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Turistas vestidas de Papá Noel en la playa de Benidorm el día de Navidad.
La nueva Navidad

La nueva Navidad

Las multitudinarias reuniones familiares van a menos. Cada vez hay más gente que celebra en restaurantes los días clave de estas fiestas o prefiere marcharse de viaje a Londres, Berlín, Madrid o Benidorm, donde ya no quedan plazas

Carlos Benito

Lunes, 5 de enero 2015, 15:05

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En esta sociedad cambiante y hambrienta de novedades, la Navidad suele presentarse como un fortín de la tradición. En estas fechas decoramos el árbol, ponemos el belén, soñamos con el Gordo, paseamos bajo luces de colores, cantamos villancicos -aunque los niños cada vez entiendan menos ese mundo antiguo de pastorcillos y de burras cargadas de chocolate-, pedimos regalos a cualquier figura generosa que se ponga a tiro y castigamos el cuerpo y la cartera a base de excesos gastronómicos y comerciales, como en una alegre olimpiada de la autodestrucción. Siempre igual. La cosa llega a tal extremo que hasta costumbres relativamente recientes se transforman en rituales obligados cuando tienen que ver con esta época: ahí están, por ejemplo, los anuncios de la lotería, convertidos de pronto en tema ineludible de conversación y de parodia.

Pero la Navidad también cambia, hasta el punto de que cada vez tiene más sentido lo de denominarla en plural: mejor Navidades, porque las maneras de celebrarlas se han ido volviendo más diversas, más libres, menos ajustadas a un guion eterno y universal. Aquellas nochebuenas multitudinarias de antaño, con la casa atestada de parientes que perpetuaban los mismos chistes y comentarios, constituyen un fenómeno cada vez menos habitual. El Centro de Investigaciones Sociológicas incluye cada cierto tiempo en sus sondeos una serie de preguntas sobre hábitos navideños, y los resultados permiten hacerse una idea de cómo han evolucionado los momentos cruciales de estas fiestas. En 1983, que a estas alturas suena ya como algo parecido a otra era, el 62% de los españoles celebraba la Nochebuena en un grupo familiar amplio. En 1999, ese porcentaje se había reducido al 52,5%. En 2009, ni siquiera era ya la opción mayoritaria: la mantenía el 33% de los encuestados, frente a un 62,9% que optaba por cenar en núcleos familiares reducidos. Esa mudanza en las costumbres se produce de forma paralela a una transformación de fondo: hace quince años, solo el 15% de los españoles opinaba que las Navidades eran unas fiestas de carácter fundamentalmente comercial; en la actualidad, ese sector un poco descreído se acerca ya al 30%.

«Aunque los españoles todavía seguimos teniendo un fuerte sentimiento de comunidad en torno a la familia, en las últimas décadas nos hemos ido contagiando cada vez más de las influencias de otros estilos de vida de carácter más individualista», valora el sociólogo Alejandro García, del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. «Este creciente individualismo -analiza- ha afectado a nuestros estilos de vida y, junto a otros factores como la necesidad de movilidad en el mundo laboral o el paulatino cambio del rol tradicional atribuido a la mujer, ha desembocado en nuevos modelos de familia no extensa y ha afectado también a nuestra comprensión y celebración de los vínculos familiares». Más allá de las ganas de reunirse, ocurre que en muchos casos el proceso se ha vuelto muy complicado: hay hijos que estudian o trabajan fuera, a veces en lugares remotos, y también abundan los vínculos familiares complejos y cercanos al trabalenguas, un embrollado repertorio de exparejas, nuevas parejas, nuevas parejas de exparejas o hijos aportados por las nuevas parejas. El síndrome de la silla vacía, referido usualmente a los seres queridos que han fallecido, se extiende hoy a todas aquellas personas que no han podido estar presentes por otras razones menos dramáticas, y tal vez habría que acuñar también un síndrome de la boca sobrante, por aquellos convidados que uno preferiría que no estuviesen.

