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Una niña corre delante de un mural de Mandela en Soweto.
Marca Mandela

Marca Mandela

Un año después de su muerte, su familia lo ha 'explotado' en ropa, vinos y hasta en un reality. El contraste entre la talla moral de Madiba y la de su descendencia refleja las contradicciones del país

gerardo elorriaga

Lunes, 22 de diciembre 2014, 10:45

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El largo camino hacia la libertad en Sudáfrica tiene un precio. Para encontrarlo no es necesario remontarnos en la historia de la lucha contra la segregación racial, contar las numerosas víctimas del proceso o recoger los testimonios heroicos de sus adalides. Tan solo hay que mirar la etiqueta de la correspondiente camiseta. Podemos elegirla sobre un fondo negro, gris o blanco. En todos los casos ronda, al cambio, los 17 euros. Las sudaderas llegan a los 28 y las gorras se venden en torno a 9. Por supuesto, todas portan el rostro de Nelson Mandela y la referencia a la contienda.

Long Way to Freedom, la autobiografía del líder, es también el nombre de la colección de moda comercializada por la familia de su hija Zenani. Un año después del fallecimiento del dirigente, su legado ético se contrapone con el deseo de rentabilizar un nombre de resonancias mundiales y posibilidades comerciales también planetarias.

Los funerales de Madiba, otro fatigoso trayecto con diversas paradas, culminaron en Qunu, la tierra ancestral, allí donde se levanta la casa donde disfrutó de su infancia. Winnie Mandela, segunda esposa del mandatario, se reconcilió con Graça, la última de las cónyuges, para compartir la despedida. Pero le duró poco. Quizás, su estancia en la granja familiar avivó recuerdos y viejas pretensiones porque, diez meses después, ha planteado una demanda judicial para hacerse con la propiedad. Sus abogados sostienen que según la ley tradicional, la casa debe pertenecer a Winnie: «La propiedad en cuestión fue adquirida por la señora Madikizela-Mandela mientras su marido estaba en prisión».

Las trifulcas de los Mandela han constituido una fuente de copiosa información para los tabloides nativos, ávidos de noticias de un linaje que culmina el star system local. A lo largo de los últimos años, los seis hijos y diecisiete nietos del expresidente han abastecido esa demanda hasta extremos surrealistas, de comedia televisiva o, incluso, literalmente, reality show. Sus nietas Swati y Ziziwe, dos de las promotoras de la línea textil, protagonizaron Being Mandela, un programa de telerrealidad en el que mostraban su vida como dos jóvenes sofisticadas pertenecientes a la alta sociedad de Sandton, barrio de Johannesburgo que es considerado la milla de oro de todo el continente.

Las aparentes contradicciones entre la talla moral del luchador y la modesta estatura de los suyos es un reflejo de lo que ha ocurrido en el territorio a lo largo de las dos últimas décadas. La instauración de la democracia vino guiada por la esperanza de asentar una sociedad más justa donde el color de la piel no estableciera abismos sociales. Entonces, Sudáfrica era el país con las mayores diferencias de renta. Hoy, tras dos décadas de gobierno del Congreso Nacional Africano, el partido que asumió las reivindicaciones, y la puesta en marcha de generosos planes de discriminación positiva, similares precipicios económicos dividen a los 50 millones de habitantes de la república del arco iris.

Baja la extrema miseria

Al principio de la era Mandela, el 45% de la población -el 95% de la mayoría negra- subsistía bajo el umbral de la pobreza. No se ha avanzado gran cosa: en la actualidad ese porcentaje asciende al 47% y el desempleo afecta a uno de cada cuatro adultos. Ahora bien, el último informe de la ONG Oxfam en torno a la desigualdad social reconoce que «la extrema miseria se ha reducido hasta el 17% y que el hambre coexiste con una amplia e inédita cobertura de servicios públicos y fondos asistenciales».

Desde diferentes sectores, se atribuye el relativo fracaso a la falta de la necesaria bonanza financiera, las consecuencias laborales derivadas de un boom demográfico y la llegada de grandes contingentes de inmigrantes procedentes de todo el continente. Además, la inclusión de la economía nacional en los grandes mercados, principalmente aquellos ligados a la zona euro, la ha hecho muy vulnerable a los vaivenes globales. A la actual crisis le antecede también un grave déficit de recursos energéticos que ha lastrado su crecimiento, muy débil, en la primera década del siglo XXI.

En cualquier caso, la gestión de la élite negra no ha coartado los principios liberales que rigen la actividad del país, pivotada en la minería y la agricultura comercial, pero también vinculada a sectores punteros como la automoción o la industria aeronáutica. El color, aún así, sigue estableciendo nítidas fronteras. El mismo análisis de la ONG advierte que Johann Peter Rupert, Nicky Oppenheimer y Christoffel Weise, magnates de piel muy pálida y con negocios en el ámbito del lujo, las piedras preciosas y la distribución al por menor, «suman una fortuna superior a la de la mitad más pobre de la república».

Los black diamonds se sitúan entre unos y otros. Son esos 4,2 millones de indígenas que se han incorporado, en los años de libertad, a la clase media, hasta ahora copada por descendientes de la minoría europea y asiática. Pero el apelativo se ha teñido de un tono peyorativo, alimentado por la sucesión de escándalos que ha empañado la vida política sudafricana en los últimos tiempos y que explica súbitos incrementos del nivel de vida. La corrupción es un sumidero por el que precipitan unos 2.000 millones de euros anuales, según algunos cálculos. El descrédito ha golpeado incluso al propio presidente Jacob Zuma, procesado por soborno y acusado de abuso de poder en la reforma de su residencia privada, el denominado Zumagate.

La regeneración del mundo de los negocios también ha sido asumida por los Mandela. Kweku y Ndaba, nietos del estadista y promotores de música y cine en su país, impulsan un movimiento de empoderamiento de los jóvenes profesionales. African Rising Foundation, su mayor iniciativa, pretende cambiar, a través de producciones audiovisuales, la percepción del continente como un escenario de conflicto, enfermedad y rapiña, sin, por supuesto, alterar un ápice la dimensión capitalista del entorno.

Makaziwe y Zenani, hijas de Madiba, tampoco se han quedado de manos cruzadas. La primera cosecha y promociona el vino chardonnay Mandela. Pero no se conforma con esa tajada del pastel. Con su hermana ha hecho frente común para hacerse con el mando de las empresas creadas para administrar el patrimonio del patriarca. Otra polémica que ha acabado en los tribunales, donde le quieren arrebatar el control de los fondos al veterano George Bizos, viejo amigo del luchador anti-apartheid. La opinión pública sudafricana las ha puesto verdes.

La iniciativa de Mandla, otro nieto dotado de espíritu empresarial, ha copado también los informativos. Quiso trasladar los restos de tres hijos del dirigente desde el cementerio de Qunu al de Mvezo, localidad donde ejerce funciones de jefe tradicional. Y sus tías le respondieron con una querella que venció, a la segunda intentona, en los tribunales, escenario ya habitual de tumultuosas reuniones familiares. El movimiento, llevado a cabo meses antes del fallecimiento del patriarca, parecía preludiar la creación de un mausoleo y la explotación de un negocio de merchandising. Proyecto que, una vez más, manifiesta la voluntad creativa y emprendedora de los Mandela en una Sudáfrica llena de desafíos y oportunidades.

Según la tradición xhosa, el espíritu de Mandela regresará un año después de su muerte para formar parte de los ancestros familiares. Quizás entonces su familia recupere la paz. Ya toca.

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