2.000 vecinos, 151 violadores

Décadas ha tardado Noruega en descubrir lo que pasaba en Tysfjord, un pueblo del Círculo Polar sembrado de casos de abusos sexuales
A simple vista, Tysfjord resulta espectacular. No son solo sus paisajes salvajes, sus impresionantes fiordos o sus montañas escarpadas... Son también las decenas de orcas que llegan cada otoño para refugiarse del invierno y ese sol de medianoche que cada poco ilumina sus casas lo que lo hacen extraordinario. Situado en el punto más estrecho de Noruega, a apenas seis kilómetros de la frontera con Suecia, este pueblo de dos mil habitantes, levantado en el corazón de Círculo Polar, sería un lugar mágico si no fuera porque en esa suerte de frío paraíso terrenal se han producido 151 casos de abusos sexuales; seis décadas en las que niños y jóvenes han soportado todo tipo de vejaciones sin que nadie moviera un dedo para tratar de evitarlo.
Nina Iversen tenía poco más de diez años la primera vez que abusaron de ella. Cuando cumplió 14, acostumbrada a que varios parientes mayores la forzaran sexualmente, compartía su miedo y su tristeza con amigas que le confesaban ser víctimas de situaciones similares mientras soñaba con crecer y escribir un libro para denunciar lo que estaba pasando. «Cuando hablábamos de ello con adultos no nos escuchaban. Nos llamaban prostitutas y mentirosas, e incluso nos escupían amenazándonos para que no se nos ocurriera seguir sacando el tema», confesó Nina a una periodista de la BBC, ahora que la infamia se ha destapado.
Tysfjord, una comunidad remota dominada por un fiordo de 900 metros de profundidad, se divide en dos: de un lado está Drag, situada en la orilla occidental, y del otro Kjopsvik. Conectadas por un ferry que surca el agua helada varias veces al día, la mitad de las personas que viven allí pertenecen a la comunidad indígena Sami, orgullosos descendientes de los primeros habitantes de Escandinavia. A esa comunidad, los llamados 'indios blancos', pertenecen dos tercios de las víctimas y la mayoría de los agresores sexuales que la Policía ha conseguido identificar.
El camino no ha sido fácil. La historia, aseguran, comenzó a conocerse cuando, en 2005, la propia Nina, convertida ya en madre de familia, emprendió una lucha para denunciar su calvario y velar porque ningún niño más tuviera que sufrirlo en el futuro. Aunque habló abiertamente de su experiencia y llamó insistentemente a la puerta de los servicios de protección infantil noruegos, aún tuvo que esperar dos años a que los padres de un niño sami del que también habían abusado se armaran de valor y escribieran una carta al primer ministro pidiendo ayuda y reclamando justicia.
«Costaba creerlo»
Cuando el asunto trascendió a los medios de comunicación, Anna Kouljok, una diácono de la Iglesia noruega, e Ingar, su esposo, decidieron echar una mano. Poco después, ya habían localizado a veinte familias cuyos hijos fueron víctimas de agresiones sexuales. «Cuando comenzamos a hacer público lo ocurrido, a todos, incluida la Policía, les costaba creerlo. Pensaban que estábamos mintiendo, que no podía ser cierto. Nosotros creemos que, simplemente, no sabían cómo manejarlo», argumenta Anna.
Tampoco el alcalde del pueblo, Tor Asgeir, era capaz de encontrar una explicación a todo aquello. Con el tiempo, cuando la investigación siguió su curso y, uno a uno, los casos se fueron confirmando, el hombre se llevaba las manos a la cabeza tratando de entender cómo habían transcurrido tantos años de espaldas a la cruel realidad. La respuesta de los expertos va por dos caminos. Por un lado, creen que, sea cual sea la procedencia de las víctimas, resulta muy difícil para ellas denunciar los abusos a los que han sido sometidas; por otro, opinan que el hecho de que la comunidad Sami se haya visto involucrada en buena parte de los casos tampoco ha ayudado, porque muchos de sus miembros no confían en la Policía.
La verdad tuvo que esperar hasta 2016 para empezar a abrirse paso. Ese año, un periódico de tirada nacional publicaba el testimonio de once hombres y mujeres del pueblo para destapar la caja de los truenos. El jefe de Policía de distrito arrancó entonces oficialmente una investigación que ha terminado por confirmar los hechos. Más de mil personas, entre damnificados -algunos como Nina, con ya más de cincuenta años-, testigos y abusadores fueron interrogados y 151 casos documentados. En Tysfjord, todos los habitantes conocen a alguien que está a un lado u otro de la historia: víctima o verdugo.
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