En la nueva Navidad, cada vez resulta más frecuente que esos grupos familiares pequeños, en los que suele faltar la voluntad o la destreza para organizar un banquete, trasladen fuera de casa las comilonas principales. «Nosotros empezamos a dar cenas de Nochebuena hace seis años y la gente se sorprendía. Ahora, aquí en Sevilla, de cada diez locales abren cinco o seis. Se trabaja mucho en una fecha como esa y la tendencia va a más: es lógico, porque hacen cuentas y ven que aquí les sale más barato y no tienen que preocuparse por hacer la compra, ni por cocinar, ni por limpiar, ni por nada. Solo tienen que preocuparse de tomarse el cubatita y marcharse a descansar», resume Hassan Wakin, de El Giraldillo, popular local del barrio de Santa Cruz donde el menú de Nochebuena costaba este año 65 euros por persona: dúo de patés de la casa, bisque de mariscos con gambón al jerez, papardelle al aroma de trufa, lomo de merluza con salsa de cangrejos... La oferta hostelera del 24 de diciembre, antaño una rareza, no para de aumentar. El Caney de Santiago de Compostela es uno de los debutantes que se han incorporado este año, ya que habitualmente solo atendía a los huéspedes del hotel en el que se asienta: «Ha funcionado muchísimo. La gente sigue cenando en familia, pero busca la comodidad: cambia el espacio, no el concepto. Esta demanda va creciendo, aunque tal vez no esté consolidada y tampoco se vea del todo atendida», reflexiona Siro González, chef y responsable del local gallego, que preparó para la ocasión platos como langostinos verdes crujientes, bacalao de Nochebuena o cremoso de ciruelas con pistachos. ¿El precio? Cincuenta euros por barba.

Dientes largos

La otra manifestación más visible del progresivo cambio de hábitos son los viajes navideños. Según la Encuesta de Movimientos Turísticos de los Españoles, los desplazamientos en estas fechas vienen a ser una quinta parte de los que se registran en verano, pero cada vez resulta más frecuente encontrarse con gente que decide poner tierra de por medio. Y no solo en la Nochevieja, siempre más abierta al disfrute puramente turístico, sino incluso en lo más sagrado de la Navidad. «La tendencia a viajar en estas fechas se enmarca en el contexto de la globalización, el mismo que nos ha introducido referencias como Papá Noel», comenta Diego López Olivares, coordinador del Gabinete de Estudios Turísticos de la universidad castellonense Jaume I. «Estos días, los hoteles se llenan. Madrid está a tope, Benidorm también, y Londres y Nueva York ya no quedan solo para una élite, porque hay ofertas muy buenas para dos o tres días. Tenemos una sociedad muy fragmentada y venimos de unos años en los que la economía ha permitido que el turista español se profesionalice: usa las nuevas tecnologías, compara, opina y no solo se lo pasa bien viajando, sino también contándolo, poniendo los dientes largos a los demás. Buscamos lo singular, lo exagerado incluso, y también en Navidad queremos la experiencia diferente». ¿Qué ofrece, por ejemplo, Benidorm, donde la ocupación ronda el 80% para todas las fiestas y alcanza el pleno en Nochevieja? «Un microclima que acompaña mucho, una buena oferta comercial y unos hoteles muy bien montados, que han acumulado mucha experiencia gracias a la tercera edad -repasa el experto-. Ahora, además, los hoteles se están planteando cómo ir sustituyendo a ese segmento de la tercera edad, que se verá reemplazado por personas con más experiencia viajera».

De todas formas, por mucho que escaseen ya las madres dispuestas a cocinar para treinta y que algunos prefieran esconderse de la Navidad en el Gran Bazar de Estambul, parece claro que la esencia de estas fechas está llamada a perdurar. «La magia de la Navidad, despojada de su elemento religioso, alude a su carácter extraordinario de celebración colectiva -plantea el sociólogo Alejandro García-. Aunque los ritos concretos de celebración puedan ir cambiando, persistirá el sentido de que estamos en un periodo extraordinario, donde hacemos cosas distintas a las del resto del año. Quizá los roles sociales evolucionen y el modo de celebración se traslade de la casa donde todo lo organiza la anfitriona a un lugar que alquilamos. Es difícil aventurarlo. Pero sí cabe esperar que en toda sociedad seguirán existiendo esos momentos especiales».

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