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Amelia Delhom: «Me he visto traicionada y si no te sientes querida tampoco puedes querer»

Amelia Delhom: «Me he visto traicionada y si no te sientes querida tampoco puedes querer»

¿Qué haces cuando después de veinte años descubres que no conoces a la persona con la que vives? La interiorista decidió salir a flote y no fue fácil, porque «con una separación se mueve el suelo». Su padre creyó que no lo superaría, pero hoy se ha reencontrado con el amor. «Que la vida te sorprenda con cincuenta años es genial», confiesa

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Lunes, 19 de diciembre 2016, 21:13

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A penas dos semanas han transcurrido desde que Amelia Delhom inauguró por la puerta grande su nueva tienda en la zona más comercial de Valencia. El acto se convirtió en el acontecimiento social de la semana y a esta mujer, que no tiene reparo en decir su edad, cincuenta años, todavía se le quiebra la voz al recordar el cariño que recibió aquel día. «A mí me emociona que la gente me quiera», dice, complacida. Parece que Amelia Delhom abre con esta tienda no sólo una nueva etapa a nivel profesional, también personal, ya que la vida le tenía preparado un golpe duro que ha superado con «actitud positiva». Nada más entrar en el comercio, entre dependientes y clientes, es ella la que centra todas las miradas, resplandeciente, triunfadora, elegantísima, con un aspecto que nada tiene que ver con la edad que ha confesado sin preguntarle siquiera.

-Parece feliz en su nueva tienda.

-Nosotros llevábamos muchos años en el centro y ahora volvemos, donde nos recuerdan, y nos recuerdan bien. Lo único bueno de llevar tantos años, veinticinco ya, es que nos conocen.

-¿Es importante, a su vez, conocer a los clientes?

-No somos psicólogos, pero es que las casas hablan de las personas que viven en su interior. Porque la felicidad son pequeños momentos, estar a gusto en tu hogar, con la familia, con los amigos que te visitan.

-La crisis ha destruido un sector, el del interiorismo, muy vinculado a la construcción.

-Hemos pasado tal crisis que veníamos sólo a resolver problemas. Con lo que costaba vender, cuando lo lograbas, la empresa proveedora había dejado de existir. Y ahí entra lo de actuar de forma transparente, decir la verdad, ser sincero. Ha sido duro, pero se queda el filtro del equipo que trabaja contigo. Antes mandaba el jefe y los demás no tenían que pensar, era un modelo distinto. Ahora no, necesitamos a nuestro lado a gente que plantee la solución antes incluso de que se atisbe el problema. A las personas perfeccionistas nos cuesta mucho ser espontáneas, pero estamos en el momento de la improvisación.

-Sé que trabaja mucho, que no para de viajar para estar al día.

-Sin parar. Tienes que estar en continua formación, las tendencias en interiorismo cambian constantemente y no te puedes bajar del carro. Por eso es tan importante que te guste, porque no hay precio que pague las horas que empleas (ríe).

-¿Quién le enseñó que el trabajo es tan importante?

-Mi familia. Yo he vivido esto desde niña. Un representante que ya era amigo de mi padre dice: «Es que Amelia lleva el trabajo en sus venas». Porque lo he vivido con mi padre y mi abuelo, que después de haber sufrido una guerra, una posguerra, una España aniquilada, sin medios se iban en coche hasta Italia, de donde se traían los esqueletos encima del vehículo para tener sofás italianos. Eso es tesón. Y con ellos he estado trabajando todas las tardes desde que estaba en la universidad.

-Es hija única.

-Y nieta única.

-¿Sentía que todas las expectativas estaban puestas en usted?

-Hay gente que me dice: «Qué agobio». Pues mire, yo me he sentido querida, mis abuelos me adoraban, y no lo he vivido de forma especial, porque mi madre invitaba a mis amigas a casa y siempre había gente. Para algunas cosas las hijas únicas somos solitarias, en ese sentido nos hacemos fuertes, aunque por otro lado necesitas rodearte de amigas a las que quieres, y de esas yo tengo unas cuantas.

-Hija única de familia acomodada. ¿Fue usted a un colegio de monjas?

-A las Escolapias, donde creo que nos educaron muy bien, y eso que mis monjas eran de hábito y pellizco (ríe).

-Ha crecido además ligada al mar.

-Los que hemos nacido y vivido en una época en la que las madres no trabajaban nos pasábamos desde junio hasta septiembre en el apartamento, en mi caso en el Mareny Blau, así que ahora no concibo un verano sin mar. Te da un punto en tu forma de ser. Los mediterráneos somos en ese sentido más vitales, y nos transmite una alegría que quizás tiene que ver con la luz.

-Usted, tan unida a Valencia pero con las maletas siempre hechas, ¿viviría en cualquier otro lugar?

-No me importaría, creo que soy de esas personas que acostumbran a sacar lo bueno de todos los sitios. Recuerdo que me gustó incluso Shanghái, un lugar que normalmente la gente rechaza y donde estuve un tiempo por cuestiones laborales. Hasta la comida me encantaba y me sentí muy feliz porque valoraban mi trabajo, que era para mí lo importante entonces.

