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«De adolescente disfrutaba más con mi guitarra que en las tascas del Carmen»

«De adolescente disfrutaba más con mi guitarra que en las tascas del Carmen»

Ximo Tébar prendió de sus padres que si algo te gusta debes entregarte a ello con pasión, pero ese afán por vivir a tope pudo difuminar fronteras que por fortuna no rebasó. Como la de las drogas. «Tuve la suerte de que probé todo y no me gustó la sensación que me provocó. En caso contrario probablemente estaría ya muerto»

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Lunes, 5 de junio 2017, 20:11

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Usa Ximo Tébar la puerta de la cocina para entrar a casa, un chalé en una urbanización de Alginet convertido en refugio después de varios años neoyorquinos donde la paz ha sido poco menos que una utopía. Desde la encimera tiene vistas al estudio de grabación -«así puedo estar tocando mientras vigilo la paella»- e inmediatamente a la izquierda, en un enorme salón donde no hay más muebles que un piano de cola y unos sillones, no es difícil imaginar al consolidado compositor de jazz rodeado de amigos locos por la música compartiendo horas de improvisación. En esta casa se respira y se siente en acordes y así lo han vivido los tres hijos de Ximo. Después de 25 años de trayectoria puede presumir este valenciano de la capital con tener estudiosos de su obra que «llegan a conclusiones que ni siquiera yo mismo me había planteado», pero él va a lo suyo, empeñado en continuar aprendiendo, grabando y enseñando a los que empiezan.

-He leído que de pequeño le compraron un instrumento musical porque se mordía las uñas. Parece un inicio tan casual... ¿Tenía antecedentes en su familia?

-Es que yo era muy inquieto, pero no había en mi familia nadie que se dedicara a esto. Sí que es verdad que mi madre era muy aficionada a la música y en mi casa se escuchaba muy buena, por lo que yo creo que son influencias que se quedan ahí. Mis padres, sus amigos, decían: «Qué facilidad tiene». Y puede que sí la tuviera, pero además me ayudó mucho aquella documentación musical que tenía de la infancia. Ha pasado con mis hijos, y ahora la mayor está casada, vive en Nueva York y ésta es su profesión, mientras que el segundo estudia el grado superior del conservatorio donde doy clases y ya le llevo a tocar a mis conciertos.

-Dicen además que la música ordena el cerebro.

-La música es matemática pura, y yo lo intento impulsar. Tendría que ser una asignatura troncal en Primaria y no puedo entender que todavía se la trate como una maría.

-Probablemente tenga la misma consideración ser músico, casi siempre como un hobby, no como una profesión.

-Es cierto y me parece un gran error que no se tome como un oficio igual de válido que cualquier otro. A mí también me habían inculcado que era perfecto para pasarlo bien pero que no valía para ganarme la vida. Que no era una opción de futuro. Así que yo estudié FP de Electrónica, e incluso he sido campeón de España de bolo americano. Siempre que he querido algo intento hacerlo lo mejor posible y le he dedicado las horas que hicieran falta. Lo que sí creo que mis padres me inculcaron es precisamente que para que algo te salga bien hay que centrarse plenamente en eso, no despistarse y dedicarle muchas horas, a ser posible en exclusiva.

-¿Hizo lo propio con la música?

-Exacto. Cuando era adolescente salía bastante poco, y no porque mis padres no me dejaran, sino porque yo disfrutaba con mi guitarra y escuchando discos de grandes compositores. Lo prefería a estar en las tascas del barrio del Carmen.

-Durante toda su trayectoria ha dedicado mucho tiempo a acercarse a los grandes del jazz con el objetivo de aprender de ellos. ¿Hay que ser humilde en ese sentido?

-No sé si por naturaleza o por visión, me he dado cuenta de que si uno quiere aprender tiene que saber escuchar, hay que acercarse a la gente que sabe más que tú y valorarla. Y en esta sociedad muchas personas, sobre todo en el ámbito de la política, se rodean de quienes no les pueden hacer sombra. Yo creo que eso es un gran error. En mi caso supongo que se ha tratado incluso de una actitud ante la vida. Estuve muchos años al lado de Lou Benett, hasta que murió; yo era su secretario, su asistente, su guitarrista. Nunca me dio una clase pero allí estaba yo, calladito, empapándome, como si un artista hubiera podido estar cada día al lado de Picasso.

-Nueva York es para los músicos del jazz la meca soñada. Usted tuvo la oportunidad de ir con veinte años pero decidió casarse, aunque tiempo después lo dejó todo para marcharse. ¿Ha creído en las segundas oportunidades?

-En ese sentido no me arrepiento de nada, he sido muy feliz con lo que he hecho, ya sea casarme o romper con mi vida aquí e irme a Nueva York. Todo tiene su parte positiva, porque si me hubiera ido tan joven la aventura habría sido totalmente diferente. Con cuarenta años tenía una experiencia y muchos contactos. No tuve que malvivir en pisos compartidos, que está muy bien y yo se lo recomiendo a mis alumnos, que pasen una temporada allí, y es muy recomendable que se haga de joven porque después resulta mucho más difícil.

-Las responsabilidades pesan.

-Todo tiene su precio. Fueron unos años en los que no tuve una relación diaria con la familia, pero la vida es así de dura y a la vez maravillosa. Yo pienso que hay circunstancias en las que debes tomar decisiones y en mi caso estaba en una encrucijada, con una sensación de necesitar un cambio de vida, incluso de crisis de identidad, no me encontraba bien. Con respecto a la familia creo que lo más importante somos nosotros mismos, si no te sientes feliz no puedes compartir felicidad con los que te rodean. Muchas veces caemos en la trampa de las responsabilidades y hacemos cosas que no queremos hacer. Para mí es un gran error, y así hay mucha gente que está amargada.

