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«Nunca dije a mis hijos que gané una medalla en Barcelona '92. No quería comparaciones»

«Nunca dije a mis hijos que gané una medalla en Barcelona '92. No quería comparaciones»

Hace veinticinco años años Almudena Muñoz se convertía en el primer oro olímpico nacido en Valencia. Desde entonces no ha habido otro, pero la judoca dio pasa a la madres y ésta a una mujer feliz. «No vivo en el pasado», sentencia

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Lunes, 15 de mayo 2017, 20:50

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Es fácil que veinticinco años después un deportista que ha conseguido llegar a lo más alto, en este caso colgarse una medalla de oro en judo en Barcelona92, viva de sus recuerdos, quede anclado en aquel pasado. No es el caso de Almudena Muñoz. Está sentada en una mesa rodeada de papeles, es auxiliar administrativa en el complejo deportivo La Petxina y se muestra encantada con su trabajo y con su vida actual. «Aquello es una etapa ya cerrada». Todavía tiene el cuerpo atlético de quien no ha dejado el deporte, ahora sin las exigencias de la alta competición, y una conciencia relajada, que ni siquiera echa de menos un reconocimiento por sus éxitos a pesar de que desde entonces no ha habido otro valenciano que haya conseguido llegar a lo más alto del podio en unos Juegos Olímpicos. Hablamos cara a cara en una cafetería, entre tostadas con tomate, con esa mirada tan limpia y tranquila de quien no se ha dejado nada por el camino.

-¿Recuerda a menudo la etapa en que se convirtió en medallista olímpica?

-La verdad es que no, sólo cuando se cumple algún aniversario y los periodistas me preguntan. Me gusta rememorarlo, es cierto, pero no vivo en el pasado.

-Después de tanto tiempo, ¿siente cariño hacia aquella época? Muchas veces no se llega a disfrutar como es debido por culpa de las exigencias que impone la alta competición.

-Claro que lo disfruté, fue la consecución de un sueño, no sólo por los Juegos Olímpicos, sino porque estuve participando en otras competiciones donde también conseguí éxitos importantes. Sí es verdad, sin embargo, que dependes siempre del siguiente objetivo y no te da tiempo a saborear los buenos resultados. Eso le pasa ahora a mi hijo, que tiene trece años y juega a tenis. El pasado domingo tenía dos partidos, ganó el primero y antes de que pudiera alegrarse por la victoria ya estaba compitiendo otra vez. Estás siempre poniéndote a prueba.

-El deporte de alto nivel es muy exigente. ¿En qué momento se vio dentro de él? ¿Era lo que buscaba?

-Yo siempre le digo que lo bueno del deporte no es ponerte grandes metas. A mí simplemente me gustaba, vi que era una disciplina que me resultaba muy divertida, pero no me planteé en ningún momento llegar a nada. En mi caso empecé a participar en competiciones, fui ganando, primero en un campeonato autonómico, después el nacional. Y sigues entrenando. Yo la verdad es que ascendí muy rápido.

-¿Qué cualidades tenía para conseguir llegar a lo más alto? Dicen que la cabeza es tan importante como el físico. Y el espíritu de sacrificio.

-Lo de la cabeza es importante, pero tiene que ir acompañado del cuerpo, de unas buenas cualidades físicas. Y sin sacrificio no hay nada. El esfuerzo lo representa todo en la vida. La competición es voluntaria, yo se lo pregunto a mi hijo: «¿Tú te lo has pensado bien?» Tiene que madrugar, se queda sin vacaciones, ha de cuidar la alimentación, sufrir Y además de todo ello, seguir haciendo lo que hace el resto, estudiar. Es muy duro y quien piense lo contrario se equivoca. Así que uno lo tiene que hacer porque de verdad lo quiere, no hay otro misterio. Pero es cierto que te prepara para la vida, y te hace fuerte.

-¿Contaba en su caso con algún antecedente que le ayudara a abrirse camino?

-Mis padres nunca habían hecho deporte, pero yo lo tenía muy claro desde pequeña. Siempre decía que quería ser independiente, ser algo. Y lo conseguí a través del deporte.