Su padre está en la tienda, una visita que parece ser algo habitual. Lleva una chaqueta de cuero y tiene buena planta, pese a los años. Se nota de quién ha heredado Amelia ese buen gusto por la estética. Durante la sesión de fotos le dice que está muy guapa, parece tremendamente orgulloso de ella. Sus padres estuvieron junto a esta mujer llena de energía en la inauguración de la nueva tienda. «Es un regalo poder tenerlos a los dos conmigo -subraya Amelia-, porque resulta muy importante sentirte querida por los tuyos; es mi principal aspiración».

-¿Se considera una persona ambiciosa?

-Soy ambiciosa en ser feliz, estar a gusto y bien con lo que hago. Es muy importante la actitud, y eso lo he aprendido con los años. Ojalá esto lo hubiera pensado igual con veinte. Creo que hay una asignatura pendiente en la educación: a los niños habría que impartirles desde muy pequeñitos inteligencia emocional, porque no es tan importante saber matemáticas como la actitud ante la vida, ante los problemas, ante lo que te llega. Lo vemos día a día, gente con cosas gravísimas que lo supera todo y otros que sin embargo se hunden con nada.

-Normalmente cuando alguien cambia el chip es porque ha tenido una experiencia traumática en su vida. ¿Ha sido así en su caso?

-Sí. Yo creo que todo el mundo tenemos una historia y unas heridas gordas. Cuando sufres en lo más profundo, cuando te sientes traicionada, dices: «¿Cómo después de veinte años no conoces a esa persona que quieres?» Esa parte nadie la desea en su vida, pero una vez te ha pasado es verdad que siempre hay algo positivo que sacas. Tengo un amigo que dice que o ganas o aprendes. Y aprendes que albergas dentro de ti una enorme capacidad de superación personal ante esas cosas que te pasan que no son tan buenas; una fuerza que no sabías que tenías. Y tiras de eso. Es cuando a los detalles más tontos del día les concedes un valor. Así que, ya que lo estoy superando, vamos a hacer que todo esté bien.

-Se refiere a su separación. ¿Ha sufrido mucho?

-He pasado una época muy dura. Nunca quieres que suceda algo así, yo hubiera hecho todo lo posible para evitarlo. Ya no es tanto el amor a tu marido como el amor a tu familia. Lo he hablado con amigas a quienes les ha ocurrido lo mismo, pero es que al final si no te sientes querida tampoco puedes querer. Y yo me he visto engañada, traicionada y maltratada. La gente dice: «Es que enseguida os separáis». Y eso no es cierto. Es durísimo. Pero fíjate, después de un año y medio soy feliz.

-¿Quién ha sido su mejor apoyo?

-Mi padre, que de joven era duro, como una piedra, un día me decía, llorando: «Yo es que pensaba que no lo superabas, porque te quedaste con todas las cargas, el negocio, con dos hijos adolescentes, y mides metro y medio y pesas cuarenta kilos» (ríe a carcajadas). Desde el primer momento me apoyó en todo y ahora me ve genial, que estoy estupenda. Y con mis hijos centrados, porque con una separación se mueve el suelo. Ahora pienso que han tenido una familia preciosa durante toda su infancia (ríe).

-¿De qué forma ha conseguido pasar página?

-He cerrado la puerta y he empezado de nuevo. No quiero recuerdos, ni vivir en el pasado. He recuperado una vida incluso en las relaciones de pareja, una cuestión que yo ya daba por cerrada. Que la vida te sorprenda con cincuenta años es genial.

-¿Y cómo han visto sus padres que esté rehaciendo su vida?

-Recuerdo que un día comiendo suelto: «Es que me están invitando a cenar, y no sé qué hacer». Y mi padre me contesta: «Tú eres tonta. Sal a cenar y si te gusta, lo que surja. Eres joven». Al final las cosas malas que nos han pasado nos han unido más todavía.

-¿Eso es lo que ha intentado enseñar a sus hijos?

-Sí. Siempre les digo lo mismo, que pongan pasión en lo que hagan, sea lo que sea. Además, les repito lo obvio, porque ellos saben que les quiero, pero me gusta decirlo. Y también valoro cuando en cualquier situación hacen lo correcto.

-¿Ve en ellos el gusto por las cosas bonitas que tiene usted?

-Somos estéticos. A veces les digo: «No sé si lo he hecho bien con vosotros». Porque llegamos a un sitio y a lo mejor dicen que es cutre. Es que pienso que una de las mejores virtudes es acoplarse a todo. Hay que estar preparados, porque nos puede venir un revés. La base siempre está en la dignidad. No pasa nada por tener menos o más cosas, eso da igual. Así que yo ahora pienso en disfrutar de los pequeños detalles, y es lo que hago, con la tienda, cuidando de mis padres, centrándome en mis hijos. No pido más.

Nos quedamos hablando. Se une a la conversación una dependienta, que recuerda cómo Amelia se refugió en su trabajo, cómo comenzaron una reforma en julio bebiendo horchata y acabaron en diciembre tomando chocolate a la taza, entre muchas confesiones y algunas tardes de lloreras. Ahora les viene a la memoria entre risas y bromas. Me fijo en Amelia Delhom. Le brillan los ojos.

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