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«Ni dinero en el banco ni huertos de naranjos. Como los hermanos no hay nada»

«Ni dinero en el banco ni huertos de naranjos. Como los hermanos no hay nada»

La vocación por la medicina infantil que ha definido a toda la familia Gómez Ferrer, las anécdotas de la infancia o el dolor por las pérdidas irreparables marcan una tertulia llena de armonía y en la que incluso hay tiempo para que un abogado del Estado se reivindique como bajista

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Miércoles, 29 de marzo 2017, 20:25

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Son las seis de la tarde del día de San José. El entorno del mercado de Colón es un revuelo de falleros y turistas aderezado con el estruendo de los masclets. A escasos metros de la plaza, la casa de los Gómez-Ferrer parece abstraerse de esa realidad. Apenas se escucha un murmullo a pesar de que en el salón una decena de personas charlan, en voz queda. Se respira paz en este hogar donde nada parece estar fuera de lugar, fruto de una mano experta, Amparo Senent, quien se dedica profesionalmente a la decoración. Es la mujer de Javier Gómez-Ferrer, el sexto de siete hermanos, médico pediatra, hijo y nieto de una saga que comenzó con el que fuera primer catedrático de Pediatría en la Facultad de Medicina de Valencia, aquel al que llamaban don Ramón y que llegó a ser elegido hijo predilecto de la ciudad, como así reza la placa que todavía se conserva en un lugar destacado en la fachada del edificio. Quien todavía conserva un monumento que le erigieron madres valencianas en reconocimiento a su dedicación a los niños. Javier ha conseguido reunir a parte de la familia, las hermanas mayor y pequeña, Clara Eloísa y Victoria, además de sus tres hijos, Javier, Mariam y Carlos, acompañados de sus parejas y de cuatro nietas que ya atesoran como el futuro #de un apellido que tiene mucho peso en la burguesía valenciana.

-¿Hasta qué punto es importante para ustedes la familia?

Javier padre. Para mí tiene un valor esencial. Conseguir reunirnos no resulta nada difícil, porque lo hacemos en cuanto podemos, pero lo que pasa es que Carlos y Belén residen ahora en Ibiza y Mariam y Andrés viven en Madrid. Javier y Carmen están en Valencia -interviene Amparo, su mujer: «Y tienen una lista interminable de compromisos»-. A pesar de las distancias, nos vemos con bastante asiduidad.

-¿Es el trabajo lo que les mantiene alejados de Valencia?

Mariam. Sí, mi marido es abogado y yo periodista, pero los dos somos valencianos y esperamos algún día poder volver. Mis hijas siempre quieren estar aquí, ayer mismo se vistieron de falleras, y les encanta.

Carlos. Yo me fui porque estoy haciendo en Baleares la especialidad, son cuatro años que termino en mayo y veremos dónde vamos. Pero eso sí, nuestra hija Carmen nació el año pasado aquí, así que es valenciana -Mariam también comenta cómo ha intentado que sus hijas vinieran al mundo en su ciudad: «En el caso de Sofía se adelantó y ya no me dejaron volver»-.

-¿Hasta qué punto es importante para ustedes la herencia recibida?

Javier padre. Lógicamente las virtudes y los valores se heredan. En casa de mi abuelo Ramón eran seis hermanos, en la de mi padre tres y en la nuestra, siete. Hemos vivido un ambiente de familia numerosa. Recuerdo que a diario nos juntábamos a comer diez personas, más dos o tres invitados de mis hermanos. Y eso se ha mantenido siempre. Después de que mi madre falleciera nos planteamos que no se podía perder nuestro vínculo de unión y decidimos que nos teníamos que reunir al menos una vez al mes. Lo intentamos cumplir.

Amparo. Nuestros antepasados nos transmitieron valores humanos, y lo importante es conseguir que lleguen a las siguientes generaciones. Porque es lo que ocurre en la sociedad, que hay mucho relativismo, que no pasa nada por no reunirse y al final se desune la familia. Y desde luego, proponer planes agradables, porque nuestros hijos tienen unas costumbres, pero luego llegan los yernos y las nueras y hay que integrarlos a ellos también. Por ejemplo, el día de la Virgen hemos ido siempre a la misa de Infantes. Sé que es duro, porque hay que madrugar. Carmen, Andrés o Belén no tenían esa tradición, pero empezaron a venir con nosotros y yo se lo agradezco muchísimo. Luego les monto un buen desayuno en un hotelito cerca de la Virgen para que lo pasen bien también.