-Y le apoyaron.

-Siempre. Yo participaba en la categoría de hasta 52 kilos y tenía que estar permanentemente a dieta, viajar mucho, sobreponerme a las lesiones Cuando me rompí los ligamentos cruzados mi madre jamás me dijo: «Déjalo». Nunca se metieron conmigo por el hecho de comer menos y respetaron todos los sacrificios que tuve que hacer. Se lo agradezco en el alma.

-¿Ha preguntado a su madre posteriormente por qué nunca le dijo nada?

-No, pero es que a mí me pasa lo mismo con mi hijo mayor, que se me parece mucho. Cuando ves que alguien tiene las cosas tan claras, es tan seguro de sí mismo, no puedes decirle nada. Has de apoyarle y si se equivoca ya veremos. Se trata de su vida y tiene que decidir. Siendo mis hijos pequeños yo era una madre excesivamente protectora, preocupada por si se caían y esas cosas. Y pensaba: «Cuando sean mayores, qué problema vamos a tener». Pero estoy encantada porque me he dado cuenta de que conforme han ido creciendo creo que he sabido dejarles un poquito de aire. Quizás porque veo muy claro que cada uno tiene su camino.

-He leído en alguna entrevista que la medalla de oro de Barcelona, en su caso, le cambió el carácter.

-Yo creo que sigo siendo la misma, pero de alguna manera te ves obligada a abrirte al mundo. Era tan tímida que me daba vergüenza comer delante de la gente, mirar a los ojos... Claro, a la fuerza ahorcan. El judo es un deporte muy bueno para aprender a relacionarte porque te ves obligada a cambiar de compañeros. Para mí fue perfecto. Y estoy infinitamente agradecida.

-Es fácil encontrar exdeportistas que se han convertido en un mal recuerdo de sí mismos, que no consiguen seguir con una vida después del éxito. No parece su caso, desde luego.

-Es que soy una persona bastante moldeable y mi trabajo me encanta. Después de retirarme del deporte me dediqué a mis hijos. Yo creo que he sabido amoldarme a las diferentes etapas. Empecé la de madre, sabía que era corta y la intenté disfrutar todo lo que pude. Ahora miro atrás y la recuerdo con mucho cariño, como la de la competición, pero ya está pasado. No volvería a competir ni tampoco a cambiar pañales. Estoy orgullosa de lo que he hecho, pero sin nostalgia. Quizás hay gente que se ha quedado con ganas de seguir. Y eso es malo. Tienes que evolucionar y adaptarte.

-Hay quien se monta un negocio, quien quiere seguir viviendo del deporte.

-Yo digo no a pocas cosas y soy muy competitiva, pero sé hasta dónde llego. Tengo capacidad de aprendizaje y de trabajo, y por ejemplo, para ser empresario has de tener unos conocimientos. Yo sé cuáles son mis límites. Por ejemplo, desde hace un año hago otras cosas en el trabajo y estoy encantada, intentando siempre mejorar.

-Y eso que su carrera deportiva no fue demasiado larga, que podría haberle quedado la espinita de competir más.

-Es que antes no teníamos médicos, nutricionistas, fisioterapeutas Yo me lo dejé porque se me salió el hombro izquierdo. No sabíamos de alimentación, llegué a hacerme una úlcera de estómago en un viaje a París por estar a dieta, porque además recuerdo que, por ejemplo, en los países del Este lo primero que te daban eran pepinillos. Luego ya me llevaba mi propia comida, pero nosotros pagamos la novatada. Ahora va todo el mundo con sus batidos de proteínas, sus sales, frutos secos Yo de eso no he comido nunca. Y mira ahora el río. Cuando yo competía estaba lleno de cañas y la gente me preguntaba si estaba loca al verme correr. En poco tiempo todo ha dado un cambio impresionante.

-Es usted mucho más anónima que, por ejemplo, Miriam Blasco, quien consiguió otra medalla de oro en los Juegos de Barcelona.

