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elena meléndez
Lunes, 20 de noviembre 2017, 01:33
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Una noche de hace cinco años José Ramón y Merche estaban invitados a la inauguración de la exposición de una amiga artista. Pese a moverse en los mismos círculos, nunca se habían visto. Cansada tras un día intenso de trabajo, Merche se planteó no acudir a la cita. José Ramón también lo decidió a última hora. Ella aún recuerda cómo, al verlo aproximarse a la entrada del local, se dijo: «Qué chico tan interesante». Él concreta más. Le atrajeron sobre todo los ojos de Merche. Ese día comenzaron su historia como pareja, sentimental y profesional. Una andadura conjunta, intensa y fructífera. «Además de lo personal, vimos que podríamos compenetrarnos muy bien en otras facetas. Teníamos inquietudes parecidas y lo que nos diferenciaba y nuestro potencial era que podíamos desarrollarlo con herramientas distintas», reconoce José Ramón. Merche añade en tono jocoso: «Ya hemos pasado la mayor prueba de fuego, hemos hecho tres mudanzas juntos. Eso es lo máximo».
José Ramón, asturiano, se crió en Gijón, estudió Filosofía en la Universidad de Salamanca y al terminar la carrera decidió trasladarse a Valencia porque su hermano vivía aquí. Merche es de Ayora y vino a Valencia para hacer Historia del Arte, formación que compaginó con márketing y comunicación. «Siempre he estado muy vinculado al ámbito académico, al mundo de la poesía, a la Universidad de Bellas Artes. Lo extraño es que Merche y yo no nos conociéramos antes, porque teníamos amigos en común», explica José Ramón.
José Ramón y Merche escogen como lugar para la entrevista el claustro de La Nau, un lugar emblemático para ellos que este mismo fin de semana acoge la tercera edición del festival Sindokma, del que son creadores #y comisarios. «Vamos a reunir a escritores, editores #y pequeños sellos de toda España. Además, habrá ponencias, talleres y actividades infantiles. Nuestro #reto es que poco a poco se vaya integrando la cultura #en el día a día de la ciudad», explica Merche Medina.
Juntos ejercen de editores de libros infantiles, trabajan con artistas plásticos como agentes y comisarios de exposiciones y forman parte del equipo de la revista cultural Makma. Su día a día es tan distinto que ambos reconocen echar de menos algo de rutina en sus vidas. El hecho de que la base de operaciones sea su propia casa hace que intenten ponerse un horario para delimitar las distintas áreas vitales. «Cuando una pareja comparte trabajo y vida, si no sabe acotar se resiente la parte personal o la profesional. José Ramón antes era muy nocturno y ha ido adaptando sus tiempos, aunque la realidad es que nunca desconectas del todo», afirma Merche.
Si un día se perdieran, habría que buscarlos en Tánger, ciudad de la que José Ramón estaba enamorado y a la que ella se resistía. Hasta que una tarde de noviembre del año pasado sacaron los billetes sin pensar. «La primera noche me quería volver. Al día siguiente sufrí una especie de catarsis y poco a poco el lugar me fue atrapando. Me fascinó, conocimos a gente muy afín a nosotros», recuerda Merche.
Cuando quieren desconectar se escapan unos días a Ayora. Allí se sumergen en una realidad apacible muy distinta a la suya. José Ramón, además, ha encontrado un lugar especial para él. «Me corto el pelo en una peluquería de allí. El propietario tiene casi ochenta años, mantiene el asiento de peluquero que tenía su padre y una ambientación que te traslada directamente a los años setenta. Podría cortar el pelo con los ojos cerrados», asegura.
Se consideran «disfrutones» pero de una manera no evidente. Además, les gustan los entornos equilibrados y que las personas que les rodean les resulten agradables. «No se trata de lujo -explican-, sino de estar a gusto con pocas cosas pero escogidas».
Entre sus aficiones, no se pueden resistir a los pequeños anticuarios, afición de la que disfrutan cuando viajan a Amberes, Bruselas, Copenhague o, aquí en España, a Alarcón. «Colecciono relojes antiguos de cuerda y a Merche le encantan las lámparas. Hace poco nos hicimos con un mueble bar que lacamos en amarillo. Lo pusimos en el vestidor y en él guardamos nuestros objetos fetiche», concluye José Ramón.
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