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Pepe, Pepico y Ana se fotografían junto a la huerta. «Es muy importante tener presentes los orígenes», apuntan. Damián Torres
En familia con Pepico, Pepe y Ana Ferrer

En familia con Pepico, Pepe y Ana Ferrer

Su infancia discurrió entre la huerta, el trajín de la cocina y un constante ir y venir de gentes, arropados por esos abuelos que les ayudaron a superar la pérdida de una madre.

elena meléndez

Valencia

Lunes, 30 de octubre 2017, 14:11

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La historia de Pepe y Ana Ferrer, del por qué son unos enamorados de la huerta, de la vida al aire libre, de la cocina de siempre y de esos platos cuyo sabor te hacen retroceder a los años de colegio, empieza el día en que su abuelo, José Ferrer Rodrigo, decide montarse un colmado. El punto que escogen, en el barrio de Roca de Meliana, es sin duda estratégico por tratarse de un lugar de paso obligado para quienes iban a la playa, vinieran de donde vinieran. «Le llamaban ‘la esquina de Pepico’. La vivienda estaba arriba y abajo la tienda. Se vendía vino a granel, cerveza, especias... Había una pequeña barra y tres o cuatro mesas. Todo el mundo paraba aquí para comprar alguna cosa o tomar el aperitivo», recuerdan con nostalgia. Poco a poco el negocio fue evolucionando y en 1975 el abuelo lo convirtió en bar, proyecto de vida en el que también se integró su hijo Pepico, padre de Pepe y Ana.

Los años pasaron y entre el trajín de la cocina y el ir y venir de gentes crecieron Pepe y Ana, inmersos en un plácido día a día en el que nunca vieron la distinción entre la faceta familiar y el trabajo. «Cuando terminé octavo murió nuestra madre y de madera natural empecé a trabajar en la cocina, que es lo que siempre había visto», recuerda Ana, y Pepe continúa. «Yo estudié para sumiller al terminar el colegio, pero sabía que mi vida pasaba por trabajar con la familia. El tiempo me ha hecho aprender a disfrutarlo. Mi abuelo me decía: ‘Trata bien a la gente, dale de comer lo que tú te comerías, dale de beber lo que tu te beberías, mímala’».

Running y yoga

Tanto Pepe como Ana han encontrado sus válvulas de escape para desconectar del día a día que supone el trabajo. En el caso de Pepe, la evasión llega a través del running de montaña, disciplina que practica por Náquera o Serra y que le ayuda a relajarse. Ana, por su parte, disfruta del yoga desde hace un cuarto de siglo y cada año lleva a cabo su particular peregrinación: «Nadie me quita los diez días que voy todos los veranos a Ibiza. Nos llevamos una Vespa antigua que tenemos y recorremos toda la isla».

Ambos tienen muy presentes sus años de infancia, jugando a esconderse entre los bancales de la huerta, saliendo a coger las fresas maduras o a cazar ranas. Una de las grandes diversiones de los hermanos llegaba cuando el abuelo sacaba el cabriolé del que tiraba su gran caballo y los paseaba por el campo. Al fallecer su madre siendo pequeños se criaron mucho con los abuelos, que se encargaron de arroparles. De esa época Pepe recuerda con cariño cuando su abuelo le narraba historias de su juventud que él escuchaba con toda la atención. «Me hablaba de cuando iban con los carros a por el vino a Villar y Casinos, y tardaban dos días en llegar. Como se juntaban con otros tenderos de Meliana, traían el vino en los pellejos y luego le ponían el azufre».

Y los recuerdos continúan salpicando la conversación. Si era fiesta su abuela preparaba arroz caldoso con pollo y conejo y leche merengada y los viernes, en cuanto Pepe se sacó el carné de conducir, se levantaban pronto y se encaminaban al Mercado Central. «Allí nos dividíamos, uno se iba a comprar los altramuces, otro anguilas, especias... Para mí es un lugar mágico y sin duda el mejor mercado de toda Europa», asegura. Para ambos los negocios familiares parecen fáciles, pero no lo son. Cada uno tiene una visión distinta, aunque al final coinciden en la línea que hay que seguir. «La vida de la restauración familiar es durísima, siempre llevas el trabajo detrás, quien no lo entienda así no tiene nada que hacer en esto», afirman.

Aseguran además que tienen muy claro quién les llevó hasta donde están y por ello continúan haciendo guiños constantes al pasado, homenajes en forma de un trozo de pared original del ‘Pepico’, las antiguas cajas del colmado, los dispensadores originales de vino o una fotografía en la que se puede ver a su abuelo imponente a caballo. Antes de concluir sale Pepico, el padre, haciendo gala de su sentido del humor y dispuesto a posar para el retrato familiar. Pepe y Ana lo escoltan hasta la zona de huerta donde está previsto inmortalizar su imagen familiar. «Es muy importante tener presentes los orígenes», reconocen.

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