-Miriam llegó a Barcelona acompañada de una trayectoria importante, con muchas posibilidades de medalla. Yo había estado todo el año 1990 parada por la lesión de rodilla, quizás si no la hubira sufrido habría acudido con mejores resultados a los Juegos. Pero puede que a la larga la presión resultara perjudicial para mí. Yo es que creo que todo pasa por algo, la lesión me pudo venir bien para que nadie contara con mi medalla.

-Insisto. ¿Siente que en Valencia se le ha reconocido como merece?

-Es que a mí eso me da igual. Yo hago las cosas por mí, no para que me las reconozcan. Y pensándolo bien, si no me reconocen ellos se lo pierden. Desde Barcelona no ha habido ninguna otra medalla olímpica como la que gané yo. Y han pasado veinticinco años, así que no debe de ser tan fácil. Ni siquiera el trabajo diario lo hago por un reconocimiento, lo hago así porque no sé funcionar de otra manera. En ese sentido soy muy cuadriculada, muy programada.

-¿Qué cuenta a sus hijos de su etapa en la alta competición?

-Mis hijos se enteraron ya de mayores de que había ganado una medalla olímpica, lo supieron por sus compañeros de colegio. Yo nunca se lo dije. Ahora les he comentado algo más, pero no he querido que hubiera comparaciones, ellos tienen que conseguir lo que deseen, lo que les haga felices. Mi hijo mayor, por ejemplo, es muy bueno en matemáticas y física, y eso le da la vida. El pequeño disfruta jugando a tenis. Lo que me ha dado la felicidad a mí no te la tiene que dar a ti.

-Sí que hay que esforzarse.

-Lo ven diariamente. En los estudios, en todo. Yo no me relajo, vivimos en una sociedad muy competitiva. Hay que pelearlo.

-Su marido también compitió. ¿Nunca tuvo envidia de que fuera usted quien consiguiera las medallas?

-Para nada. Hemos crecido juntos, hemos peleado unidos. No es bueno que uno crezca y otro se quede chiquitín, que tenga que renunciar para que el otro se haga grande. Él es licenciado en Educación Física y le apoyé cuando preparaba oposiciones, igual que él a mí en todo lo que me he propuesto, aunque no se haya conseguido. ¿Sabe qué pasa? Transcurren los años y sólo me acuerdo de lo bueno, cosas a las que de joven di mucha importancia, momentos duros, al final te das cuenta de que son experiencias. La vida es una carrera de obstáculos y no puedes estar siempre lamentándote de haber tropezado en una valla.

-Dicen que si uno deja de quejarse su vida cambia por completo.

-Es que yo creo que somos unos privilegiados. Para mí la felicidad es ponerme las zapatillas para salir a correr, ver a uno de mis hijos sacar los estudios, al otro competir... Debe ser que soy conformista, pero al mismo tiempo me considero peleona. Es que veo gente que no es feliz con nada. Ojo, que yo soy muy exigente conmigo misma, lo que pasa es que al resto de las personas las dejo en paz.

-¿Tiene sueños baratos?

-Me compro ropa cuando no tengo más remedio, disfruto yendo a comer un día, dos ya no. Los domingos cogemos la bici por la montaña y a veces ni siquiera almorzamos y acabamos comiéndonos una paellita en el chalé. No tengo gustos caros y si voy a un buen hotel, perfecto, pero lo disfruto igual si no tiene jacuzzi. Cada uno es como es y quizás es porque soy muy simple.

-Está ya a poco de los cincuenta años. ¿Lo lleva bien?

-Nos vamos haciendo mayores y lo voy sintiendo en el cuerpo. Lo que antes hacía sin esfuerzo ahora me va costando más, pero también forma parte de que estás vivo. Prefiero no pensarlo. Después de lo que he hecho, tengo un cuerpo que me aguanta bastante bien. Y día a día no me duele nada, así que puedo dar las gracias.

Guarda la medalla de oro, un pisapapeles, el cobi de plata y un trozo de bandera enmarcado. Poco más. Muchos recuerdos, sí, pero ninguna añoranza.

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