música: Bach, Beethoven, Purcell... y cosas mucho más mundanas. "Siento mucho amor por la música popular. He escuchado tanta, de todo tipo, que se podría medir por años, pero ahora estoy saturado. Pinto con el ruido de la vida".

- ¿Qué opina de que los herederos de un artista pongan a la venta obras inacabadas o terminadas, pero que por algún motivo decidió no dar a la luz?

- Si las cosas buenas ya están ahí, ¿qué importa que salgan otras no tan buenas? Y además, ¿quién dice que son obras peores? Hay cosas inacabadas que son maravillosas. Además, las viudas y los hijos también tienen que vivir. A mí me resultan mucho más impúdicas otras cosas.

- ¿Cuáles?

- Por ejemplo, la búsqueda de los huesos de Cervantes y todo lo que se está montando con ello. Pasó antes con los de Velázquez. ¿Qué nos aporta encontrarlos?

- ¿Cómo ve el arte hoy?

- Como la sociedad en su conjunto. Siempre es una relación paralela, con las mismas cosas buenas y malas. Lo veo caótico, fascinador, sorprendente... Nunca antes ha habido tanta libertad, pero también hay mucha morralla. Bacon, por ejemplo, habría sido impensable en otro tiempo. Las cosas de valor de nuestra época lo tienen muy grande.

- ¿Cree que el dinero ha prostituido el arte, como dicen algunos, o por el contrario siempre ha estado detrás de los artistas?

- Siempre ha sido así. Giotto, Miguel Ángel, Leonardo, Picasso, Goya... iban donde había trabajo. Goya, al final, estuvo con los reyes y en sus cartas habla de lo bien que le va. ¿Qué hay que pedir a un ser humano?

- ¿Y usted que le pide a la vida?

- (Sonríe). Si estuviera aquí (la vida), le pediría que no perdiera la vista, que pudiera seguir trabajando, que mi familia no sufra demasiadas adversidades. Y pediría mejores políticos, pero eso es lo más difícil de todo.

- ¿Cómo le gustaría ser recordado?

- Como alguien que quiso hacer bien las cosas: como pintor y como ser humano. Baroja decía que conocía la bondad, pero a muy pocas personas buenas. Yo admiro la inteligencia, pero aún más a las buenas personas.

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