Carmen. Disimuladamente nos compra, y luego encima nos invita a comer (bromea).

-¿Cómo han vivido las hermanas esa unión?

Victoria. Yo tengo dos hijos y les he inculcado que se tienen que apoyar el uno en el otro, como me enseñaron a mí, siempre intentando ayudar a la familia en lo que hiciera falta, también con la de mi exmarido.

Clara Eloísa. Para mí, ni dinero en el banco ni huertos de naranjos. Como los hermanos no hay nada. Fíjese que a las edades que hemos llegado no nos hemos peleado nunca. Ahora, eso sí, cuando yo me casé, tenía entonces 24 años, me pareció que estaba de vacaciones (ríen todos).

Victoria. A mí me pasó al revés, en ese sentido estaba un poco mimada, porque en mi casa había servicio. Yo estudié la carrera de Medicina y no ayudaba demasiado. Cuando volví al ambulatorio después de casarme me preguntaron qué tal y yo contesté: «Como ponerme a servir pero sin cobrar» (ríen).

Clara Eloísa. Nos llevamos Victoria y yo quince años y mi hijo vino a los diez meses de casarnos, que si se llega a adelantar más en aquella época nos sacan los colores. Y él cuando era más mayor quería un hermanito como el tío Javier, ya que se llevaban diez años solamente.

-Han conservado además el edificio familiar, donde vivió su abuelo.

Javier padre. Es que todos hemos nacido en esta casa, y tiene mucho valor emocional para nosotros.

Victoria. Yo vivo al otro lado del río pero la casa la tenemos tan metida en la cabeza que a veces, cuando voy con mis amigas o con mi hermana, digo: «Vamos a pasar por Conde de Salvatierra». Porque por el hecho de contemplar, aunque sea desde la acera de enfrente, la fachada de la casa me vienen a la mente muchos recuerdos de la infancia, con mi madre en la cocina, mi padre en el salón...

Clara Eloísa. Hasta mi hijo nació aquí, que todavía me acuerdo de la cara de lástima de mi padre viéndome en esos momentos.

-¿Fue su abuelo un modelo para ustedes? Tengo entendido que no lo llegaron a conocer.

Javier padre. Yo siempre me he fijado en su trayectoria, porque además tenemos una responsabilidad, procurar mantener su nombre, ya que es muy difícil igualarlo y mucho más superarlo. Tenía una gran fortaleza, dio su vida por los demás y nunca pensaba en él mismo, además de ser una persona recta, que siempre decía: «La verdad por delante, aun en contra tuya». Como médico y como persona siempre me he identificado con él y he procurado seguir su modelo, a pesar de que ni siquiera lo llegué a conocer porque murió cuando mi padre todavía no había empezado en la facultad. Me he fijado además en lo que he recibido tanto de mis padres como de mis suegros, porque Amparo y yo nos conocimos cuando ella tenía quince años y yo dieciséis.

Amparo. Doy fe de que ha heredado su dedicación. No mira horas. Javier ha acabado en la clínica a la una de la madrugada, y a la hora que ha hecho falta se ha ido.

-¿Y eso usted siempre lo ha entendido, Amparo?

Amparo. Sí, porque es su vocación y he visto que lo hace a gusto. Alguna vez he sufrido por su salud, y en ese sentido lo he intentado cuidar. Yo salía de casa con él y no sabía si iba a volver acompañada o sola. A veces, como mujer, le he dicho: «Quizás no es tan urgente, vuelve a llamar». Pero su sentido de la responsabilidad estaba por encima de todo.

Javier padre. Recuerdo que en una mascletà, con los tres niños pequeños, me los dejé con su madre para meterme en una ambulancia e irme al Clínico porque a alguien le había pasado algo.

Amparo. Cuando eran pequeños yo los eduqué, pero las virtudes humanas las han recibido de su padre. Aunque no estuviera, su papel era muy importante. Un ejemplo para ellos.

Mariam. En realidad sí que estaba, porque al tener la consulta en casa, por ejemplo, siempre entraba a darnos un beso de buenas noches.