-Dicen que Nueva York es una ciudad muy dura para vivir.

-Durísima. Es muy competitiva, extrema en el clima, con un frío tremendo en invierno y un calor bestial en verano. Y muy difícil para funcionar porque es grandísima. Antes de tener esta casa residía en Valencia y me parecía muy lejos vivir en el campo, aunque fuera en la Canyada. Desde que estuve en Nueva York ese concepto me ha cambiado completamente. Allí hay que ir a empaparse y a coger energía porque conseguir consolidarse es dificilísimo. Es que allí están los Rafa Nadal y los Cristiano Ronaldo de todo.

-Usted decidió volver. ¿Fue por la familia?

-Todavía me quedé un poco más después de que mi pareja decidiera volverse pero es que además de la familia, que estaba aquí, había un elemento muy importante que era el cultural. Transcurridos seis años tenía mis amigos, pero me costaba mucho disfrutar de sus bromas, de su lenguaje, de sus programas de televisión cuando eran pequeños. Para aprender eso tienes que estar veinte o treinta años, convertirte y sentirte americano. Y me desmotivé.

-¿Necesitaba irse al otro extremo? ¿Venirse al campo a escuchar el canto de los pájaros?

-Exacto. Y a componer aquí todas esas experiencias y ese aprendizaje. Ya no tengo la necesidad de salir de marcha. Nueva York me cambió totalmente el concepto de riesgo, la actitud frente a la música.

-La música ha sido un mundo relacionado en muchos casos con el consumo de drogas. ¿Ha estado cerca?

-Sí, pero en ese sentido tuve la suerte de que probé todo y no me gustó la sensación que me provocó, porque ya te digo yo que en caso contrario probablemente estaría ya muerto. Es que si algo me gusta me pongo con ello a tope, va con mi personalidad (ríe). El único vicio que tengo es el tabaco, porque el alcohol tampoco me ha enganchado; como mucho me tomo una copa a veces.

-Firmó con una discográfica de las grandes, Warner, pero no les hizo mucho caso. ¿No le habría gustado ser un superventas?

-Yo era joven, defendía mi proyecto, ellos querían un producto. Claro que me gustaría vender millones de discos, pero con la música que hago. Tuvimos un encontronazo y dejamos de trabajar juntos. Quizás ahora, con los años, tomaría otra decisión. En aquellos tiempos era más rebelde, ahora lo veo de otra forma.

-¿Volvería atrás para cambiar aquella decisión?

-No, en ese sentido tengo buen perder. Soy competitivo pero si pierdo felicito al que gana, no me genera una sensación de frustración. De hecho el nuevo disco ha salido con Warner, hemos retomado la relación y estamos encantados.

-Como hablábamos antes, siempre hay segundas oportunidades, incluso para ser padre. Tiene una hija pequeña. ¿Cómo es volver a los pañales en la madurez?

-Muchos errores que cometí con mis primeos hijos ahora intento no repetirlos. Por otro lado, con la edad también me doy cuenta de que esa energía de joven ya no la tienes, y a veces me cuesta seguir el ritmo de una niña de seis años. Por suerte en eso tengo la ayuda de sus hermanos mayores.

-¿Está reconciliado con su pasado a nivel personal?

-Todos hemos amado y disfrutado, eso es lo que tiene que quedar, y más por mis hijos. Tengo un trato buenísimo con mis exparejas, es un grandísimo error, y muy inmaduro, mantener relaciones conflictivas, que son fatales para todos. Hay que evitarlo a toda costa y mostrar mucha predisposición para que no suceda. Yo tengo la suerte de haber dado con muy buenas personas que han sabido valorar lo positivo de la vida.

-Tiene un puesto en el Consell Valencià de Cultura. ¿Le sorprendió que le llamaran para formar parte de él?

-Sí, me sorprendió mucho y me sentí muy honrado, porque ese tipo de instituciones suelen estar gestionadas por personas que no tienen que ver con la actividad que están desempeñando. Sé que puedo aportar muchas cosas por mi experiencia y aprendo mucho de quienes están a mi lado, gente muy erudita y experta en sus materias como el maestro García Asensio, el profesor Santiago Grisolía y Luis Prades. Me alegró además porque por primera vez el jazz está representado a nivel institucional.

-¿En qué momento se encuentra ahora?

-Todos pensamos que tenemos menos de lo que mereceríamos, que deberían reconocernos más. Eso está bien porque te mantiene siempre activo, pero si está muy descompensado genera un conflicto interno. Quizás cuando era más joven pasaba eso y ahora estoy más equilibrado. Es verdad que me gustaría vender millones de discos, pero también soy consciente de que con mi música eso resulta prácticamente imposible y no estoy amargado por ello.

-¿Qué podría definir como felicidad en su caso?

-Se trata de momentos, sobre todo cuando estoy en un escenario tocando, y aunque no he perdido ese puntito de nerviosismo e inseguridad, ahora salgo y lo disfruto. Cuando era más joven sufría porque era demasiado reto para mí, tenía mucho miedo a equivocarme. Ahora he entendido que es lo natural y ya no me preocupa. Todos cometemos errores y no pasa nada.

Son muchas horas encima de los escenarios, muchos aplausos y alegrías que le han ido haciendo callo. Y la crítica le corresponde, ahora sí, unánime. En una crónica de su concierto en Puerto Rico, celebrado en abril, dijeron de él que toca la guitarra «no sólo con sus dedos, sino con su cuerpo entero, bailando con el instrumento, poniendo toda su pasión en ello, dejando fluir libremente su talento y su gozo». Ximo Tébar sonríe, ahora sí, satisfecho.

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