Javier hijo. Nos hemos sentido queridos.

-(Me dirijo a las hermanas de Javier) ¿Lo vivieron ustedes también en su padre?

Clara Eloísa. Para nosotros fue un descanso que instauraran la Seguridad Social, porque hasta entonces no lo veíamos nunca. Venía a dormir a las tantas pero, eso sí, pasaba revista a todos cuando llegaba.

Victoria. Recuerdo que antes de irme al colegio a mediodía me esperaba el máximo que podía en el balcón. Llegaba y aunque fueran dos minutos, mientras se lavaba las manos, al menos lo había visto.

Javier padre. Cuando era pequeño yo le acompañaba a las visitas, me esperaba abajo mientras él veía a un paciente y luego le preguntaba. Aprendí muchísimo a su lado.

-Y de Javier padre a Javier hijo. Usted es abogado del Estado. ¿Descartó ser médico porque no veía nunca a su padre?

Mariam. Es que desde pequeño veía sangre y se mareaba (ríen).

Javier hijo. Lo mío no era la medicina. Como también teníamos familia en la rama jurídica, porque mi tío Santiago era juez y mi tío Rafael notario, lo tuve claro.

-Ha sido de los más jóvenes en aprobar la oposición.

Mariam. Javier es el hombre orquesta, sabe hacerlo todo bien (bromea).

Carlos. Dibuja, toca el bajo, baila Forma parte de un grupo de música integrado por abogados del Estado y todo es benéfico.

Javier hijo. Todo menos aburrirse. Toco el bajo desde que me incorporé al grupo en julio, pero antes no lo había hecho en mi vida, y recuerdo que en septiembre actuamos ante dos mil personas.

Mariam. Cuando terminó el concierto y el público pedía otra, él no podía porque no se sabía más temas (ríen).

Amparo. Lo que yo sé, y ahora es amor de madre, es que su trabajo lo hace fenomenal. Me hacía ilusión oírlo, y me fui a verlo durante el juicio de Terra Mítica. Me senté junto a los acusados y todos me miraban, supongo que se preguntaban quién era aquella mujer que aparecía tras casi seis meses de sesiones.

Javier padre. Se matriculó de setenta y pico créditos, porque quería acabar un año antes. Así consiguió ser abogado del Estado con 24 años. Con Carlos, al compartir profesión, he vivido experiencias muy bonitas. Una que recuerdo con especial cariño fue un congreso en Burdeos con Juan Brines, el catedrático de Pediatría, y que supuso la culminación del 150 aniversario del nacimiento de mi abuelo. Había una exposición sobre su trabajo, porque él ya estuvo allí hace más de un siglo. Fue muy bonito aquello.

-En su caso, Mariam, se declinó por el periodismo.

Mariam. Estuve de coordinadora de redacción en la Gaceta con Carlos Dávila, después de pasar por varios puestos de trabajo en Intereconomía. Ahora estoy en la Universidad Politécnica de Madrid, un trabajo que me gusta y con un buen horario que me permite compaginarlo con mis hijas, porque aunque tengo ayuda en casa no están ni mi madre ni mi suegra cerca y eso siempre dificulta las cosas. Mi marido, Andrés, está especializado en salidas a Bolsa, con horarios infames. A veces me desahogo con mi madre, que me cuenta que a ella le pasaba lo mismo.

Amparo. Pero como por encima de todo está el amor hacia ellos y sabes que es su vocación, les ayudas. Yo acabé siendo su enfermera, que no me gustaba ¿Quién está hasta la una de la madrugada? Así que a las nueve, cuando se iba la persona que le asistía con los pacientes, entraba yo. Le oía repetir doscientas veces los ingredientes que debe tener el primer cocidito para un niño, que sé que siempre es muy importante para cualquier madre, pero yo le decía que lo tuviera por escrito para que se lo pudieran llevar. Y ahí está esa vocación, él no quería.

Javier padre. Tengo muchas anécdotas. He sido pediatra, pero nunca he dejado la medicina familiar. Y recuerdo a un paciente que me decía: «A esta consulta da gusto venir porque no importa la hora que usted está siempre igual, no se le ve cansado». Es verdad que cuando uno está trabajando en lo que le gusta no se notan las horas. Tenía un amigo que era anestesista y que me comentaba: «No entiendo cómo puedes soportar a los niños». Yo le contestaba: «Claro, es que a ti no te molesta nadie». Hay que entenderlos, pero siempre digo que los que peor se portan en la consulta luego son los más amigos. Y hay que tener paciencia, sobre todo porque los padres sufren.

-Amparo, usted ahora está muy centrada en su labor como interiorista. ¿Se siente satisfecha?

Amparo. Estuve en el estudio de arquitectura con Álvaro Gómez-Ferrer y lo dejé cuando tuve a los niños porque quería criarlos yo. Se llevaban muy poco entre sí, así que cuando eran pequeños me impliqué en su educación, formé parte del Ampa de los colegios y participé en todo lo que pude, hasta que vi que ya no me necesitaban y volví a trabajar de lo mío. Eso sí, monté mi propia empresa de decoración y reformas. Ahora tengo la libertad de poder viajar con Javier o ir con mis hijos si me necesitan. No pensaba realmente que pudiera retomar mi trabajo y estoy muy satisfecha porque ha sido un privilegio haber elegido en cada momento mis prioridades. Y ahora tengo muchísimo trabajo.

Javier padre. Y ahora, cada vez que Carlos viene a vernos, pregunta por la última reforma de la casa (bromea).

Amparo. Es que tengo un trabajo que es una tentación.

-¿Cómo ha sido para los nuevos integrantes de la familia entrar a formar parte de los Gómez-Ferrer?

Amparo. Tanto a Andrés como a Belén los conocíamos desde pequños porque somos amigos de sus padres. En el caso de Carmen era amiga de mi hija, con lo que también la habíamos tratado mucho. En ese sentido ha sido otra más de la buena suerte que tenemos, porque conocemos a sus familias, sabemos que se han educado en los mismos colegios y que son muy buenas personas.

Belén. Recuerdo que el día en que Carlos y yo empezamos a salir nuestros padres estaban juntos de viaje. Nos conocemos desde siempre y ya les admiraba entonces.

Mariam. En el caso de Carmen recuerdo que éramos íntimas amigas, compañeras de pupitre, y por ese motivo conoció a mi hermano.

Javier padre. Venían a hacer galletas los domingos por la tarde hasta que se dio cuenta de que le gustaba Javier y dejó de venir. Así que para nosotros, que somos muy clásicos, las peticiones de mano se han convertido en reuniones de amigos.

-Quizás sean, junto al nacimiento de los nietos, los momentos más dulces de la vida. ¿Cuáles han sido los más amargos?

Clara Eloísa. La muerte de mi marido fue un golpe duro, el único consuelo es que estaba con Javier, que entró con él en el hospital. Él disfrutaba muchísimo con sus sobrinos.

Carlos. Nos acordamos mucho de él y lo echamos de menos.

Mariam. Recuerdo que mi tío nos decía que a quien suspendiera una asignatura le iba a dar dinero. Yo fui la que estuvo más cerca, porque los demás sacaban muy buenas notas. Las de mis hermanos eran aburridas incluso, todo sobresalientes (bromea).

Javier padre. La muerte es siempre el momento más duro. En el caso de nuestro padre tenía 85 años y ya estaba un poco despistado. Le operaron de la vesícula pero no se recuperó de la anestesia. A los cinco días murió. El final de nuestra madre fue incluso más rápido. Vivía en un apartamento en Don Juan de Austria, y la chica que la cuidaba me llamó para decirme que no se encontraba demasiado bien. A los diez minutos, cuando llegué, prácticamente había fallecido. Más dramático fue el momento de despedir a nuestro hermano.

Rafael. Estaba trabajando en la notaría, me avisaron, no sé cómo crucé hasta allí de lo rápido que corría. Cuando llegué ya estaba muerto. Acababa de volver de San Petersburgo y en quince días se iba a Estados Unidos. Siempre decía que no le iba a dar tiempo a hacer todo lo que quería. El día del entierro tuvo que intervenir la Guardia Civil de la gente que asistió.

Victoría. Él sabía que estaba malito. Yo le decía que se lo dejara, pero contestaba que quería morirse leyendo escrituras. Y así sucedió.

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